Pasillos oscuros. Paredes húmedas. Grietas humeantes. El eco de gotas cayendo sobre charcos de sangre seca.
Belial, en su forma humana, avanza lento. La cabeza gacha. Sus botas hundiéndose en restos olvidados. No hay soldados. No hay gritos. Solo el silencio de la decepción. Llega a la cámara del trono.
Entra al salón del Trono de su padre. Amplio. Rojo oscuro. Al fondo, sobre un pedestal de cráneos fundidos, el trono demoníaco. Lucifer está sentado. Su rostro oculto por la penumbra. La bata negra cubre gran parte de su cuerpo.
Belial se detiene a unos pasos. No levanta la vista.
BELIAL (voz baja, derrotada):
—Fallé.
Silencio. Belial se tensa. Sabe lo que sigue. La humillación, el castigo, el dolor. Pero no. Una mano se apoya en su hombro.
LUCIFER (voz suave, rasposa, casi paternal):
—Quizá fui yo quien erró. Enviar a mi hijo… a enfrentar a alguien cuyo poder ni siquiera comprendemos aún.
Belial levanta la mirada, confuso.
BELIAL (titubeando):
—¿Eso es todo? ¿No vas a…?
LUCIFER (arqueando apenas una ceja, con sorna):
—¿Preferís esto… o que te cague a palos?
BELIAL (sonrisa amarga):
—Esta vez… esto.
Belial asiente con leve reverencia y se retira. Sin orgullo, pero con algo nuevo en la mirada. Duda.
Unos minutos después, Lucifer permanece sentado. El fuego eterno frente a él. Reflejos danzantes sobre su rostro. Su ceño se frunce, su mandíbula se tensa.
LUCIFER (susurrando, con odio):
—Pero vos… Vos te reís con tus humanos. Y te olvidaste de quién mueve las fichas.
Se levanta. Camina hacia un altar de piedra negra al fondo. Sobre el altar: Dos esferas oscuras, flotando. Vibrantes. Oscilan como corazones negros latiendo. Lucifer coloca ambas manos sobre ellas. Las runas se encienden en el aire. El fuego del altar se vuelve púrpura. El ritual comienza.
Runas demoníacas giran como engranajes flotantes. El mar tiembla. Las corrientes se agitan.
En el fondo abisal, mil millas bajo el pacífico, hay oscuridad absoluta. De pronto… Un ojo rojo se abre. Luego otro. Y otro. LEVIATÁN despierta. Un rugido abismal sacude el agua, la corteza marina, el mismísimo espacio-tiempo.
El núcleo de la Tierra se agrieta. La lava asciende a velocidades inhumanas. Un monte entero revienta como un volcán rabioso. BEHEMOTH emerge. Una masa de carne de fuego. Un cráneo con fauces de roca fundida. Sus patas hacen vibrar placas tectónicas enteras.
En ese mismo momento, fogata, risas, canciones, marshmallows. Zane, Sienna, Ethan, Ryan, Chloe, Sophia y Lila, todos riendo. Todo está bien. Hasta que… El mar se retira. Literalmente. La marea retrocede como si algo estuviera inhalando el océano.
RYAN (mirando con el ceño fruncido):
—¿Uh…? ¿Por qué el agua… se va?
ETHAN (de pie, pálido):
—No. No, no, no… Esto ya lo vi en una peli. Y no termina bien.
BOOOOOOOOOOM. Un trono de carne y escamas surge del agua. Tentáculos como rascacielos, ojos giratorios, dientes como lanzas. LEVIATÁN emerge. Su rugido rasga el cielo. Las estrellas tiemblan. Las aves caen muertas por el estruendo. El planeta entero lo escucha.
Zane se pone de pie. Lento. El fuego se refleja en su rostro. El humo le pasa por la mirada.
SIENNA (temblando):
—¿Qué… es eso?
ZANE (voz baja, como si reconociera una vieja pesadilla):
—Muerte. En su forma más pura.
El cielo está quebrado. Las estrellas se esconden, la luna se tiñe de rojo. Zane vuela directo hacia Leviatán, envuelto en energía celeste y oscura. Grita con fuerza. Sus puños chispean. Pero…
¡BOOM! Un tentáculo gigante lo intercepta a mitad de vuelo. ¡CRACK! Zane es lanzado como un proyectil, impactando contra una montaña costera que se parte en dos por el golpe. Explosión de roca. Niebla de sangre. Silencio de espanto.
Antes de que pueda siquiera respirar, la cola de Leviatán, larga como un tren, se enrolla en su cuerpo. ¡SHRAAAAK! Aprieta. Lo exprime. Las costillas de Zane crujen. Su grito es agudo, desgarrador.
ZANE (gritando de dolor):
—Aghhhhhh… ¡¡mierda…!!
De repente, la Tierra empieza a temblar. BEHEMOTH aparece corriendo a cuatro patas, su masa es como una montaña viva. Cada pisada deja cráteres de fuego. Cada rugido resquebraja la realidad. Cuando llega frente a Zane, no frena. Embiste.
¡BOOOOOM! Su cráneo volcánico impacta directo contra el torso de Zane, todavía atrapado por Leviatán. Zane vuela. Atraviesa siete colinas, rebota, se parte. Su cuerpo se arrastra por el suelo como una bolsa rota de huesos y piel.
Sienna grita con el alma rota. Ethan la sostiene mientras tiembla. Chloe, Sophia y Lila se tapan la boca. Algunas lloran.
RYAN (temblando, en shock):
—No… No se levanta…
ETHAN (gritando con desesperación):
—¡ZANE! ¡LEVANTATE, HERMANO! ¡TE NECESITAMOS!
Zane respira con dificultad, su cuerpo apenas responde. La sangre gotea por su boca. Sus dedos… no se mueven. Está muriendo, literalmente.
El rugido de Leviatán no era un simple sonido: era una sentencia. La atmósfera misma se deformaba con cada grito de la bestia, sus tentáculos surcaban el aire como látigos colosales. A su lado, Behemoth se acercaba como un cataclismo con patas. El mar huía. Las nubes se rompían. Y Zane, apenas un punto frente a dos de los horrores más antiguos del Infierno, intentaba resistir.
Zane voló directo hacia ellos, una chispa contra dos tormentas. Golpeó primero, con fuerza. Pero fue como arrojar un fósforo encendido contra un huracán.
Un tentáculo lo barrió del aire. Otro lo atrapó en pleno vuelo. ¡CRACK! Costillas rotas. Grito ahogado. Leviatán lo giró como si fuera un muñeco y lo estrelló contra el mar. La superficie se partió como vidrio bajo dinamita. El cuerpo de Zane desapareció bajo la espuma sangrienta.