Flashback
Mucho antes de los relojes, de las eras, de los soles. Cuando el universo aún no conocía el lenguaje del tiempo, y solo existía el eco de la voluntad, ocurrió la Primera Fractura. El día en que las estrellas se ocultaron para no ser testigos. El día en que el alma de Azrael fue sellada y exiliada… y Lucifer, el Hermano Caído, rugió su traición.
Se había enterado. Habían osado hacerlo. El Consejo del Cielo, en completo secreto, había enviado el alma de su sobrino maldito, el equilibrio entre Luz y Sombra, a nacer millones de años en el futuro… en un planeta llamado Tierra.
Lucifer sintió que lo arrancaban del Trono, que lo despojaban de toda oportunidad de redención, de poder, de sangre. Su grito rompió los velos de la Creación, y desde los rincones oscuros del Vacío reunió a su legión más letal.
En el centro del Velo del Equilibrio —un plano de energía pura, donde el Cielo y el Infierno se rozaban pero nunca se tocaban— la guerra estalló.
Del lado de la Luz, descendieron en oleadas los Serafines envueltos en llamas sagradas, los Querubines portando coronas de juicio, los Tronos como ruedas de acero dorado, los Virtudes blandiendo lanzas infinitas y los Ophanims, cónclaves vivientes de sabiduría, que se movían como constelaciones conscientes.
Gabriel, Michael, Rafael, Uriel, Metatrón… y Zadkiel, que ardía con una furia que ni Dios pudo contener. El alma de su hijo había sido lanzada a la rueda del tiempo. Su esposa, Ajatar, asesinada por Lucifer luego de tratarla de traidora y ejecutarla sin un Juicio Justo. Zadkiel no peleaba por gloria. Peleaba con rabia. Con hambre de justicia. Con un corazón lleno de muerte.
Del lado de las sombras, se alzaron los horrores: Karzeths con espinas de obsidiana pura. Nekrodraks con túnicas y flotando en ese entonces con energía espectral. Morrakais, con armaduras de plata quemada. Zar’Kaloths, que desgarraban la luz con su sola presencia. Los Baal'Gravos con lanzas incrustadas de huesos de ángeles. Y los escalofriantes Zul’Kraths, demonios primigenios que solo podían existir cuando el Velo se debilitaba.
Las trompetas celestiales sonaron. Los tambores del Infierno respondieron. Y la eternidad se partió en dos.
Gabriel se lanzó contra Legión, espadas cruzadas contra sombras, cada golpe retumbando como truenos. Michael chocó de frente con Baphomet, los músculos de ambos desgarrando el espacio. Metatrón y Mammon combatían como leopardos: uno de luz calculada, el otro de codicia incontrolable. Rafael y Uriel se enfrentaron a la tríada más cruel: Astaroth, Lilith y Belial, un combate de gritos, sangre y fuego que iluminaba dimensiones.
Pero fue el duelo de Zadkiel y Lucifer el que rasgó la Creación.
Separados de todos. Dos hermanos. Dos extremos.
Lucifer descendió con su lanza de obsidiana, envuelto en relámpagos de tinieblas. Zadkiel ya no era el Guardián de la Compasión: era el Ángel del Dolor.
ZADKIEL (gritando, con una voz desgarradora):
—¡La encerraste! ¡La mataste!¡La destruíste!
LUCIFER (sonriendo con desprecio):
—Ella era debilidad. Y vos, un imbécil por amarla.
Entonces Zadkiel estalló. Fue velocidad, violencia, furia inmaculada. Lucifer no podía con él. No podía entender cómo estaba perdiendo. Cómo su hermano mayor lo estaba aplastando. Cada golpe era una sentencia. Cada grito, un epitafio.
Pero el dolor nubla. Y el odio… expone. Zadkiel bajó la guardia por una fracción. Una sola. Y Lucifer lo aprovechó. Le clavó la lanza negra en el abdomen, atravesándolo por completo.
Zadkiel cayó de rodillas. El alma partida. El grito… mudo. Lucifer pensó que había ganado. Pero se equivocó.
El Ejército del Cielo, al ver a Zadkiel caer, no se quebró… se multiplicó. Y rugió. Los Serafines ardieron más alto. Los Querubines cruzaron las filas enemigas como cometas de furia. Metatrón desgarró el pecho de Mammon. Gabriel hizo retroceder a Legión. Y Michael… atravesó el cuerno de Baphomet con un solo corte.
El Infierno empezó a retroceder. No por estrategia, por miedo.
Y entonces, bajó Dios. No como un padre, ni como un Rey. Como el Comienzo, y como el Fin. Con un gesto de su palma, detuvo a los Zul’Kraths en el aire, pulverizó a mil Karzeths,y abrió un haz de luz tan potente que el propio Lucifer tuvo que cubrirse los ojos.
Con una sola palabra, los envió de vuelta al Infierno. Y mientras el portal se cerraba, Lucifer, ensangrentado y rabioso, lanzó una maldición por lo bajo.
LUCIFER (escupiendo sangre):
—Azrael… un día… vas a hacerlos pagar por todo.
Y el eco de ese nombre siguió vibrando durante milenios.
Presente...
El Salón de la Guerra Celestial temblaba. Los espejos cósmicos que flotaban alrededor de la sala, antes estáticos y perfectos, vibraban como superficies de agua agitadas por un terremoto. En cada uno, el reflejo de un punto distinto del mundo… o del infierno que lo reemplazaba.
Zane estaba de pie en el centro, rodeado por columnas de luz y capitanes angelicales sin palabras. Sus ojos, clavados en los espejos. Su respiración, contenida. Sus puños, apretados como si fueran a quebrar el mármol bajo sus pies.
En uno de los espejos, Seabreeze City ardía. Las casas colapsaron. Las calles rugían. En otro, Brighton High se sacudía, con paredes rotas y llamas en los pasillos. Sienna aparecía en una imagen fugaz, corriendo, gritando, mientras un Nekrodrak la perseguía por un pasillo. Otro espejo mostraba a Ethan, sangrando por la frente, usando una silla como escudo para proteger a un grupo de chicos que lloraban detrás de él. Liz, de rodillas, llorando. Jon, sin armas, arrastrando a un anciano hacia la salida. Victoria y Alexander, rodeados por demonios en el hospital, con solo tubos metálicos para defenderse. Y en todos los reflejos, como una sombra que observaba, estaba Lucifer.
Zane no habló al principio. El aire a su alrededor comenzó a distorsionarse. Una luz oscura y dorada —dual, viva, pulsante— comenzó a irradiar desde su espalda, desde su pecho, desde cada célula de su cuerpo. Su voz emergió rasposa. Quebrada por la rabia contenida.