Hybrid - Fase I

Capítulo XXVII - El Segundo Asalto

La nieve caía, pero no era blanca. Era negra, sucia de ceniza y muerte. El aire, denso y cortante, cargado del hedor de la sangre congelada. Moscú ya no era una ciudad. Era una herida abierta. Las cúpulas de San Basilio yacían derrumbadas. Las torres soviéticas, partidas como ramas secas. El suelo mismo se resquebrajaba por las ondas de un poder que no pertenecía a este plano.

Y allí estaban. Dos figuras.

Zane, con la mirada como acero fundido, respiraba lentamente. Frente a él, Legión. Su cuerpo mutaba a cada segundo: brazos que crecían y se dividían, bocas superpuestas, ojos que parpadeaban con desesperación y placer. No era un ser. Era un enjambre de maldad hecho carne.

ZANE (murmurando, sin miedo):
—Viniste al lugar equivocado… a morir.

Gabriel, a su lado, desenvainó su espada celestial. Su aura dorada chispeaba.

GABRIEL (avanzando):
—Vamos a darle lo que merece.

Pero Zane le extendió una mano, firme, sin apartar la vista de la abominación.

ZANE (calmo):
—No. Poné a salvo a los civiles. Este… es mío.

Gabriel dudó, su mano tembló en la empuñadura.

GABRIEL (mirada fría):
—Zane…

ZANE (sonriendo apenas):
—Uno de dos.

Gabriel asintió en silencio. Dio media vuelta. Y corrió hacia los escombros, donde las últimas almas humanas aún respiraban con miedo. Entonces, Legión se lanzó. Corrió como una bestia desatada, multiplicando extremidades, escupiendo voces desde sus múltiples bocas. Su risa era un rugido hueco, hecho de mil gargantas. Zane se quedó quieto… hasta que su aura comenzó a vibrar. Luz dorada y sombra negra se entrelazaron a su alrededor como serpientes. Sus alas se desplegaron a medias.

Zane se movió. Una esfera de energía dual voló de su palma, con trayectoria de bumerán. Legión la absorbió en el pecho, abriendo su torso como un altar profano, y contraatacó con un rayo en forma de calavera ardiente. Zane giró, y una barrera de luz sagrada brotó de su brazo como un escudo viviente. El impacto sacudió el aire. Ambos corrieron. El choque de puños partió la Plaza Roja en dos. Las baldosas volaron como cuchillas. El cielo rugió. Zane pateó a Legión con una torsión perfecta. El demonio voló hacia un tanque soviético oxidado, que explotó bajo su peso. Legión se levantó riendo, con un ojo colgando por un hilo de nervio.

LEGIÓN (gimiendo con varias bocas):
—Hermoso.

Cargó otra vez, embistiendo como un tren desquiciado. Estampó a Zane contra lo que quedaba de un mural histórico. El Híbrido cayó. Sangraba. Tosía. Pero se reía.

ZANE (escupiendo sangre):
—¿Te estás divirtiendo?

LEGIÓN (aullando, con su ojo encendido):
—Muchísimo.

Zane cerró los ojos. Su cuerpo se llenó de cruces doradas y líneas negras. La energía rugió dentro de él. Aura Dual Parcial. Cuando abrió los ojos… no había pupilas. Solo luz. Caminó hacia Legión.

ZANE (frío):
—¿Querías una segunda ronda?

Legion saltó con el puño cargado de almas. Zane lo atrapó en el aire. Y con un movimiento brutal, le rompió el brazo derecho.

LEGIÓN (con doce voces a la vez):
—¡AAAAHHHHHHHH!

Zane no se detuvo. Lo tomó del cuello y lo alzó por el aire como si fuera de papel.

ZANE (mirándolo fijo):
—Esto es por cada civil. Por cada alma torturada. Por todo lo que me hiciste sentir.

Clavó una estaca de energía dual en su pecho. Las almas dentro de Legión comenzaron a huir. Gritaban, chillaban, escapaban de su cárcel viviente. Legión ardía.

LEGIÓN (babeando en llamas):
—No puede… ser…

ZANE (serio):
—Puede. Y fué.

Cerró el puño. Legión explotó en cenizas.

Gabriel regresó segundos después, con un niño en brazos. Se detuvo al ver la plaza en silencio. El aire aún humeaba. Y Zane… estaba de pie. Con los nudillos ensangrentados. Respirando. Vivo.

GABRIEL (susurrando):
—Lo hiciste…

Zane aún de pie, con los nudillos llenos de sangre. Respira agitado.

ZANE (mirando al cielo):
—Uno menos.

GABRIEL (poniéndole la mano en el hombro):
—Falta el otro. Te digo la verdad, va a estar jodido. Está más fuerte que antes.

ZANE (cerrando los puños, con la mirada encendida):
—No me interesa. Pienso usarle los cuernos de escarbadientes.

Una figura descendió en ese instante. Un Trono angelical, envuelto en alas prismáticas, habló con voz de trueno suave:

TRONO (voz grave, como eco entre nubes):
—Zane… Hemos localizado a Baphomet. Está en París.

Zane y Gabriel se miran. Sin palabras. Solo fuego en la mirada. Ambos asienten. Y se elevan.

El viento no soplaba. Allá arriba, entre los pliegues invisibles de la atmósfera, el silencio era absoluto. La Tierra se desplegaba debajo como una cicatriz interminable. Bosques, ríos, ciudades… todas marcadas por columnas de humo negro y los destellos rojos de portales infernales.

Zane volaba con el cuerpo firme, los brazos extendidos, la capa ondeando detrás como una estela rasgada. Gabriel lo seguía un poco por detrás, acompañado por dos Tronos angelicales —seres colosales con alas como vitrales y ojos dorados, que no decían palabra, pero lo veían todo.

Gabriel rompió el silencio al fin, su voz flotando entre las nubes como si no necesitara aire.

GABRIEL (a Zane):
—¿Estás bien?

Zane no respondió de inmediato. Bajó un poco el vuelo. Cerró los ojos unos segundos.

ZANE (con calma):
—No sé cómo responder a eso. Derrotar a Legión… sí, me hizo sentir mejor. Pero también me recordó todas las veces que estuve a punto de morir. Y peor aún… las veces que lo merecía.




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