La ciudad ardía en silencio. Todo Seabreeze temblaba como si el mundo contuviera la respiración. Las ruinas humeantes, los esqueletos de edificios agrietados, las sirenas rotas… nada se movía. Nada osaba interrumpir el momento. Zane y Belial se miraban. Solo eso. Un segundo. Dos. Y luego… Colisión.
Ambos corrieron al mismo tiempo. Dos rayos opuestos. Dos fuerzas de existencia total. Una línea recta trazada con odio, redención y fuego. El impacto sacudió la ciudad. Una manzana entera de estructuras colapsó como si un terremoto se hubiese materializado con puños. Ondas de choque barrieron el polvo, el fuego, los gritos de los supervivientes. Zane retrocedió tres pasos. Belial otros dos. Sus pies levantaban brasas. Las grietas en el suelo crecían como raíces demoníacas.
Y entonces… se desató la danza. Belial fue el primero. Cargó con una velocidad antinatural para su tamaño. Sus movimientos eran una mezcla de técnica y salvajismo. Muay Thai infernal. Codazos con giro, rodillas al pecho, barridas violentas con apoyo de alas. Agarre de cuello con caída sobre el asfalto caliente. Patadas giratorias que partían postes a su paso.
Pero Zane no era el mismo de antes. No necesitaba replicar esa brutalidad. Su estilo era otro. Caótico. Adaptado. Letal. Una especie de parkour de guerra mezclado con el instinto callejero que conservaba de su vida en la Tierra. Cada esquive suyo parecía una coreografía escrita por el mismísimo equilibrio cósmico.
Belial lanzó un rodillazo directo al estómago, encajado con precisión brutal. Zane lo recibió… y en el mismo instante contraatacó con un codazo ascendente que le partió el labio inferior, dejando una línea roja bajando por su mandíbula. El demonio retrocedió rugiendo. Zane giró en el aire y clavó el talón en su espalda, haciendo crujir el hierro líquido que cubría su espina.
Belial se giró con los ojos en llamas. Lanzó un combo rápido de tres golpes al torso. Zane los bloqueó con los antebrazos, pero el impacto lo hizo retroceder varios metros, arrastrando los pies y dejando un surco ardiente en el pavimento. Ambos sangraban. Ambos jadeaban. Ambos seguían en pie. Zane escupió sangre. La lengua detectó un diente flojo.
ZANE (sacudiendo los brazos):
—Estás más fuerte que nunca, Belial.
BELIAL (sonriendo con media cara rota):
—Y vos… seguís respirando. Molesto como siempre.
Volvieron a lanzarse. Puño contra puño. Codo contra mandíbula. Rodilla contra pecho. Zane utilizó una voltereta lateral para quedar a espaldas de Belial, y lo atrapó en una llave de brazo. Pero Belial simplemente lo alzó con una mano y lo estrelló contra un camión incendiado. El camión explotó al instante. Fuego y metal volaron por todas partes. Zane emergió entre las llamas con el pecho humeante y la cara llena de hollín… pero sonriendo. Activó un sello en su antebrazo izquierdo. Energía dorada y negra emergió como una malla viva.
ZANE (estirando los dedos):
—¿Querías mi forma completa… o preferís que juguemos otro round así?
Belial alzó su brazo envuelto en llamas oscuras. El símbolo del Orbe de Esencia latía como un corazón en su pecho.
BELIAL (voz gutural):
—No tengo tiempo para los juegos. Vine a romperte.
ZANE (estirando los hombros):
—Entonces vení. Y probá.
Se lanzaron de nuevo. Y el mundo… volvió a arder. La ciudad temblaba con cada choque. Zane exhalaba humo. Su pecho subía y bajaba con violencia, los músculos marcados por decenas de cortes recientes. Su aura chispeaba, aún fusionada, dorada y negra como un eclipse líquido. Pero empezó a temblar. A las grietas diminutas le costaba ocultarlas.
Belial bajó los brazos un instante. Su cuerpo no sangraba. Lo rezumaba. Vapor rojo brotaba de los tatuajes infernales que lo cubrían, como si dentro suyo estuviera contenida una tormenta dimensional. Y en su pecho, el Orbe de Esencia... latía.
BELIAL (voz multiplicada):
—Ya no estás a mi altura. Vos tenés voluntad. Yo tengo... poder.
Zane lanzó una ráfaga de energía dual. Un latigazo de pura intención. Pero Belial no lo esquivó. Lo absorbió. El Orbe brilló intensamente, tragando el ataque como si fuera oxígeno. Zane entrecerró los ojos. Retrocedió un paso. Belial sonrió. Y atacó.
El primer golpe fue una patada directa a las costillas. El impacto hizo que el sonido del aire se cortara por un segundo. Zane salió despedido, chocando contra la estructura derruida de un banco, atravesando dos columnas de concreto como si fueran papel mojado. No tuvo tiempo de caer. Belial ya estaba ahí. Lo agarró del cuello. Y lo arrastró por el suelo, rompiendo placas de asfalto, levantando chispas y tierra, hasta estamparlo contra un colectivo abandonado. El vehículo explotó en un estallido de humo y fuego.
BELIAL (rugiendo):
—¡¿ESTO SOS AHORA?! ¿El gran Híbrido? ¡EL SALVADOR DE LA HUMANIDAD!
Zane intentó levantarse, pero un rodillazo le quebró parte del hombro derecho. Gritó. Por primera vez en toda la pelea, gritó. Belial lo alzó en vilo. Lo miró a los ojos.
BELIAL (voz distorsionada):
—Yo vi tu corazón, Zane. Vi tus miedos, tu culpa, tus dudas. ¿Querés saber qué vi más que nada…?
ZANE (apenas enfocando la vista, escupiendo sangre):
—...¿qué?
BELIAL (acercando su boca):
—Una brecha.
Y lo lanzó hacia el cielo. Como una piedra arrojada a los dioses. Zane voló más de cincuenta metros. Giró en el aire como un muñeco sin control. A mitad de trayectoria, Belial lo alcanzó, propulsándose con sus alas negras, y lo partió en el aire con un puñetazo en el esternón. Zane cayó como un meteorito. El suelo se quebró bajo su cuerpo. Un cráter nuevo nació en Seabreeze. Cenizas. Silencio. Y el polvo, elevado como niebla. Belial descendió despacio, caminando.
BELIAL (sádico):
—Te estás quedando sin luz, Azrael.