Las ruinas de Hollywood crujían bajo la presión del silencio. No quedaba nada intacto. Torres caídas, estructuras torcidas como huesos rotos, cadáveres demoníacos regados como basura chamuscada. Los cuerpos celestiales y humanos yacían entre llamas que ya no ardían: solo se mantenían, como heridas abiertas en la Tierra. Y en medio del campo de batalla, solo dos figuras quedaban erguidas. Zane se quitó la remera con un solo tirón. Su pecho subía y bajaba despacio, respirando el aire contaminado de ozono y muerte. Su piel era un lienzo de guerra: cicatrices divinas como relámpagos congelados, quemaduras infernales que aún parecían latir. No quedaba nada del chico que una vez dudó de quién era. Solo el guerrero. Solo el equilibrio encarnado. Sienna, tras el campo de contención demoníaco, se tapó la boca con ambas manos. Las lágrimas ya eran costumbre, pero esta vez… eran de orgullo.
SIENNA (susurrando entre sollozos):
—…Por Dios. Qué hombre.
Lucifer, desde el otro extremo, estiraba su cuello. Cada crujido de sus vértebras resonaba como cadenas siendo tensadas. Se quebró los nudillos como si calentara antes de una función. Su cuerpo de cuatro metros vibraba de poder puro.
LUCIFER (con crueldad sensual):
—¿Listo para conocer la verdadera desesperación?
Zane no respondió. Solo se lanzó. Como un relámpago. Un proyectil. Un grito sin voz. Primer impacto: puño directo a la mandíbula. Segundo y tercer impacto: patadas giratorias que doblaron el torso del Diablo. Cuarto: rodilla ascendente, clavada en la quijada. Lucifer retrocedió. La tierra tembló.
MICHAEL (bramando esperanzado):
—¡Lo está empujando!
METATRÓN (gritando con ojos encendidos):
—¡VAMOS, ZANE!
Pero la sonrisa de Lucifer… nunca se apagó.
LUCIFER (suspirando):
—Ah… ¿Ya terminaste? Yo solo estaba midiendo tu fuerza, angelito.
Zane titubeó una milésima. Suficiente. Lucifer lo tomó del rostro como si fuera una fruta, y con una brutalidad sin sentido lo empujó hacia atrás. Luego, le clavó el codo en el pecho. Un CRACK seco. Zane escupió sangre. Lucifer lo alzó por el cuello y lo estampó contra el asfalto. El cráter resultante abarcó media cuadra.
GABRIEL (volando mientras busca un punto débil del campo):
—¡NOOO!
SIENNA (llorando, sin poder moverse):
—¡ZANE!
Lucifer lo levantó de nuevo. Cabeza contra cabeza. Un crujido. La nariz de Zane se quebró. Rodilla en las costillas: dos fracturadas. Mordida en el hombro. Zane gritó. Lucifer lo arrojó contra un poste como si fuera un trapo viejo. En el refugio de Seabreeze, Jon se puso de pie como un rayo.
JON (agarrándose la cabeza):
—¡Es mi hijo!
Liz ya lloraba con las manos en la boca, incapaz de respirar.
LIZ (desesperada):
—¡ZANE!
Alexander, con la voz quebrada, tomó la mano de Victoria.
ALEXANDER (murmurando):
—Esto es… Una ejecución. No está acá para pelear, está acá para enviarnos un mensaje. A todos.
Lucifer se acercó, lento, dejando que cada paso hiciera temblar el suelo. Le dio una patada en la espalda que lo dejó de rodillas. Luego, caminó en círculo como un depredador.
LUCIFER (abriendo los brazos):
—Miren. Cómo el héroe sangra. Cómo el mundo llora… por alguien que no puede ni ponerse de pie.
Una patada directa al rostro. Zane giró por el aire y cayó con el cuello torcido. Lucifer lo tomó de una pierna y lo usó como una masa. Estampó su cuerpo contra tres autos. Después, lo lanzó contra un cartel de neón. Zane jadeaba. Dientes rotos. Labios partidos. El pecho, cubierto de polvo y sangre.
ZANE (susurró entre dientes rotos):
—No voy a rendirme…
LUCIFER (acercándose):
—Lo vas a hacer. Solo que aún no lo sabés.
Pisa su brazo derecho. CRACK. Zane gritó como un animal herido. Rodillazo a la cara. Otro crujido. Un diente vuela. Cae como un símbolo final de lo humano que aún quedaba.
SOPHIA (sollozando, tapándose los ojos):
—¡No puedo mirar más!
RYAN (temblando):
—¡Nos lo está matando!
El mundo… enmudeció. Las cámaras seguían transmitiendo. CNN. BBC. TN. NHK. Al Jazeera. Todos. Incluso canales de YouTube. Todo el mundo, desde Tokio hasta Nueva York, desde Buenos Aires hasta Johannesburgo, observaba lo mismo: A su último defensor. A su faro de esperanza. Siendo destruido. Y nadie… podía detenerlo.
Lucifer lo alzó por el rostro como si fuera una muñeca rota. Sus garras se aferraron a la mandíbula y el cráneo de Zane, y sin esfuerzo, lo levantó del suelo. El cuerpo del híbrido colgaba, sangrando, respirando con espasmos, apenas sostenido por el odio del Rey del Infierno. Y entonces, el demonio lo estrelló contra la tierra. Una vez más.
Pero esta vez, no fue un impacto cualquiera. El cráter que se formó dejó grietas que alcanzaron cinco cuadras a la redonda. El campo de fuerza tembló como si también sufriera el dolor de su campeón. Desde el otro lado de la barrera infernal, los rostros se desfiguraron. Dios cerró los ojos. No como un juez, sino como un padre que no quiere ver morir a su hijo. Jesús apretó los dientes, su rostro era piedra rota, a punto de quebrarse. Sienna cayó de rodillas. Su llanto no tenía voz. Solo lágrimas. Gritos ahogados. Golpes contra el suelo. El amor de su vida… estaba siendo destruido. Lucifer se colocó sobre Zane, ahora reducido a un pedazo de carne palpitante, y levantó las manos manchadas con sangre divina. Esa sangre ardía. Pero a Lucifer no le importaba. De hecho, le encantaba.
LUCIFER (escupiendo con voz grave):
—¿Ves, Azrael…? Ni siquiera los dioses pueden salvarte ahora.
Zane no respondió. Porque apenas podía respirar. Yace en el suelo. Su rostro deformado. Su nariz rota. Un ojo casi cerrado por la hinchazón. El pecho sangrando en cinco puntos distintos. Cada movimiento suyo era un acto de resistencia… y de milagro. Lucifer lo miró con una mezcla de furia y éxtasis.