Hybrid - Fase I

Capítulo XXXIV - El Juicio de un Caído

El cielo ardía en tonos oscuros, pero sobre la tierra… un solo paso rompía el silencio. Zane. Avanzaba. Volando despacio. Sin prisa. Como quien ya conoce el final de la historia. Delante de él, Lucifer tambaleaba. Una rodilla clavada en el asfalto resquebrajado, la otra temblando por sostener el peso de su propia arrogancia.

El Apagón lo dejó sin fuerzas. Sus alas negras, chamuscadas. Sus dientes, rojos de rabia. Y entonces, con un rugido desesperado, lanzó un zarpazo como un animal acorralado. Zane lo esquivó sin esfuerzo. Con una elegancia casi insultante, inclinó apenas el cuerpo hacia un lado y giró sobre su propio eje, lanzando una patada al cuello de Lucifer que lo hizo girar como una hélice colapsando.

ZANE (sonrisa torcida):
—¿Tan rápido te cansaste?

Lucifer bramó, se impulsó hacia adelante como una bestia desesperada. Pero Zane ya no estaba ahí. Zane se deslizó hacia un costado, su cuerpo apenas una sombra envuelta en luz. Y desde abajo, le clavó un puñetazo ascendente directo al mentón. El impacto fue tan limpio que el Príncipe del Infierno se elevó tres metros en el aire como una bolsa de huesos. Cuando tocó tierra, Zane ya había avanzado dos pasos más. Sin alardes. Sin gritar. Sin encender su aura. No lo necesitaba.

Lucifer intentó recomponer su guardia. Pero la respuesta fue inmediata: una doble patada, precisa como una coreografía, primero al muslo para quebrarle el equilibrio, luego al lateral del cráneo para desorientarlo. Lucifer cayó hacia atrás, como si los huesos le hubieran cedido el alma. Antes de tocar el suelo, Zane lo tomó del tobillo y lo azotó contra una montaña derrumbada con la fuerza de un dios ofendido. A miles de kilómetros, en el refugio de Seabreeze City, Jon Draven se levantó de su silla como si le hubieran inyectado fuego en la sangre.

JON (aplaudiendo como niño en Navidad):
—¡ESE ES MI HIJO, MIERDA! ¡LE ESTÁ ENSEÑANDO CÓMO SE HACE!

Liz, a su lado, cruzada de brazos, arqueó una ceja.

LIZ (voz firme):
—¿Eso le enseñaste vos?

Jon frenó. Miró la pantalla. Miró a su esposa.

JON (con un aplauso en slow motion):
—…algunas cosas sí.

Ella simplemente lo fulminó con la mirada, el tipo de expresión que decía “sos un tarado” sin necesidad de palabras.

En el campo de batalla, Zane zigzagueó en velocidad, desapareciendo y apareciendo a los costados de Lucifer. Y entonces ejecutó un combo que solo una persona en el universo podía haberle enseñado: dos jabs rápidos, un cruzado de derecha que crujió como un trueno, y una barrida que mandó al demonio más temido del cosmos al suelo como una marioneta rota. Lucifer cayó de costado, sin aura, sin control. Zane se colocó encima, pisándole el pecho con la autoridad de un rey.

ZANE (voz grave):
—¿Querías reinar sobre la Tierra, no? Acá tenés el suelo. Besálo.

Lucifer, con el orgullo más roto que su cuerpo, intentó invocar lo poco que le quedaba. Una espada infernal surgió de su mano abierta. Y como un toro enloquecido, cargó hacia adelante. Pero Zane, sereno como un monje de guerra, agachó el torso hacia atrás, esquivando la hoja por centímetros. Y con sus dos puños envueltos en magma puro, partió la espada al medio como si fuera papel. En una voltereta perfecta, cayó sobre el pecho de Lucifer con ambos pies, como un martillo divino descendiendo.

El demonio se hundió en el suelo con un crujido colosal. Zane giró el brazo. Lo tomó de la cabeza. Y sin decir palabra, lo arrastró por media ciudad. El asfalto se abrió en llamas tras su paso. Las paredes se rompieron. Las piedras levitaron. Todo el Infierno tembló. Desde un cráter cercano, la voz de Valentina Reynolds, todavía con la cámara en mano, llegó a millones de hogares:

VALENTINA (gritando):
—¡Esto es real! ¡Lucifer… está perdiendo! ¡Y lo están viendo todos… en vivo!

Lucifer quedó tendido. Su ala izquierda colgaba como trapo viejo. Sangre negra brotaba de su pecho, burbujeando como petróleo ardiendo. Ya no era un dios. Era un cadáver en suspenso. Zane lo miró. No con odio. Con resolución. Porque ahora sí, era el principio del fin. Y Lucifer… lo sabía.

Mientras Zane, en el corazón de una ciudad convertida en campos de guerra, humillaba al demonio más temido de toda la existencia, el mundo parecía detenerse. No por miedo. No por caos. Sino por algo más poderoso: la esperanza. Gabriel, con las manos aún rodeadas de luz vibrante, se arrodilló junto a Sienna. Una esfera cálida envolvió su cuerpo, purificando cada herida, sellando cada corte, recomponiendo cada célula que Lucifer había desgarrado segundos atrás. Su piel volvió a brillar, su aura latió como una estrella renacida.

Los ojos de Sienna se abrieron lentamente. Al principio, borrosos. Pero cuando su visión se aclaró… lo vio. Zane. De pie sobre el pecho de Lucifer. Invicto. Imparable. Una sonrisa débil se dibujó en su rostro, mientras una lágrima escapaba sin permiso. Gabriel giró hacia Zadkiel, con el rostro tenso, pero al fin aliviado. Su voz sonó como si millones de años se hubieran derrumbado con esas palabras.

GABRIEL (murmurando):
—Te extrañé, hermano.

Zadkiel asintió con emoción contenida, los ojos brillosos.

ZADKIEL (sacudiéndole suavemente el hombro):
—Y yo a vos… No sabés cuánto.

Ajatar se inclinó hacia Sienna. Su piel roja brillaba con una intensidad gentil, y su mirada —aunque demoníaca en estética— era la de una madre conmovida. Le tomó la mano, firme y cálida.

AJATAR (como si la escaneara):
—Así que vos sos la que lo domó, ¿eh?

Sienna se sonrojó, bajando la mirada con una mezcla de humildad y nerviosismo.

SIENNA (con una risa nerviosa):
—Yo… solo lo amo, señora.

Ajatar soltó una carcajada tan viva que varias runas demoníacas a su alrededor se estremecieron.




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