Hybrid - Fase I

Capítulo XXXV - El Amor más fuerte que la Muerte - Epílogo

Zane seguía inconsciente. Inmóvil. Frío.

Su cuerpo, aún envuelto por un campo de energía celestial, no respondía. La luz que lo rodeaba titilaba con lentitud, como si dudara en apagarse. Las heridas en su pecho y abdomen seguían sangrando, lentamente, con una terquedad cruel, ajenas a cualquier intervención divina. A cada segundo que pasaba, el silencio de la sala pesaba más. Como si el tiempo mismo temiera avanzar.

Zacarías, de pie junto a la camilla, respiraba con dificultad. Su rostro, normalmente impasible, estaba bañado en sudor. Sus manos temblaban por el esfuerzo. Se giró hacia los demás, con una mezcla de agotamiento y resignación en la voz.

ZACARÍAS (con dolor contenido):
—Nada… Las heridas del Omega Lucifer no sanan con métodos tradicionales. Mi energía divina sola… y la de los demás curadores… no es suficiente.

La sala se volvió un abismo de silencio. El tipo de silencio que no se mide en decibeles, sino en desesperanza. Nadie se atrevía a moverse. A respirar. A hablar. Hasta que Zadkiel dio un paso al frente.

ZADKIEL (sin dudar):
—Tomá la mía. Toda mi energía vital. Si él puede vivir… yo ya viví suficiente.

Ajatar giró hacia él con furia inmediata, sus ojos vibrando entre el dolor y el miedo.

AJATAR (sacudiendo la cabeza con fuerza):
—No. No vas a dejarme sola otra vez. Ni se te ocurra.

Gabriel los observaba en silencio, su mirada se posó sobre Dios… y luego sobre Zane. Sus hombros se tensaron. Dio un paso adelante.

GABRIEL (con convicción):
—Yo fui traído de regreso. Puedo ser devuelto. Absorban mi esencia en él. Si alguien debe pagar… que sea yo.

Michael bajó la mirada. Sus palabras, apenas un susurro.

MICHAEL (despacio):
—No otra pérdida… No hoy…

Las voces se encimaban. Los argumentos chocaban. Las emociones se desbordaban. Todos querían salvarlo. Todos estaban dispuestos a dar algo. Y aun así, ninguno podía. Dios guardaba silencio. Sus ojos observaban todo, pero su boca no emitía sonido alguno. Jesús, a su lado, parecía percibirlo antes que nadie: algo faltaba. Entonces, como una chispa en medio de la noche más cerrada… una voz se alzó. Una sola. Humana. Pero más poderosa que todas juntas.

SIENNA (tímida):
—¿Me dejan intentarlo…?

Su voz cortó el aire como una flecha de luz. Todos giraron. La discusión se evaporó en el acto. Zacarías arqueó una ceja.

ZACARÍAS (pensativo):
—No creo que…

Sienna lo interrumpió, clavándole la mirada con una determinación incandescente.

SIENNA (suplicante):
—Por favor. No soy una arcángel. Ni una diosa. Pero soy… lo único que él nunca perdió. Soy su motivo.

Un silencio reverente se extendió por la sala. Dios asintió, sin decir palabra. Gabriel cerró los ojos. Zadkiel y Ajatar retrocedieron, dándole espacio. Nadie discutió. Sienna avanzó despacio, como si cada paso hacia Zane pesara mil kilos. Se sentó junto a la camilla flotante, tomó su mano con ambas suyas, la acarició. La apretó. La besó con suavidad. Y entonces habló.

SIENNA (voz temblorosa, firme, real):
—Zane… Zane, mi amor… No me hagas esto. Ya me prometiste que ibas a volver. Ya me dijiste que querías una vida conmigo. No me podés dejar ahora. No después de todo lo que vivimos. No después de haberte visto destrozar al mismísimo Lucifer… por todos nosotros.

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, pero ella no se las quitó. No importaba. Nada importaba más que él.

SIENNA (quebrándose, pero sin perder fuerza):
—Yo te amo. Te amo más de lo que pensé que se podía amar a alguien. Te amo con cada parte de mi alma. Y sé que vos también me amás. Así que despertate, porque no pienso seguir en este mundo sin vos.

Lo miró, con el alma desbordada.

SIENNA (sollozando un poco, gritando):
—Despertate porque todavía no nos casamos. Despertate porque… ¡porque quiero ser la madre de tus hijos, carajo!

Una emoción pura se esparció por la sala. No mágica. No divina. Humana. Pero tan poderosa como una supernova. Zadkiel, con lágrimas en los ojos, apenas pudo susurrar.

ZADKIEL (cerrando los ojos):
—No hay fuerza como esta…

Ajatar sonrió, limpiándose una lágrima que no se molestó en ocultar.

AJATAR (sonrisa ladeada):
—La nena tiene agallas…

Jon, conteniendo la emoción con su típico humor, se limpió una lágrima del borde del ojo.

JON (frunciendo los labios):
—Mi hijo es un casanova… y yo le enseñé bien.

Liz, con una mano en el pecho, exhaló lentamente, dejando escapar una carcajada temblorosa.

LIZ (abrazando a Jon):
—Dios… que alguien le dé el Oscar a esta chica…

Gabriel, conmovido como pocas veces se lo había visto, murmuró:

GABRIEL (aplaudiendo lento):
—Ni una espada valdría más que sus palabras…

Y Dios, por primera vez en toda la escena, habló. Con un susurro apenas audible. Pero que retumbó en todo el Reino.

DIOS (asintiendo):
—El amor… El verdadero amor… Es más fuerte que cualquier energía celestial.

Y entonces… algo comenzó a cambiar. El campo de energía alrededor de Zane reaccionó. Sus dedos se movieron. Apenas. Pero suficientes para que Sienna contuviera el aliento. La luz sobre su pecho volvió a pulsar… Una vez. Y luego otra. Y otra. Como el tambor de un corazón regresando del olvido.

Zane flotaba. Suspendido en la nada. Un mar negro lo envolvía, sin arriba ni abajo, sin tiempo ni forma. No había dolor. Tampoco paz. Solo un abismo absoluto. Vacío.

Pero entonces… Uno a uno, como proyecciones sobre una pantalla invisible, los recuerdos comenzaron a irrumpir. La primera imagen: él, solo, apoyado contra una pared del colegio, mientras algunos chicos reían a la distancia, señalándolo. El “raro”, el distinto, el que nadie entendía. Luego, el primer golpe del tipo “pálido” a la salida ese día de lluvia. El primero de muchos. Uno en el estómago que lo hizo doblarse y que nadie vio.




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