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OXÍGENO PURO

 

 

No puedo olvidar lo que oí mientras creí morir sobre aquella embarcación en medio del mar. Las palabras son un torbellino en mi memoria. Quizá sea un síntoma que precede a la muerte o, por lo contrario, es lo que recuerdas cuando vuelves de ella.

La rabia bombea en mis venas al rememorar todo lo que me dijo la Sargento Moren, mientras yo luchaba por vivir y no pude responder.

«Te creía más lista. Me has decepcionado. ¿Sabes? Me molestas… porque eres estúpida. No eres nada sin localizador y sé que no lo tienes. Lo descubrí por casualidad el día que montaste aquel numerito en la consulta del doctor Wills… Y ahora también sin GPS… Niña tonta, has puesto en riesgo tu vida por eso. Eres inútil aquí, débil y un peligro para los demás. No entiendo cómo Marcus te pudo traer. Si mueres…, nos harías un favor a todos».

Sus palabras fueron crueles y creo que ella estaría muy satisfecha si yo no existiera. No comprendo cómo puede odiarme hasta ese punto, se escapa de mi comprensión. No le he hecho nada para provocar y llevar al límite ese odio contra mí. Solo se me ocurre un motivo: los celos, porque estoy con Marcus y ella fue su novia. Pero si pretendía acabar conmigo, le salió mal. Alguien evitó su intención de abandonarme a mi suerte, interrumpiendo su diálogo, y me salvó. Un hombre que no me han presentado, llamado Tian, de ojos oscuros y mirada determinante, cuya presencia desprende un instinto salvaje fuera de lo común.

«Vamos, Lou, quédate conmigo…». Son las últimas palabras que tengo presente dichas por él. Aunque hay algo más que descubrí de mi salvador y da vueltas en mi cabeza, sin embargo, se mantiene fuera de mi alcance y no consigo recordar qué es.

 

Mi mente va y viene.

Va cuando me cubre la oscuridad y con ella la sensación de alivio al no sentir. Algo en mi interior desea eso; dejarse llevar y olvidarlo todo. No existir. Viene cuando impactan sobre mi conciencia unas imágenes congeladas que desfilan por mi cabeza en una rápida sucesión, recordándome quién soy. Son reales y resumen mi vida. Me gustaría que fueran diferentes, pero en este momento mi mente no me permite escoger, obligándome a ver todo aquello que necesita mostrarme.

Reconozco el precioso y próspero lugar donde nací: Solum. Una isla con su peculiar y hermosa laguna. Los habitantes trabajando en los campos rebosantes de trigo y algodón. Las granjas llenas de saludables vacas, cerdos, ovejas, gallinas… Las paradisíacas playas con aguas cristalinas y orillas con arena clara y fina. Los bosques, rodeándonos y protegiéndonos del peligro que nos hicieron creer que existía más allá.

Mi familia. Las miradas llenas de amor que se profesaban mis padres. El rostro de querubín de mi hermano pequeño Max, y la silueta de mi hermano mayor, Aidan, entre los árboles.

Mis amigos… Dai, con sus característicos hoyuelos en las mejillas, y los vivaces ojos de Lilian, ojos que jamás volveré a ver de nuevo. Porque está muerta.

Ante esa visión de ella, deseo la oscuridad, pero mi mente se empecina en seguir mostrándome cosas y las imágenes se reanudan.

Entonces veo a Usler, el gobernador de Solum, relamiéndose al ejecutar tiránicos castigos con su látigo. A los comerciantes llevándose nuestras cosechas en sus barcos, dejando al hambre carcomer nuestros estómagos.

El temblor de mis manos al pensar que la radioactividad me mataría cuando buscaba una salida, cruzando la frontera de los bosques.

El Homenaje, como allí lo nombran, tatuado en las muñecas de los habitantes, haciéndonos creer que era un símbolo de honor y una muestra de adultez, cuando en realidad nos estaban marcando con un código de barras… como si fuéramos reses.

Las mentiras, todo mentiras.

Y las verdades…

Sobre el pasado fragmentado que todavía recuerdan mis padres, viéndose forzados a esconderlo durante todos estos años porque si hablaban de ello el castigo estaba asegurado. Se suponía que no debían recordar, como el resto. Ocultaron lo que sabían, a qué se dedicaban antes de llegar a la isla y de dónde procedían. Porque nadie habla del pasado en Solum. El último que lo hizo fue condenado a muerte.

Todo aquello que mi hermano Aidan y yo hemos callado, como el conocimiento de las letras y los números, prohibidos en Solum, o que el código de barras era una etiqueta enumerativa, que la radioactividad fuera de los límites de nuestro hogar no existía, y que el bosque fronterizo era peligroso únicamente por los millares de minas antipersona que había allí enterradas.

No nos protegían, nos recluían.

No nos homenajeaban, nos marcaban como si fuéramos esclavos de su propiedad.

Sé que no estoy en Solum, porque escapé de allí, aunque con consecuencias. Abandoné mi hogar junto con unos amigos, del mismo modo que mi hermano hizo meses antes: a través del bosque minado. Entonces yo tenía catorce años. Ese día, hui para evitar ser marcada en contra de mi voluntad y encontrar la verdad fuera de las fronteras, con la intención de derrocar el abusivo gobierno de Solum. Han pasado más de tres años y, durante todo este tiempo, no he vuelto a ver a mis padres ni a mi hermano pequeño Max. Eso duele.

La aclamada oscuridad no llega, así que intento abrir los ojos. Pero la debilidad me recorre, impidiéndome realizar cualquier movimiento. Parpadeo unos instantes, lo suficiente para darme cuenta de que están moviendo mi cuerpo. Quién sea lo hace con cuidado y está cambiándome el traje de submarinismo que llevo por otras prendas secas de algodón. Mientras, me limito a lo único que de momento soy capaz: respirar el aire ligero, fresco y saturado de oxígeno.

La oscuridad vuelve y, de repente, maldita sea…, la claridad, como si fuera un resorte, se interpone ante el recuerdo de Matt. Mi compañero en las maniobras de buceo. La última vez que lo vi, estaba luchando por salvar su vida bajo el agua porque alguien manipuló nuestros trajes.



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En el texto hay: juvenil

Editado: 27.11.2020

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