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SOSPECHAS Y DESACUERDOS

 

 

 

 

Salgo de la sala de reanimación y en el pasillo me encuentro a mis amigos, cabizbajos y en silencio. Sus cabezas se alzan en cuanto me ven.

Banda es la primera en abalanzarse sobre mí.

—No sabes cuánto me alegro de verte —murmura contra mi pelo y da un paso atrás para mirarme—. ¿Cómo te encuentras? —me pregunta posando una mano sobre mi hombro.

—Bien, gracias —le digo dando un apretón sobre su mano.

Observo a alguien sonriendo por detrás de ella, es su pareja, Taco, y me guiña un ojo. Conserva sus características rastas en el cabello. Sé que no se acercará más. Es un buen tipo, pero distante con todo el mundo, excepto con su novia.

Banda se aparta cuando ve a Mel aproximase como un torbellino para abrazarme, lo hace con una fuerza impropia de su complexión menuda; un abrazo-oso al que Beth enseguida se nos une. Son mis amigas y también son pareja. Permanecemos las tres unidas como una piña durante unos instantes.

—Rubia…, sabía que saldrías viva —me dice Mel. Sus ojos brillan emocionados.

—¡Eh! Creía que era yo la que la llamaba rubia —la reprende Beth bromeando.

Me río cuando veo la ceja alzada de Mel. Lo cierto es que las dos me llaman así y no recuerdo quién fue la primera en hacerlo. Tengo un tono natural de cabello extraño aquí, muy rubio y casi blanco. Los tintes de color abundan en este lugar. Nunca había visto tantos colores, tatuajes y peinados con cortes tan estrafalarios. Aunque no sabría imaginarme a Beth con otro color de cabellera que no fuera el azul, ni a Mel sin su estilo de corte a lo chico y de tono oscuro.

Una silenciosa presencia a tres metros de distancia hace que mis amigas se aparten con lentitud de mi lado. Es Marcus, tiene el rostro marcado con signos de fatiga. Se encuentra de pie esperando su turno, mientras sus ojos me resiguen. Avanza un paso hacia mí con su atlético cuerpo y eso es suficiente para que mis amigas den un paso atrás con la intención de darnos intimidad. Unos segundos después, me envuelve entre sus brazos. Durante un momento permanecemos así, callados, a pesar de que los dos sabemos que tenemos mucho de qué hablar.

Suspira contra mi cuello y noto su cálido aliento en la piel, justo antes de sentir la presión de sus labios en el hueco sensible de mi clavícula. Un estremecimiento me recorre en forma de temblor. Él debe advertirlo porque, de inmediato, sus manos aprietan mi cintura acercándome más. Cuando se retira, observo que sus ojos mantienen el color azul que tanto me gusta, aunque con un tono apagado. Si los tuviera verdes me preocuparía, porque se vuelven de ese color en los momentos que se enfada o está malhumorado.

—Menos mal que estás viva… —me dice alargando la mirada en mi rostro mientras me acaricia la mandíbula y me cepilla el cabello hacia atrás.

Ese último gesto me incomoda, tengo restos de sal por todo el cuerpo y mi pelo es una masa reseca.

—Siento haberte preocupado —me disculpo—. Perdona si está… algo pegajoso. —Hago ademán hacia mi cabello—. Necesito una ducha —admito con vergüenza, retirándome de su contacto.

—Está bien. Me concedieron permiso para regresar de inmediato a la base, tenemos tiempo. —Me sonríe—. Después hablamos. Te esperaré aquí mismo.

No se irá por un tiempo de la base y ese hecho hace que mi pecho se hinche aliviado.

Observo a mis amigas, apartadas de nosotros y sentadas en las sillas que hay en el pasillo.

—Austin me dijo que a Matt le quedan unas horas todavía para salir —les informo—. Aprovecharé para darme una ducha antes de volver.

—¿Te importa si voy contigo? —me pegunta Banda.

—No, al contrario, te lo agradezco. —Le sonrío aliviada al pensar que estaré más segura de contar con alguien a mi lado por si acaso sufro un nuevo mareo u otro ataque.

—Mientras, nosotras vamos a comer algo —dice Mel refiriéndose a ella y a Beth.

Todas las chicas nos vamos, dejando a Taco y a Marcus haciéndose compañía.

 

Me encuentro en las duchas comunitarias. Es un lugar muy básico, sin separadores ni cortinas, solo surtidores en la parte superior de la pared. En el otro extremo y ubicados en línea, hay unos bancos y colgadores. Estoy intentando lavarme el cabello con el jabón que nos facilitan en la base, pero no suaviza lo suficiente y estoy a punto de perder la paciencia, cuando Banda, que ocupa la ducha contigua, me ofrece un champú. Lo reconozco por la etiqueta, es de color rojo y sé que huele a flores y es maravilloso, porque es el mismo que teníamos en casa de los Linces —un grupo de jóvenes depravados con quienes tuvimos la mala suerte de convivir en el pasado, justo antes de llegar a la base—. Ellos se dedicaban a desperdiciar sus vidas sin hacer otra cosa que jugar con videoconsolas, ver películas, organizar fiestas y beber…, sobre todo esto último. Eso sí, tenían un lugar seguro y cómodo en el cual vivir al que llamaban «Madriguera», y también un líder egoísta que dirigía la banda: Lynx.

—¿Cómo te encontraron los Linces? —le pregunto tomando el champú con un gesto de agradecimiento. Ella se mete bajo el chorro de agua con los ojos cerrados, admiro cómo su magnífica cabellera pelirroja adquiere un tono más oscuro.

—Taco y yo procedemos de una granja situada en una isla. —Me envaro al oírlo, me mira y enseguida especifica—: Nada que ver con Solum. Allí convivíamos en paz. Pero mi familia y la de Taco siempre han vivido confrontadas, nunca aprobaron nuestra relación. —Le devuelvo la botella y asiento, animándola a seguir; ella la coge y empieza a enjabonarse—. Para estar juntos, nos veíamos a escondidas en un pequeño islote cercano, cruzábamos a nado la distancia que nos separaba. Hasta que un día una tormenta nos sorprendió y acabamos en otra playa diferente. Casi nos ahogamos de camino, pero acabamos salvándonos. No sabíamos dónde estábamos, pero la necesidad de cobijo y de comida nos hizo adentrarnos en ese nuevo lugar. No tuvimos suerte en nuestra búsqueda. Dos noches más tarde, los Linces nos encontraron cansados y hambrientos. —Suspira y se aclara el jabón bajo el chorro de agua.



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En el texto hay: juvenil

Editado: 27.11.2020

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