La amargura en el corazón de Auguste aumenta a cada momento, « ¿Cómo es que aun nadie puede proporcionarme la información que necesito?» se cuestiona a cada minuto sin poder evitar la molestia que lo invade al sentirse completamente atado de manos, ha contratado al mejor investigador privado y ni así obtiene el resultado que desea. Lo peor de toda la situación es que el tiempo se agota para él y en cualquier momento puede dar su último suspiro, perdiendo con la vida, toda esperanza de cumplir su promesa. Comenzando a sentir como vuelve a él la amargura de los últimos días, enfoca su mirada en el techo de su habitación, se encuentra demasiado cansado y siente el peso del tiempo sobre sus hombros aumentar a cada segundo. De pronto, la gran puerta de madera tallada que es la entrada a su habitación, se abre dejando ver a su mano derecha ingresar con la bandeja de medicamentos para el hombre.
–Es la hora de sus medicamentos, señor–indica el hombre con tono tranquilo aproximándose hasta el lado de la cama y depositando sobre la mesa de noche la bandeja para poder entregar el vaso a Auguste.
–Lo sé, Clément–responde el hombre incorporándose un poco sobre su cama para poder tomar el vaso que le ofrecen–, ¿Hay alguna novedad?
Clément Boyd es un hombre de cuarenta años delgado, alto, de porte elegante y refinado, de tez moreno claro, ojos de color azul claro, cabello negro con algunos cabellos blancos intercalados, bigote y barba perfectamente recortados. Se ha encontrado al servicio de la familia Mackay desde hace demasiados años, por lo que conoce perfectamente todo lo que sucede, como funciona la casa y hasta los negocios, Auguste confía ciegamente en él y Clément aprecia tanto a Auguste que siempre vela por su bienestar.
–No estoy seguro– responde el hombre al tiempo que sirve un poco de agua en el vaso de cristal y entrega uno a uno los medicamentos mientras el hombre mayor se encarga de ingerirlos–. Hoy llegó una carta pero no tiene ningún dato en su exterior ni sello, nada, únicamente su nombre.
–Déjame verlo–indica con una evidente expresión de desconcierto.
Clément toma el sobre blanco que llevaba en el bolsillo superior de su chaleco y se lo entrega al hombre, quien de inmediato se coloca sus gafas de lectura para poder leer y revisar esa misteriosa misiva. Revisa de manera minuciosa el sobre que aún se encuentra cerrado, encontrando en este únicamente su nombre tal y como le informó Clément, « ¿Por qué esto me resulta tan sospechoso?» se pregunta mirando al frente por un momento, siempre ha tenido un sentido desarrollado, no por nada es un exitoso empresario. Tomando el abre cartas del cajón de la mesita de noche que se encuentra al lado derecho de su cama, se dispone abrir aquel sobre, con cuidado lo abre y extrae el papel que se encontraba en el interior de este, lo desdobla y comienza a leer de manera atenta.
–Señor, ¿sucede algo malo?–cuestiona Clément lleno de preocupación al ver que Auguste lee y relee aquella hoja con evidente confusión.
Los ojos del hombre se cristalizan por las lágrimas que se acumulan en sus cansados ojos, su pulso ha comenzado a acelerarse sin que sea capaz de controlarlo, «Si esto es verdad, si lo es, ¿Sera que has escuchado mis suplicas?» se pregunta mirando hacia arriba. Entrega la hoja al hombre que se ha aproximado al verlo de esa manera, Clément lee la hoja sin creer lo que dice aquella carta, siente una desconfianza inmensa por la facilidad con la que ese anónimo daba esa información.
–Señor, no podemos fiarnos de un anónimo como este–indica con seriedad frunciendo el ceño.
–Lo sé, Clément, llama a Julius–ordena de inmediato Auguste tratando de controlarse, sabe que no puede dejarse guiar por las primeras impresiones–. Pídele que venga de manera inmediata.
Julius Foster es un hombre de veintiocho años, de cabello negro, ondulado y un poco largo, piel morena clara, ojos café oscuro adornados de largas pestañas, cuerpo atlético, de personalidad confiable, realmente brillante y dedicado, dichas cualidades lo han llevado a ser conocido como el mejor investigador privado del último tiempo. Con sus grandes conocimientos en diferentes áreas, como la informática y grandes contactos en diferentes ramas, no hay verdad que se oculte ante sus ojos; sin embargo, con información tan limitada como la que poseía en el caso de Auguste Mackay, le resultaba sumamente complicado llegar a una resolución. Había conseguido seguir las huellas de Renata Mackay pero llegó a un callejón sin salida del cual únicamente podría salir con un poco mas de información, el problema era que ya no tenía más lugares en los cuales buscar información, los hechos se habían suscitado hacia tanto tiempo que encontrar un dato realmente útil, resultaba muy complicado y era precisamente en la obtención de información en la que se encontraba trabajando.
Un par de horas más tarde, en la mansión Mackay se estaciona un elegante vehículo de color negro, de este desciende el elegante Julius Foster, atendiendo la solicitud de su presencia por parte de Auguste, se ha presentado tan pronto como le ha sido posible. Con el estuche de su laptop en su hombro y algunas cosas más que puede llegar a necesitar, se encamina hasta la entrada de la elegante construcción, se anuncia y con tranquilidad, espera hasta que la ama de llaves le abre la puerta, le permite ingresar, y lo guía hasta la sala donde se encuentra Auguste esperándolo lleno de evidente ansiedad.
–Señor Mackay, veo que se encuentra mejor–comenta con una sonrisa, la delicada salud del hombre no es un secreto por lo que verlo fuera de su habitación es una verdadera sorpresa.
–Bienvenido, Julius, en realidad debería estar en reposo pero no podía perder ni un solo segundo más en esa cama, toma asiento, ¿Se te ofrece algo?
–Estoy bien así, gracias– responde colocando sus cosas en el sofá al tiempo que toma asiento para mirar al hombre que ocupa el sofá individual al lado del que ha ocupado Julius–, ¿Qué ha sucedido?
Editado: 08.02.2023