Ilusión Mariposa

Capítulo 18

Un par de días más tarde, llena de nerviosismo y con un sinfín de dudas en su corazón, Arlen arriba hasta la inmensa mansión Mackay, siendo la segunda vez que se encontraba ahí, no pensó que se sentiría tan intimidada por ese lugar. Respirando de manera profunda para llenarse de valor, toca el timbre y espera pacientemente a que abran.

–Señorita, bienvenida–la recibe la misma mujer que abrió la puerta la ocasión anterior cuando Arlen visito ese lugar en compañía de Kirill para una cena.

–Gracias–musita ingresando en la mansión que de día parece ser aun más impresionante.

–Acompáñeme, por favor.

La mujer, al igual que todos los trabajadores de Auguste Mackay fueron advertidos de la posible visita de Arlen por lo que se encontraban preparados en caso de que ella apareciese ahí en cualquier momento. Arlen se deja guiar por la mujer con una pequeña sonrisa en su rostro, no se esperaba ese recibimiento, juntas llegan hasta la sala y la mujer le pide esperar en lo que informa su presencia al señor Mackay, ella simplemente espera de manera paciente, jugando de manera nerviosa con sus manos. Auguste se encuentra en su habitación descansando, debe cuidar su salud más que nunca, no quiere partir del mundo sin tener la oportunidad de tratar y conocer aunque sea un poco a su nieta.

–Puede entrar–responde desde la cama al escuchar los golpes en la puerta de su habitación, la mujer abre e ingresa.

–Señor, la señorita Arlen se encuentra en la sala esperándolo, ¿Le pido que suba?

–No, atiéndela e infórmale que me reuniré con ella en poco tiempo, por favor–indica con un gran brillo en su mirada.

La mujer obedece de manera inmediata y sale de la habitación dejando a Auguste a solas para que pueda prepararse, « Al menos decidió venir, temía que nunca más quisiera saber de mi.» piensa sintiéndose aliviado y con un mejor ánimo se pone de pie y se prepara para poder reunirse con la joven. Arlen espera pacientemente mientras observa detenidamente todo lo que hay frente a ella, inclusive la chimenea llama su atención, los acabados y todo el diseño es de una elegancia abrumadora, todo en ese lugar lo es y ella siempre ha sido tan sencilla que todo le resulta demasiado.

–Señorita, el señor Mackay se reunirá con usted en un momento, ¿Necesita alguna cosa? ¿Algo de beber?

–Oh no, muchas gracias, estoy bien así.

–De acuerdo, si necesita cualquier cosa solo llame, mi nombre es Olga y estoy a su servicio.

–Eres muy amable, Olga, lo tendré en cuenta–responde con una sonrisa agradecida.

Olga se aleja en dirección a la cocina donde aun se encontraba realizando algunos de sus deberes de cada día, Arlen la observa marcharse para acto seguido enfocar la mirada en su regazo sintiéndose nerviosa. Hasta ese momento se había mantenido parcialmente tranquila; sin embargo, ahora que se encontraría nuevamente de frente con Auguste Mackay, esa poca tranquilidad ha desaparecido por completo. Aquel hombre, a pesar de lo cansado que se veía, continuaba siendo un Dios de los negocios, y el aura llena de seguridad que desprendía, conseguía intimidar a cualquiera y ese mismo hombre resultaba ser su abuelo.

–Disculpa el hacerte esperar, cariño–expresa Auguste llegando hasta la sala después de algún tiempo, sacando a Arlen de sus pensamientos.

–No se disculpe, señor Mackay, tengo mi agenda libre y no representa ningún problema esperar.

–No seas tan formal, linda, si no quieres llamarme abuelo, lo entiendo pero al menos puedes llamarme por mi nombre.

–Me resulta un poco complicado pero trataré, estoy aquí porque me gustaría saber muchas cosas, especialmente de mi madre, siempre he tenido muchas preguntas sobre ella.

–Con mucho gusto te hablaré de todo lo que quieras saber, al menos de lo que yo conozca.

–Gracias, por ahora quiero saber, ¿Cómo era ella?

–Mi Renata siempre fue una gran hija, la mejor de su clase, talentosa y brillante, practicaba ballet–comienza a decir Auguste, haciendo una pequeña pausa como si recordara algo–. Aún recuerdo la primera vez que la vi actuar en un recital de danza, Renata tenía un ángel increíble y verdadera luz propia…

Auguste continua hablando de Renata mientras Arlen escucha de manera atenta y sonreía al imaginársela, el hombre relata algunas travesuras que ella solía hacerle, lo mucho que sufrieron tras la muerte de la abuela de Arlen y cómo fue que se volvieron aún mas unidos. Olga se encargó de llevar hasta ellos un antiguo álbum en el que se podían apreciar las fotografías de Renata, desde su infancia hasta su juventud que era precisamente donde Auguste había dejado de ver a su hija.

– ¿Podría quedarme el álbum?–pregunta Arlen  observando una fotografía en la que se puede ver a Renata Mackay sonriendo con un grupo de amigas durante su cumpleaños número quince.

–De acuerdo, linda, puedes quedártelo.

–Muchas gracias–musita con una sonrisa sincera–. Disculpe pero ahora que lo pienso, ¿Por qué se pelearon? Es decir, en el orfanato en el que crecí me dijeron que ella llegó en un estado bastante… desfavorecido, débil y enferma, me dió la vida pero perdió la suya, siendo usted quien es, no encuentro otra explicación que una pelea.

–Tienes razón–responde secando las lágrimas que han escapado de sus ojos, sabía que Arlen terminaría preguntando por la razón que lo hizo alejarse de su única hija–. Ese es un tema muy doloroso para mi, cariño y…

–No tiene que responderme, señor, tranquilo, por favor–suplica preocupada por la salud del hombre al verlo completamente alterado.

–Estoy bien, te responderé pero te pido que no juzgues a este pobre viejo que ha aprendido la lección muy tarde–expresa recomponiéndose y mirando a Arlen, quien asiente manteniéndose atenta a cualquier señal que le indique que debe llevar al hombre al hospital–. Renata era mi adoración, mi única hija y me hacía sentir realmente orgulloso, la tenía en el más alto grado de admiración y estimación, hasta ese día…




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