Emma Bennett.
El frío del suelo de cemento se ha convertido en una constante, algo que ya casi no siento, como si mi cuerpo se hubiera acostumbrado al maldito sufrimiento.
Estoy sentada contra la pared, mis piernas dobladas, los brazos apoyados en mis rodillas.
El tiempo aquí dentro se ha convertido en una niebla interminable, los días y las noches se mezclan en un torbellino de oscuridad.
Al principio, me aferraba a la esperanza de que Lucas y Aiden me encontrarían, que irrumpirían por esa maldita puerta y me sacarían de este infierno.
Pero ahora, después de lo que parecen años de estar encerrada en habitaciones iguales a esta, esa esperanza se ha desvanecido, dejando en su lugar un vacío que pesa más que cualquier golpe.
El "Trajeado", como he empezado a llamarlo en mi cabeza, porque no tiene nombre, solo un traje impecable que siempre parece nuevo, es el único que rompe la monotonía.
Cuando entra, siempre con su aire de superioridad, sé que lo único que quiere es verme sufrir.
No me ha hecho ninguna pregunta, no ha intentado obtener información.
No, para él soy solo un saco de boxeo personal, algo en lo que descargar sus frustraciones cuando el mundo no se pliega a sus deseos.
Trato de levantarme del suelo, pero mi cuerpo se niega a cooperar.
Cada músculo, cada hueso, parece gritar en protesta.
Las heridas en mi cuerpo laten con un dolor constante, recordándome cada golpe, cada patada, cada vez que el
Trajeado ha decidido que mi sufrimiento era más entretenido que su aburrida vida.
Estoy enfadada, con Lucas, con Aiden, con todos ellos.
Los guardias, los idiotas que se creen que no puedo escuchar a través de la puerta, comentan cómo los operativos de búsqueda se cerraron a tan solo un mes de mi desaparición.
Un maldito mes.
¿Eso es todo lo que valgo?
La rabia se apodera de mí y una lágrima caliente se desliza por mi mejilla antes de que pueda detenerla.
No les doy el placer de verme llorar, pero esta vez es imposible.
En medio de mi tormenta interna, escucho pasos acercándose.
Sé lo que viene, siempre lo sé.
La puerta se abre con un chirrido que me taladra los oídos, y el Trajeado entra con su usual aire de suficiencia.
Lleva una bandeja metálica en las manos, y la deja en el suelo frente a mí sin ningún tipo de delicadeza.
La comida en la bandeja parece tan apetitosa como el barro, y honestamente, no tengo idea de lo que es.
Ni me importa.
Miro la bandeja con asco, como si estuviera llena de veneno.
No tengo ninguna intención de comerme esa basura.
Sin ningún tipo de vergüenza o miedo, pateo la bandeja, haciendo que el contenido se derrame por el suelo sucio.
Levanto la vista hacia el Trajeado, desafiándolo con la mirada, mi voz cargada de furia contenida.
—No voy a comerme esa basura —le escupo, cada palabra afilada como un cuchillo.
El Trajeado, por un segundo, pierde su máscara de falso buen humor que ha estado fingiendo durante todo este tiempo.
Me mira con asco, como si yo fuera el insecto bajo su bota en lugar de una persona.
Pero su voz sigue siendo controlada, casi fría cuando responde.
—Haz lo que quieras —me dice, pero noto un leve temblor en su voz, un pequeño indicio de que mi desafío lo ha afectado más de lo que le gustaría admitir.
Luego, sin más, se da la vuelta y sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
El olor de su colonia, fuerte y empalagoso, se queda en la habitación, haciendo que mi estómago revuelva.
Si tuviera algo en el estómago, lo vomitaría, pero está vacío, como todo lo demás dentro de mí.
Me quedo sola de nuevo, en la penumbra, con el eco de mis pensamientos y el olor persistente del Trajeado.
La ira todavía arde en mi interior, pero también hay algo más, algo que me carcome lentamente.
¿Realmente han dejado de buscarme? ¿Realmente Lucas y Aiden me han dado por muerta?
No, no puedo creerlo.
No debo creerlo.
Pero por más que intento aferrarme a algún atisbo de esperanza, la oscuridad sigue consumiéndome, y el dolor se convierte en mi única compañía fiel.
Aquí, en este lugar donde el tiempo no existe, la única certeza es que estoy sola.
Y si ellos no vienen a buscarme, entonces tendré que encontrar la manera de salir por mí misma.
Pero por ahora, solo puedo esperar... y sobrevivir.
...
Estoy mirando un punto fijo en el suelo, el mismo rincón sucio que he observado durante lo que parecen ser siglos.
Me concentro en no pensar, en no sentir, pero entonces el sonido que rompe el silencio me trae de vuelta al infierno en el que estoy atrapada.
Son disparos, y los reconozco al instante.
Al principio, suenan lejanos, como si vinieran de otro mundo, pero luego empiezan a acercarse, cada vez más fuertes, cada vez más cercanos.
Mi corazón comienza a acelerarse, cada latido una cuenta atrás.
De repente, el suelo tiembla debajo de mí, y una explosión sacude las paredes.
La puerta se desploma con un estruendo, y una ola de calor me golpea la cara.
Miro hacia lo que solía ser la entrada de esta prisión, y veo que todo afuera está envuelto en llamas, el fuego devorando todo a su paso.
Intento levantarme, pero mis piernas no responden, así que, desesperada, me arrastro hacia la salida.
Apenas logro moverme unos centímetros antes de que el humo empiece a llenar la habitación, espeso y sofocante.
Incapaz de continuar, me encojo en el suelo, cubriéndome la cabeza con los brazos, esperando lo inevitable.
Los disparos se hacen más cercanos, resonando como truenos justo afuera de la puerta, y los pasos se acercan.
Estoy segura de que es el final, que finalmente El Trajeado ha decidido acabar con esto, pero entonces veo algo que no esperaba.