Imperio de el destino

3

Aidén Sullivan

Dos días.

Han pasado dos días desde que logramos sacar a Emma de ese infierno, y cada minuto que he estado en esta casa ha sido una batalla contra mí mismo.

Estoy en el despacho, a un par de metros de su nueva habitación en la planta baja, porque la última cosa que necesita es subir y bajar escaleras.

Lucas se encargó de eso.

Yo, en cambio, estoy intentando enfocarme en estos papeles, pero es inútil.

Mi mente está ahí, en la habitación de al lado, con Emma.

Miro la pila de documentos en mi escritorio, pero las palabras parecen disolverse frente a mis ojos.

No puedo dejar de pensar en ella, en cómo estaba cuando la encontramos, en cómo está ahora.

Quiero levantarme, entrar ahí y asegurarme de que realmente está bien, pero sé que necesita descansar.

Después de todo lo que ha pasado, necesita dormir, necesita tiempo.

Pero el solo hecho de estar tan cerca de ella y no hacer nada me está matando.

Me repito que es por su bien, que debo darle espacio, pero cada segundo que pasa me siento más y más inútil.

El silencio es casi asfixiante, cuando de repente, un grito rompe la calma.

Un grito que proviene de la habitación de Emma.

Mi corazón da un vuelco, y antes de darme cuenta, ya estoy de pie, saliendo del despacho a toda velocidad.

Mi mano casi arranca la puerta cuando entro en la habitación.

La encuentro en la cama, moviéndose frenéticamente, como si intentara sacudirse algo invisible.

Está atrapada en un maldito sueño.

Mi pecho se aprieta al verla así, y me toma un segundo demasiado largo reaccionar.

—Emma... —mi voz sale más suave de lo que pretendía.

Me acerco rápidamente, sujetándole las muñecas con firmeza, pero con cuidado, lo suficiente para que deje de moverse sin hacerle daño.

Ella sigue atrapada en ese lugar oscuro en su mente, lágrimas deslizándose por sus mejillas.

Me duele verla así, tan vulnerable.

—Shh, Emma... es solo un sueño —le susurro, tratando de tranquilizarla—. No es real. Estoy aquí, estás a salvo.

Sus ojos se abren de golpe, y lo que veo en ellos me parte el alma.

Miedo puro, una soledad tan profunda que me deja sin aliento.

Emma me mira, pero parece que no me ve.

Es como si estuviera en otro lugar, lejos de aquí.

La suelto, y ella se incorpora bruscamente, sus ojos recorriendo la habitación con desesperación.

Se ve horrible.

No hay otra forma de decirlo.

Está pálida, con ojeras tan marcadas que parecen heridas, y su cabello está enredado, pegado a su frente por el sudor.

Lleva puestos esos pantalones de pijama que tanto le gustan, con esos estampados infantiles que siempre me han hecho sonreír.

Con la camiseta es de Lucas, algo que él insistió en que usara para que sus heridas se curen mejor.

Emma parece estar nadando en ella, el tejido colgando suelto sobre su figura delgada.

—Emma... —mi voz tiembla un poco, y me maldigo internamente por eso.

Me siento en la cama a su lado, sin pensarlo, y la agarro, apretándola contra mi pecho.

Siento cómo sus sollozos rebotan contra mí, cada uno como un puñetazo directo a mis entrañas.

—Pensé... pensé que me habían dejado de buscar —dice entrecortadamente, y sus palabras son como un cuchillo retorciéndose en mi estómago—. Me dijeron que ya no me buscaban, que se habían dado por vencidos...

La rabia que siento es casi abrumadora.

¿Cómo se atrevieron a decirle eso?

Pero no le dejo ver mi enojo.

En lugar de eso, la aprieto más contra mí, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.

Su aroma a frutos secos me envuelve, y me esfuerzo por mantener la calma.

—Jamás habríamos dejado de buscarte, Emma —le digo con una convicción que espero sea suficiente para borrar cualquier duda—. No lo hicimos durante dieciséis años, y no íbamos a hacerlo ahora. Nunca.

Ella asiente, sin separarse de mí, y poco a poco, siento cómo su cuerpo se relaja.

Cuando me doy cuenta de que se ha vuelto a quedar dormida, intento separarme con cuidado para no despertarla, pero justo cuando estoy a punto de salir, escucho su voz.

—Aiden...

Me detengo en seco y me doy la vuelta.

Emma me está mirando, los ojos medio abiertos, luchando por mantenerse despierta.

Se ve tan frágil, tan... poco común en ella.

—Quédate conmigo —me pide, su voz apenas un susurro.

No necesito pensarlo.

Cierro la puerta, dejándola encajada, y vuelvo a su lado, sentándome en la cama.

Ella se acomoda contra mi pecho, apoyando su cabeza sobre mí, y yo la envuelvo con mis brazos, asegurándome de que se sienta segura.

—Solo hasta que te duermas —le digo, aunque sé que es mentira.

Porque mientras ella necesite que me quede, no pienso moverme de aquí.

Emma duerme profundamente, pero sus manos están apretadas con fuerza en mi camiseta, como si incluso en sueños necesitara asegurarse de que estoy aquí, de que no me voy a ir a ningún lado.

Me encuentro incapaz de apartar la mirada de ella.

No sé cuánto tiempo llevo así, si han pasado minutos, horas, o todo el día, pero me siento como un ancla, asegurándola a este lugar, a esta realidad.

Observarla dormir debería ser algo simple, pero verla tan frágil, tan mal, hace que mi pecho se sienta pesado.

De repente, la puerta se abre despacio, y Lucas asoma la cabeza, probablemente para asegurarse de que todo está bien.

Lo fulmino con la mirada antes de levantar un dedo hacia mis labios, indicándole que ni se le ocurra hacer ruido.

Lucas me observa, sus ojos pasando de mí a Emma, y veo cómo se sorprende.

Apuesto a que no esperaba encontrarme aquí todavía.

Sin embargo, no dice nada, solo asiente antes de marcharse en silencio, cerrando la puerta tras de él.

Finalmente, miro el reloj en mi muñeca.



#5953 en Novela romántica

En el texto hay: #mafia, #secuestro, #primos

Editado: 12.11.2024

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