Aidén Sullivan
El viento me golpea en la cara, helado, y es lo único que me mantiene conectado a la realidad en este momento.
Estoy de pie en la puerta de la casa, fumando un puro mientras observo el cielo oscuro salpicado de estrellas.
El humo asciende en espirales, disipándose en la noche, pero ni siquiera la satisfacción de fumar me ayuda a calmar la tormenta en mi interior.
Lucas está con Emma ahora, porque sé que si entraba en esa habitación con ella, no podría mantenerme en control.
Me conozco lo suficiente como para entender que podría hacer algo que no debo, algo que ni ella ni yo estamos preparados para enfrentar todavía.
Respiro hondo y aprieto el puño libre, intentando contener la rabia que bulle bajo la superficie.
La imagen de la herida en su costado sigue grabada en mi mente, una visión que dudo mucho que alguna vez pueda borrar.
Es más que una simple herida física, es un recordatorio de mi fracaso en protegerla, y la culpa que siento es como un peso constante en mi pecho.
Sé que esa herida le dejará una cicatriz, algo que la marcará para siempre, y no puedo evitar sentirme responsable.
Lucas y yo hemos dejado a Viktor en un infierno que apenas acaba de comenzar.
Los rusos nos lo entregaron como una ofrenda de paz, pero sé que para mí, esa paz no llegará hasta que me asegure de que Viktor pague cada segundo de sufrimiento que le causó a Emma.
Lucas se está ocupando de él ahora, pero sé que cuando él se dé por satisfecho, será mi turno de encargarme del resto.
Ya tengo todo planeado, y cada vez que pienso en lo que le haré, una parte de mí se siente un poco más en paz.
El sonido de pasos me saca de mis pensamientos, y cuando levanto la vista, veo a Lucas acercándose.
Frunzo el ceño, no esperaba verlo salir tan pronto.
Lucas me devuelve la mirada, con una mezcla de cansancio y entendimiento en sus ojos.
—Preferí salir de la habitación antes de que me eches, como siempre lo haces —dice, su tono es serio, pero hay un atisbo de humor en sus palabras.
Asiento, sabiendo que tiene razón.
—¿Se ha quedado dormida? —le pregunto, esperando que por fin haya encontrado algo de descanso.
Lucas niega con la cabeza, y una maldición en silencio cruza por mi mente.
—Está viendo una película en la televisión, aunque le dije que debería dormirse.
Apago el puro en el cenicero que está junto a la puerta y decido entrar en la casa.
No digo nada más mientras camino hacia la habitación de Emma, mis pasos son silenciosos pero decididos.
Cuando llego y la veo, siento cómo la irritación se despierta en mí.
Emma está recostada en la cama, con el control remoto en la mano, pero lo que más llama mi atención es la camiseta que lleva.
Es un pijama ridículo de unicornios, demasiado ajustado a su costado, justo donde la herida aún no ha sanado completamente.
No puedo evitar fruncir el ceño, molesto tanto por la elección de ropa como por la evidente incomodidad que le debe causar.
Ella nota mi mirada y voltea los ojos.
—Manché la camiseta de Lucas con sangre —dice, como si eso explicara todo—, así que me puse la camiseta más ancha que tenía.
Resoplo, casi sin poder creerlo.
—Podrías habérmela pedido a mí —le digo, sintiendo una ligera punzada de celos absurdos.
Emma me mira sorprendida, sin saber qué responder.
No espero una respuesta, simplemente salgo de la habitación y me dirijo a la mía.
En cuanto entro, abro el ropero y saco una de mis camisetas, una de esas que sé que le quedará bien, cómoda y suelta.
Camino de regreso a su habitación, y cuando llego, le tiendo la camiseta sin decir una palabra antes de sentarme en la silla junto a su cama.
Ella me mira con esa mezcla de sorpresa y agradecimiento que siempre logra desconcertarme.
—No hace falta —dice, como si eso fuera a cambiar mi decisión.
La fulmino con la mirada, y ella finalmente se rinde, voltea los ojos y murmura algo sobre mirar hacia otro lado.
Lo hago de inmediato, dándole la privacidad que sé que necesita, pero cuando me da la señal de que puedo volver a mirar, me encuentro con una visión que no esperaba.
Emma está ahora usando mi camiseta, y le queda sorprendentemente bien.
Es una camiseta negra, demasiado grande para ella, que le cubre hasta la mitad de los muslos.
Las mangas le llegan casi hasta los codos, y la tela cuelga holgadamente de su cuerpo, ocultando las vendas y la herida que tanto me preocupa.
Pero hay algo en la forma en que la camiseta cuelga de sus hombros, en cómo le queda, que hace que mi corazón se acelere.
Es como si verla así, usando algo mío, despertara algo primitivo dentro de mí, una necesidad de mantenerla cerca.
Es una imagen adictiva, y en ese momento sé que no quiero que sea la única vez que la vea así.
Emma se acomoda en la cama, y yo me quedo ahí, observándola en silencio, con una mezcla de deseo y culpa.
No sé cómo manejar estos sentimientos, pero sé que haré todo lo posible para asegurarme de que nunca vuelva a necesitar otro pijama que no sea el mío.
...
El coche se detiene frente a uno de mis almacenes, un edificio anodino en el exterior, pero con secretos oscuros bajo su superficie.
Me bajo del vehículo con una calma que roza lo inquietante, aunque sé que Lucas puede percibir lo que realmente arde en mi interior.
Apaga el motor y me sigue en silencio, ambos avanzando hacia el interior del almacén con la misma determinación.
Estoy ansioso por cumplir mi venganza, por acabar con la escoria rusa que se atrevió a ponerle un dedo encima a Emma.
El eco de nuestros pasos retumba en el pasillo hacia las celdas subterráneas.
Me sorprendo al ver a Ethan parado frente a la celda de Viktor, cruzado de brazos y con una expresión de desdén.