Aidén Sullivan
Salir de la habitación me hace sentir como el maldito hombre más suertudo del mundo.
No puedo dejar de sonreír mientras camino por el pasillo, recordando cómo ha sido despertar con Emma profundamente dormida, pegada a mi pecho, como si perteneciera ahí.
Es una imagen que no puedo sacar de mi cabeza ni aunque lo intente.
Su respiración tranquila, su cuerpo pequeño y suave contra el mío, y esa paz que irradia... joder, nunca he sentido algo así.
Me siento condenado y bendecido al mismo tiempo.
Al llegar a la cocina, trato de disimular la sonrisa al encontrarme con Lucas, pero no puedo evitar que una leve curvatura quede en mis labios mientras agarro el desayuno que la cocinera ha preparado.
Lucas, con su mirada escrutadora, no tarda en notarlo.
Se que no va a perder la oportunidad de hacer un comentario.
Mientras lleno los platos, Lucas sueta, con ese tono medio burlón que siempre usa cuando intenta picarme
-Parece que te has divertido anoche, Aiden.
Lo miro con la peor cara que puedo poner, una advertencia para que se callara, pero no diga nada.
No tengo ganas de darle explicaciones, ni a él ni a nadie.
Tomo los platos y cuando paso por su lado para regresar a la habitación, Lucas me frena, colocándome una mano en el hombro.
-No me voy a entrometer, Aiden -dice, su voz más seria de lo habitual-, pero no le hagas daño.
Me detengo, sintiendo cómo la molestia sube por mi pecho.
Me giro para mirarlo con una mezcla de enfado y frustracion.
-¿Sigues creyendo que esto es un maldito juego para mí? ¿O piensas que tengo otras intenciones?- pregunto, sin ocultar la dureza en mi voz.
Lucas niega lentamente, sus ojos fijos en los míos.
-No la cagues con ella, Aiden. Solo eso.
Me quedo mirándolo por un segundo más, con una mezcla de rabia y preocupación.
¿Qué demonios cree que sabe él?
Pero en lugar de responder, salgo de la cocina, ignorando sus palabras.
No tengo tiempo para eso.
Cuando vuelvo a la habitación y abro la puerta, la imagen que encuentro me deja obsesionado.
Ahí esta Emma, acostada en mi cama, con una de mis camisetas cubriéndole apenas hasta los muslos, y sus piernas desnudas estiradas sobre las sábanas.
Esta tan absorta en su teléfono que no se da cuenta de que he entrado.
Su cabello esta revuelto de una manera que sólo lo vuelve más atractivo, y la camiseta, que en mí es ajustada, en ella cuelga holgadamente, exponiendo un hombro desnudo que me hace desear más de lo que ya tengo.
Es una visión de calma y belleza, completamente diferente de todo lo que he visto antes, y en este maldito instante que no quiero apartarme de esta imagen nunca.
Emma levanta la mirada, notando mi presencia, y deja el teléfono a un lado antes de sonreírme, una sonrisa que me atraviesa como una bala.
Podría morir en este maldito momento de felicidad.
Cada vez que la veo, siento como si una parte de mí, que ni siquiera sabía que existía, se encendiera.
Me acerco, dejo los platos sobre la mesa y me siento a su lado en la cama.
-Buenos días, dormilona -murmuro, inclinándome para darle un beso en la frente, una muestra de afecto que apenas me reconozco.
Emma sonrie, esa sonrisa que podría desarmar a cualquiera, y se estira, como un gato que acaba de despertarse de una siesta placentera.
-Buenos días -responde, con una voz suave, aún adormilada- ¿Qué tal tu excursión a la cocina?
-Productiva, aunque me encontré con Lucas- respondo, quitándome la camiseta y quedándome con el torso desnudo-. Pero olvidémonos de eso, traje el desayuno.
Emma se incorpora un poco, interesada en la comida, pero aún más en mí.
No puedo evitar sonreír al ver su expresión.
-¿Ya estás cansado de mí? -pregunta, fingiendo ofenderse.
Me echo a reír, una risa que r en lesuenaa habitación.
La idea de cansarme de Emma es ridícula, y ambos lo sabemos.
-Podría pasar el resto de mi vida así y no sería suficiente -respondo, casi sin pensar, pero lo siento en cada fibra de mi ser.
Me acerco, dándole un beso lento y profundo, como si tratara de transmitirle todo lo que siento, todo lo que no se cómo expresar con palabras.
Cuando me aparto, veo esa chispa de felicidad en sus ojos que me hace sentir que todo vale la pena.
-Anda, come -digo, entregándole uno de los platos-. Necesito que tengas fuerzas para aguantarme todo el día.
Emma rie y acepta el plato, mientras comienza a comer, no puedo evitar quedarme mirándola, cada bocado, cada gesto.
Mi vida jamas volvera a ser la misma, y no puedo estar más agradecido por ello.
...
Me encuentro en la sala de juntas de una de mis propiedades, un lugar que solía inspirar terror en quienes eran llamados a comparecer.
La decoración sobria y la iluminación tenue hacen que el ambiente sea aún más sofocante, justo como quiero.
Miré al desgraciado que esta frente a mí, un hombre que, a pesar de la palidez de su rostro y el sudor en su frente, intenta mantenerse firme.
Su error es imperdonable.
La mitad del cargamento de armas no ha llegado.
Algo así no solo me hace quedar mal, sino que pone en riesgo operaciones más grandes y, peor aún, mi reputación.
Mientras el idiota habla, finjo que estoy interesado en sus excusas.
Asiento lentamente, como si realmente estuviera considerando sus palabras, pero en realidad, lo único que me importa era ver hasta dónde llega con sus mentiras antes de que se de cuenta de lo jodido que esta.
Cuando finalmente se queda callado, me levanto de mi silla, y me acerco a él con calma, disfrutando del miedo que comienza a dibujarse en sus ojos.
—Dime, ¿crees que tus excusas van a hacer aparecer de la nada las armas que faltan? —le pregunto con una voz tan suave que casi suena amigable.