Hay días que las emociones ganan por goleada a la razón, y me sobreviene lo que denomino «mal de mundo». Y entonces pido al cerebro y al espíritu que hagan un buen puñado de horas extras.
Jordi Clotas, 2010-2016, 365 frases que me desdicen
Desde que tengo uso de razón y una mínima capacidad para comprender la palabra escrita, suelo torturar a los libros que caen en mis manos con un interrogatorio breve, conciso y directo. Lo primero que les pregunto —pura arrogancia— es qué me van a explicar que ya no sepa. Lo segundo que les exijo es que me transporten hacia esa comarca hermosa del continente humano llamada empatía. Y ya puestos a pedir a una historia que se corone ante mí cum laude, la reto a que me conmueva y agite sin contemplaciones un buen puñado de mis emociones más esenciales. Huelga decir que en el universo editorial al final son muchos los llamados y pocos los elegidos. Y me complace confesar que éste es precisamente uno de ellos.
Lo que se presenta a priori como un docudrama, con un formato más cercano al ensayo y al libro práctico que a la narrativa, se va transformando sin paliativos ni concesiones en el diario de a bordo de una experiencia fascinante. Un viaje con aire de thriller, cuyo trayecto se va poblando de seres mitológicos y engendros macabros, nos cuenta las tribulaciones de unos padres cuya vida se altera hasta límites insospechables cuando deciden abordar un objetivo tan aparentemente sencillo como… traer un hijo al mundo.
De la mitología de la tortuga —bella metáfora, más o menos consciente, de la longeva lentitud de un proceso que llega a momentos de desesperante parálisis— a la del pingüino —ese ser que habita en las gélidas tierras de recónditos
paraísos boreales olvidados por el hombre—, pasando por la intuición del perro, el más fiel amigo del hombre, que anticipa el desenlace de una trama compleja, estremecedoramente humana. Y quiere el azar además que el nombre del perro, Fénix, nos ponga sobre aviso de la cantidad de cenizas y esperanzas quemadas de las que los protagonistas se verán obligados a resurgir. Y entre esa tortuga que parece no tener prisa, ese pingüino que se lleva sin aviso la solución al frigo y pasa de remedios alternativos y el perro que sabe que le acaba de llegar al mundo una férrea competencia, nuestros dos protagonistas.
Víctimas y héroes, derrotados y vencedores, nuestra pareja pasea por el siempre complejo laberinto de las traidoras emociones, a menudo enemigas de la razón, del sentido común, de los mínimos de cortesía, del crédito acumulado por la experiencia positiva del vivir… Y es que entre otras muchas cosas, esta historia nos habla de los dos grandes enemigos de la felicidad: lo que se tiene y corre riesgo de perderse y lo que no se tiene y se desea a cualquier precio. Pero también nos habla del tesón, de la voluntad humana, de la fe, de la capacidad de lucha, del poder de sobreponerse a una adversidad que parece no querer tomarse ni unas vacaciones… y por encima de todo del triunfo del amor sobre cualquier especie de contratiempo y tribulación.
Esta es la historia de Vanessa y Pedro, y viceversa. Estamos ante un relato escrito a cuatro manos, dos voces, dos cerebros y dos corazones. Honesto, directo, sin algodones, con momentos radicalmente crudos y sin remilgos. No hay concesión alguna a la ocultación: el dolor es superlativo, la denuncia es clara y directa, el sentimiento se sirve sin aderezo… Asistimos a una vida emocional sin mediaciones, con una espontaneidad en ocasiones hiriente en su sinceridad, pero por ello con un incalculable valor de veracidad incontenida. No hay espacio para esteticismos ni falsas consideraciones ante un sistema de creencias en el que, paradójicamente, ocultamos con la misma precisión tanto la inexorabilidad de la muerte como los contratiempos ante esa empresa natural que consiste en perpetuar la especie y traer hijos al mundo.
No será que la Naturaleza no nos esté poniendo sobre aviso de que algo no anda bien en nuestra especie. No será que nuestros protagonistas no nos advierten del daño infligido por un sistema entestado en ocultar el drama de tantas parejas que pasan por este mismo trance que nuestra pareja. No será que no deja claro el libro que seguimos ante la asignatura pendiente de una urgente campaña de sensibilización global sobre este tema, desde las familias de los afectados hasta el personal médico. Sí, definitivamente algo —mucho— no anda bien.
Quizá este sea el valor principal de este libro: su capacidad para arrancarnos de un zarpazo de nuestra zona de confort para arrastrarnos hasta el epicentro de un drama que tiene lugar diariamente en miles de salas de hospital y dormitorios. Quienes quieran continuar pensando que toda esta tragedia personal es algo llevadero y sean especialmente sensibles al dolor ajeno, mejor que se ahorren la lectura de este libro. Porque duele; porque las verdades salen de la mano de sus protagonistas sin filtros; porque destapa una realidad sobre la que muchos han decidido seguir pasando de puntillas y mirando hacia otras ficciones más lúdicas y falsamente reconfortantes. Hay demasiados momentos sublimes en esta tragedia que podrían no dejar indiferente a nadie, y no todo el mundo está preparado para ocupar ese a menudo incómodo lugar del otro, y a éstos les recomiendo continuar recostados en las dormideras de su alienación para evitarse llagas en el espíritu del “nosotros”.
Del humor al amor; de la rabia a la resignación; de la tristeza a la euforia; la comunicación; la serenidad; el desequilibrio; la ira; la pérdida de referentes… Todo ello va conformando el escenario de un relato único, narrado en carne viva, que nos arroja en mitad de un país hasta ahora desconocido por el que el libro, de la mano de sus dos valientes autores, nos va a enseñar a transitar.
Ahora sólo basta atreverse a ello, no dejarse atrapar por el remordimiento y poner las bases para empezar a cambiar las cosas. Ahí radica quizá el secreto para aplanar un angosto camino que nuestros protagonistas y narradores están a punto de explicarnos con todo lujo de detalles y sin tapujo ni complejo alguno.