En ocasiones siento que yo también necesito un psicólogo. Estoy un poco cansado de la rutina de todos los días venir al consultorio, dar las terapias que mis clientes buscan sin saber si son las que merecen o las que esperaban; llegar a mi casa luego de un largo día de trabajo, besar a mi mujer en la frente, porque después de veinte años de casados ya me aburrí de sus labios. Me siento agotado de que todas las noches solo quisiera un poco de soledad, ir al bar y charlar con los amigos, pero ya casi no puedo ni… Entonces aparecen mis hijos “papi, papi, vamos a jugar…”, pero hasta de eso me aburrí, aunque los ame con toda mi existencia, de vez en cuando son bastante sofocantes. Jamás he hablado de mis hijos con nadie, son gemelos, ambos son hiperactivos y siempre están deseando que yo tenga tiempo libre para jugar y brincar y llevarme a brincar con ellos, pero a veces me canso de brincar, de acostarme con mi mujer todas las noches, de escuchar a mis pacientes, de diagnosticarles algún trastorno, recetarlos… Siempre me han dicho que soy una buena persona, un buen padre, quizá el mejor psicólogo de Occidente, no cobro muy caro y…
Pero qué diría la gente si supiera de que después de tanta rutina, mi secretaria se convirtió en esa salida que tanto necesité en algún momento, que por culpa de ella ya no quería más noches con mi mujer, sino todas con ella, se llama Victoria, una muchacha de 25 años, estudia Psicología en la Universidad de Costa Rica, preciosa, con un cuerpo espectacular. Sin embargo, ya hasta el calor de su cuerpo tanto pequeño recostado a mi lado y el sabor que tiene toda su juventud, también se me volvió rutina. ¿Y a quién voy ahora? Después de que mi mujer se enterara de que mi secretaria me daba su cuerpo a cambio de algo de experiencia en el área de la psicología y yo me vendía sin ningún precio a una joven que se obsesionaba con los hombres casados y que por culpa de esa mujer cuya inmadurez no la conducirá a ser la psicoanalista que tanto desea ser, y por culpa de mi estupidez por dejarme llevar por mis impulsos, por el deseo de una joven inocente que sin dinero necesitaba trabajo y le ofrecí ser mi secretaria a cambio de unos colones y luego se convirtió en mi más frecuentadas fantasías, causas inmediatas de un divorcio que desde hacía mucho tiempo se veía venir, por culpa también de la rutina, de mi mujer que siempre vestía de la misma manera, cada vez más gorda e indeseable, o mis hijos que no me dejaban tener un rato libre.
Hoy la joven psicoanalista atiende en otro lugar y se casó con otro muchacho que conoció en la universidad y a mí me dejó encerrado en un mundo más complejo, más cotidiano del que tenía antes, con unos hijos resentidos de por vida, sin mi gorda y sin sus tortillas ni su gallo pinto que eran los mejores que jamás probé en ningún desayuno. MI depresión me condujo a cerrar por un mes el consultorio, me importó un carajo mis deudas y una pensión alimenticia que me encerró en la cárcel por dos meses hasta que mi hermano me sacó de ahí. Y hoy soy todo un rutinario nuevamente, solo en mi apartamento, atendiendo pacientes, casi sin amigos, pues los de la iglesia se decepcionaron tanto de mí por mi adulterio que decidí dejar de frecuentarlos; sin esposa, sin mis gemelos con quienes brincar en el trampolín, jugar al fútbol, llevarlos los domingos al Morera Soto a ver a la Liga. Estoy prácticamente muerto, consumido en una vida que me gané y hoy que soy doctor en psicología, con un pensamiento freudiano bastante arraigado, prefiero encerrarme en mi oficio y quedarme aquí en el consultorio, esperando un caso que me apasione y me lleve de vuelta a aquellos días que tanto extraño, en los que los días no me alcanzaban ni tampoco los oídos para escuchar al paciente con trastornos psiquiátricos sumamente interesantes que me encantaba tratar.
- ¿Buenos días? – Una voz que hablaba del otro teléfono que localizaba el consultorio.
- Buenos días, habla con el Dr. Alberto González. ¿Qué desea?
- Necesito una cita para mi hijo, lo noto muy raro últimamente y quería saber si usted me lo puede atender, a usted me lo recomendaron, me dijeron que era un muy buen psicólogo y no cobra tan caro.
“Un psicólogo recomendado que por falta de auto terapia perdió a su familia”… me dije a mis adentros.
- Sí, claro…- contesté- sería para el sábado en la mañana. ¿Cuál es su nombre? Lo ocupo para anotarlo aquí en mi agenda.
- Yo soy Julia, mi hijo se llama Kevin…
Me pareció extraño que me llamaran a mí y no llevaran al niño al hospital o algún otro lugar, yo jamás había tratado a un niño, estaba acostumbrado a prever suicidios, darle terapia a personas con leves o graves cuadros de ansiedad… El caso más interesante fue el de un obsesivo compulsivo que siempre que salía de mi consultorio, se devolvía para lavarse las manos, pues pensaba que lo podían afectar las bacterias supuestamente habidas en el llavín de la puerta… Pero jamás un niño, eso no era para mí, soy especialista en psiquiatría y neurólogo, pero jamás psicología infantil; si lo fuera, sabría cómo hacer que mis hijos, quienes hoy están en su adolescencia teniendo bajas calificaciones en el colegio y siendo los reyes de la fiesta y el Bullying en el colegio, me perdonaran por haberlos abandonado y traicionado a su madre y a la olla de carne que a toda la familia nos encantaba todos los domingos después de la iglesia.