Me atormenta el silencio, pícara circunstancia que aumenta el delito.
El delito de quererte, de pensar en el pasado, de revivirlo sin ninguna pausa entre ambos. El ansia de estar juntos, de quererte sin olvidar quienes somos, de ser nosotros.
La vida es una tormentosa existencia, con sus pequeños minutos de calma y sus largas horas de espantosos truenos.
Sueños que se ven interrumpidos a mitad de la noche por un estruendo muy poco común, sueños sin final feliz, sueños sin ser soñados.
Es la hora punta de tomar café y el roce de la blanca taza con su plato de porcelana oculta la angustia de no poder huir, de solo poder desconectar para pensar.
Es la hora punta de la tranquilidad física y de la revoltura psicológica donde el cuerpo es un estado blanco, tranquilo, lleno de sueños y la mente es un gran valle de tormentas, pasado y ansia.
Te quiero como nunca me he querido a mí misma, una pena que nunca te lo llegue a demostrar como de verdad quisiera.
Acabaré hundida en silenciosos truenos llenos de una luz oscura, abrumando sueños tranquilos sin finales felices ocultos en una simple sonrisa capaz de engañarlos a todos.
Las miradas vacías son capaces de llenarse con la simple facilidad de la mentira, esa comodidad que utilizamos todos para no explicar lo que de verdad sentimos, esa que nunca es capaz de llenarnos, solo de hacernos sentir huecos.