*Miranda*
Entré a mi habitación. Estar de vuelta en este lugar me hizo sentir un poco nostálgica. La pared llena de hojas de papel impreso y esos garabatos de arte lineal, me acorde de Fernando. De aquella vez que lo traje a conocer la ciudad aquel fin de semana. ¿Dónde estaba él en este mismo momento? Lo había dejado en mi casa, allá en San Francisco. ¡Le encargue mucho la granja y a los muchachos!
Pase al sanitario, orine un poco, acicale mi rostro y quise estar en fachas el resto del día. Me quite la ropa, camine hasta el clóset en ropa interior y abrí las puertas. Me puse un pantalón de algodón gris y una playera holgada blanca. Aunque me sentía algo cansada, preferí solo lavarme la cara, el agua fría ahuyento el sueño y así podría aparentar que seguía estando en guardia.
Escuché que mi celular empezó a sonar con el tono de llamada.
—Acabo de terminar la reunión. ¿Sigues en el hospital?
—No. Hace como veinte minutos que regresamos a casa. Dieron de alta a Emilio y ya estamos de vuelta.
—¡Orales! Eso fue muy rápido. ¿Cómo está él?
—Está muy tranquilo. Yo supongo que se siente feliz de ya no estar en el hospital —sonreí—. Es muy aburrido estar limitado a una cama. ¡Él no lo soporta!
—Creo que nadie puede querer permanecer mucho tiempo en una cama de hospital.
—¡Ya sé! Eso sería algo que no le deseo a nadie. No me gusta ver la tristeza de Emilio.
Hubo un breve silencio entre nosotros.
—¿Ya comieron?
—Sí, en eso andamos. Les compré cemitas. Emilio tenía antojo y decidí invitar al nuevo chofer a que se quedara a comer.
—¿De verdad invitaste al nuevo empleado a tu casa?
—Sí.
—¿Es bueno en su trabajo?
—Todo indica que sí. Aunque estaba un poco nervioso al principio, pero lo he convencido de que estamos en confianza y al final accedió a venir. ¡Ya sabe que soy su jefa!
Me pareció escuchar una risita por parte de Édgar.
—Cuando le hicieron la entrevista de trabajo, dijo que era su primer empleo y que necesita el dinero.
—Qué bueno que lo contrataste. Alex parece ser un buen chico. Respetuoso y algo tímido.
Comencé a caminar por mi habitación, me acerqué para poder abrir la ventana.
—Y bueno, ya que les compraste comida a ellos, ¿compraste también para mí?
En la cubierta de mi escritorio había un sobre de carta de color blanco. Eso era extraño.
—Te compré dos. ¿Ya vienes para la casa?
—Estoy afuera, terminando de estacionar el auto.
Me sorprendió demasiado, fue muy inesperado que dijera eso.
—Pues entonces apúrate, ya te preparé el lugar en la mesa.
—¿Me estas esperando para comer?
Me reí.
—No soy tan cursi como para estar esperándote.
—Eso lo se. Pero podrías intentarlo.
—¡Nel! Tú sabes que eso del romance ya no se me da bien.
Escuché que cerraba una puerta, seguramente acababa de entrar.
—¿Dónde estás? Solo veo a Emilio y a Alex.
—En mi habitación. Necesitaba cambiarme.
—Está bien. ¡Te espero para comer! Aquí los chamacos ya están comiendo.
Todo comenzaba a tornarse sospechoso. ¿Por qué había una carta en mi escritorio?
—No me esperes. No bajaré enseguida.
Mi curiosidad estaba puesta en la posible carta anónima sobre mi escritorio. ¿Cómo había llegado hasta aquí?
—Bueno. ¿Todo está bien?
—Si. Todo está…
Ni siquiera pude terminar de hablarle. Se apagó mi teléfono, la batería se agotó por completo.
Conecte el móvil a cargar y me tumbe en mi cama con la carta entre las manos. Sentí un dolor leve en el cuello, lo más probable es fuera el resultado de mi estrés y mis ganas de solucionar esto. ¿Solucionar? ¿Que estaba mal conmigo? ¿Por qué parecía que siempre estaba rodeada de líos?
Abrí la carta, desdoblé la hoja y una pequeña fotografía con el rostro de mi madre, de Sandra, me hizo temblar un poco. ¿Que era todo esto? ¿De dónde había salido esta carta? El remitente me causo escalofríos.
¡Él había vuelto!
Miranda:
¡Espero que estés bien! La neta es que yo he estado mucho mejor después de lo que hiciste ese día en la graduación.
¡Ya sé que estoy loco! Pero tú también lo estás. Estás loca, dañada y bien lastimada. ¡Y me las vas a pagar!
Lo más probable es que me odies o me guardes mucho rencor. ¡Lo siento si sueno muy arrogante! No me voy a disculpar por lo que hice o por cómo te traté. Solo quise escribir esto para decirte que prometo arruinar tu vida, así como tú me arruinaste mi futuro. ¡Ahora nadie quiere creer en mí a causa de lo qué pasó ese día en la graduación!
¿Que hice yo para merecer esto, si la culpa siempre fue tuya? Tú misma me obligaste a querer tocarte de forma profunda, quise tenerte y aún hay días en los que pienso en ese deseo de poder acostarme contigo. ¿Es culpa mía el sentir esto? ¡Claro que no! Todo es culpa tuya. Tu maldita belleza y timidez flecharon a mi corazón. Así que la culpa te corresponde, tal vez si hubieses sido hombre las cosas serían diferentes. ¡Yo no tengo la culpa de que hayas nacido como mujer!
Si el tiempo se pudiera regresar, ¿habrías aceptado estar conmigo? ¡Qué lástima que el tiempo no regresa y el pasado no se borra! Y te lo digo de forma directa y cruda: pienso hacerte pagar por haberme arruinado. ¡Disfrutare todo el proceso!
Te veré pronto. ¡Cuídate mucho!
Atentamente Aldo.
Al final de la carta había algo pegado al papel. Arranque la fotografía, era una postal que había publicado en mi catálogo muchos meses atrás. Un cielo lleno de nubes con sombras profundas de color azul. En la parte trasera tenía escrita una frase:
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Editado: 23.02.2024