-Los siete días-
-Elizabeth-
Si creía que los árboles creciendo eran mucho, fue porque no había visto el panorama completo. Hace dos meses los árboles crecieron tanto que igualaron a los edificios, las raíces quebraban todas las calles impidiendo la circulación en vehículos. Desde ahí, todo se fue a la mierda.
Una semana fue lo que bastó para incitar el caos. El verdadero caos.
El día uno después del crecimiento fue un martes, hubo tanto viento que era imposible salir de las casas. ¿Y qué significa eso? Que la mayoría de casas de bajos recursos quedaron hechas trizas.
Día dos
Hubo un apagón mundial, todos quedamos incomunicados y sin ventilación para refrescarnos, hacía mucho calor. En el barrio murieron unos cuantos, el almacenero, el papá de Pablo, fue uno de ellos.
Día tres
Tuve que conseguir velas.
Fui al supermercado a las seis de la mañana y ya había una fila que daba la vuelta a la manzana. Gente con linternas, con mochilas, con bebés en brazos. Nadie hablaba.
Dentro del local no había casi nada, y en la caja nadie cobraba. Nadie cuidaba.
Nos mirábamos los unos a los otros como si todos hubiéramos cruzado alguna línea invisible.
Esa noche no pude dormir.
Día cuatro.
Una señora del edificio de enfrente se tiró desde el sexto piso. Nadie supo bien por qué. Dicen que estaba sola, que no tenía hijos, que se había quedado sin comida. A veces me pregunto si no fue simplemente el silencio. El silencio y el calor.
Porque cuando no hay luz, ni internet, ni radio, ni nada... el silencio se vuelve una forma de gritar.
Día cinco.
Empezaron los saqueos. Vi a un grupo de vecinos, gente que conocía de toda mi vida, de los saludos en la vereda, rompiendo a palazos la farmacia de la esquina.
Nadie los detuvo. Ni siquiera yo.
Día seis.
El agua dejó de salir de las canillas. Ahora hay que madrugar para buscar baldes en la plaza, donde todavía brota algo de humedad de una de las antiguas fuentes.
A veces llegan camiones cisterna, pero nadie sabe de dónde vienen ni cuánto van a durar.
Lorenzo, el hijo menor de la familia de casa de al lado, me dijo que su mamá llora cuando cree que él no la ve.
Día siete.
Las plantas siguen creciendo. Ya no parecen árboles normales. Hay raíces que se arrastran como serpientes, y flores que se abren de noche con un brillo tenue, casi lunar.
En ese momento creí que esto era solo un cambio climático.
Ahora ya no estoy segura.
Noche del día siete
La vela que conseguí ya se había consumido hasta la mitad, el calor era insoportable pero su luz era lo único que se veía en la casa.
Me siento en el suelo del comedor, con la espalda contra la pared, mirando cómo la llama se mueve apenas.
Afuera se escucha el crujido de algo. No es viento. Tampoco pasos.
Es como si la tierra se estirara.
Todo parece al borde del colapso, siento como si me estuviera volviendo loca.
Pero no lo estoy, ¿verdad?
Esto no es normal, no es solo una idea. Algo ocurre. Es el principio de algo que no entiendo, pero lo siento tan real que me asusta, lo siento debajo de la piel.
Cierro los ojos, dejándome vencer por el cansancio. Y ahí está otra vez.
Aquel sueño.
Siempre el mismo.
Un bosque que no conozco.
Luz filtrándose entre hojas gigantes.
El canto de un pájaro que jamás he oído.
Y una voz, casi un susurro, que me llama por mi nombre.
Elizabeth...
Me despierto con el corazón agitado. La vela se ha apagado. Pero no estoy en completa oscuridad, la luz de la luna entra por la cortina que olvidé cerrar.
En la pared, donde antes no había nada, ahora crece una pequeña enredadera.
No sé cómo llegó.
Ni por qué creció en silencio.
Pero sé que no debe ser casualidad.
Es como si algo en mí supiera, aunque yo no, que no estaba sola, y que no sería una más de las que se perderán en la memoria de lo que fue la antigua Tierra.