Inefable: el renacer

⁴/ El despertar

-El despertar-

-Elizabeth...

Una voz conocida me llama. No sé desde dónde. No sé dónde estoy.

-Mi niña...

Mis ojos se llenan de lágrimas. Miro en todas direcciones, intento encontrar el origen de la voz, pero estoy rodeada de árboles altos y una niebla espesa que me impide ver con claridad.

-¿Mamá? ¿Dónde estás? -mi voz sale rasposa; hace tanto que no la usaba, que me arde la garganta al hablar.

-Liz... -una segunda voz me llama, y me congelo.

-¿Thomas? -la pregunta brota de mis labios como un murmullo ahogado, temeroso.
Mi hermano no me habla desde hace años. No desde que...

Interrumpo el pensamiento cuando veo a mamá. Corro hacia ella, pero mientras más me acerco, más lejana parece.

-¡Mamá, esperá! -ella sigue alejándose.
-¡Mamá, por favor, te necesito!

Entonces se oyen risas infantiles. Me doy vuelta: dos niños me observan sonrientes. Nunca los había visto antes.

-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen acá? ¿Están perdidos?

Ellos niegan con la cabeza, todavía sonriendo.

-El día se acerca, Liz. Está despertando. Vos debés despertar.

-¿Q-qué...?

-Despertá. Despertá. Despertá. -empiezan a gritar. Me cubro los oídos: los gritos me duelen.

-¡Basta! -sollozo.

Una lágrima me corre por la mejilla. No sé por qué lloro.
Cuando cae al suelo, una flor brota. Y con ella, los gritos se detienen.

Despierto de golpe, con una extraña presión en el pecho.

Estoy en la vieja cama de mamá. Por suerte, este cuarto aún se mantiene intacto. No sabría soportar que también se viniera abajo. No sabría soportar perderla de nuevo.

A mi lado, en la cama, está el Sr. Michu. Su compañía es, probablemente, lo único que me mantiene cuerda.

El Sr. Michu se estira y maúlla suave, como si supiera que algo en mí no está bien. Le acaricio la cabeza y trato de concentrarme en su respiración.

Respirar, mirar, seguir.

Miro hacia la ventana. La luna está oculta detrás de unas nubes pesadas. La noche huele a tierra. Cierro los ojos por un segundo, intentando recordar, pero el sueño se fue por completo.

Ese sueño... se sentía tan vívido.

Podía oler las hojas mojadas, sentir el suelo bajo mis pies, el frío de la niebla en los brazos.
Y esos niños...
Sus voces aún me zumban en el pecho, y sus risas taladrando mis oídos.

Me levanto despacio, tratando de no molestar a Michu. Enciendo la pequeña linterna de pilas que todavía funciona y camino hacia la mesa donde suelo escribir.

Abro el cuaderno que uso como diario. Dudo. ¿Vale la pena escribir esto? ¿O estoy volviéndome loca?

Aun así, escribo algunas palabras:

"Soñé con mamá. Y con Thomas. Había una flor. Nació de mi lágrima."

Es ridículo. Pero algo en mí insiste en no ignorarlo.

Me froto los brazos. No por frío, sino por una sensación rara. Como electricidad.
Un cosquilleo.

Tal vez sí me esté volviendo loca.

Pero lo he sentido otras veces, cuando me altero.

Hace unas semanas, una piedra se partió sola mientras la sostenía. Pensé que había sido casualidad. Pero también pasó con una rama, con una raíz que se movió cuando me enredé en ella, como si se hiciera a un lado para dejarme pasar.

¿Qué estoy pensando? Sueno paranoica.

Extraño hablar con alguien.

No tengo a nadie a quien preguntarle sobre qué me está pasando. Ya no hay nadie.

¿Pero... no lo hay?

En el fondo tengo la esperanza de que alguien más está esperando, que esté soñando encontrar a más gente viva. Cómo yo.

¿Los habrá?

El mundo es grande, no debería rendirme, pero tampoco tengo forma de encontrarlos en caso de haber.

Suspiro con desgana.

Camino hasta la cocina. El aire está cargado, húmedo. Miro por la ventana. El jardín está oscuro, pero se adivinan las siluetas de las plantas que siguen creciendo, sin que nadie las riegue.

Antes de acostarme, dejo una olla afuera. Por si llueve, hace dos días está nublado y húmedo, quizá por fin sea el día.

Cuando vuelvo a la habitación, el Sr. Michu me espera despierto, con los ojos entrecerrados.

-Estoy bien -le digo, aunque no sé si es verdad.
Me acomodo en la cama, pero no logro dormirme. Solo cierro los ojos y respiro.

𖡼.𖤣𖥧𖡼.𖤣𖥧

Muy lejos de donde Elizabeth se debatía entre el insomnio y sus pensamientos, en otra parte del mundo, el cielo comenzaba a cambiar.

Primero fue apenas un murmullo. El aire, quieto durante semanas, empezó a moverse.

En los campos vacíos de lo que alguna vez fue una región fértil, las hojas se estremecieron sin motivo aparente. Los árboles se doblaron, como si reconocieran algo. Como si recordaran.

Las nubes se agruparon con lentitud, negras, pesadas, como si llevaran meses añorando el momento de encontrarse nuevamente.

Y entonces cayó el primer relámpago. Solo fué una luz blanca que cruzó el cielo sin aviso.

Y luego otra.
Y otra.

Los pájaros, que hacía tiempo ya no cantaban, alzaron el vuelo en bandadas. Las ramas crujieron. El suelo tembló, sutil como un suspiro de la tierra misma.

En una cabaña solitaria, rodeada de largas extensiones de campo, un rostro veía sonriente el cielo.

-Ya llegó la hora -murmuró su voz, más para la tierra que para sí misma.

No se sabía si esa tormenta venía a limpiar o a arrasar.
Pero venía.

Y con ella, algo más también despertaba.



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En el texto hay: romance fantasia magia

Editado: 23.07.2025

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