Inefable: el renacer

⁷/ Libro de las raíces perdidas

–Libro de las Raíces Perdidas–

Habían pasado unos días desde que encontré el libro. Lo traje a casa envuelto con cuidado, lo dejé sobre la mesa y lo observé como si pudiera morderme. No había tenido el valor de volver a abrirlo.

Esa tapa negra, ese símbolo extraño… todo en él me hacía sentir que no era un simple libro. Las palabras que había leído por encima aquella mañana me siguieron persiguiendo desde entonces. “elegidos”, “conexión”, “tierra”, “señales”. Me deja demasiadas preguntas.

Pero hoy algo cambió. Tal vez fue la forma en que el sol se filtró por la ventana después de tantos días nublados. O tal vez simplemente me cansé de tener miedo. Así que lo abrí.

Página por página.

"Aquellos que escuchen el latido de la tierra no deben ignorarlo, pues en su pecho llevan el pulso de lo antiguo."

Volví a leer esa frase varias veces. Sentí como si me hablara a mí. Como si hablara de mí.

"Eso que sienten; es despertar. La tierra llama a los aptos a renacer con ella. A quienes han soñado con flores que nacen del suelo estéril, quienes han visto señales en el cielo agitado… han comenzado a recordar."

Me quedé quieta, con la vista clavada en las palabras. ¿Recordar? ¿Qué cosa? ¿Quién era yo antes?

Pasé las páginas con lentitud, deteniéndome en algunos fragmentos.

"Son 365. Cada uno nacido en un día distinto del año. Cada uno marcado desde el primer aliento, aunque ignoren su destino durante años. No todos despiertan al mismo tiempo. Pero cuando la tierra comienza a quebrarse, ellos escuchan el llamado."

Miré mis manos, la mesa, el libro, pensativa. ¿Uno por cada día del año? ¿Y si yo soy una de ellas?

"La fecha de nacimiento no es azar. Es la llave. Cada día guarda un eco antiguo, una vibración particular que los conecta con la tierra, como si fueran notas de una misma melodía. Una por día. Una para recordar. Una para sanar."

Me estremecí. No sabía si era miedo o asombro. Seguí leyendo.

"Cuando los elegidos despierten de su largo olvido,
y el eco de sus nacimientos vuelva a vibrar en mi pulso,
entonces sabrán que es hora.

Vendrán dispersos, como semillas en el viento,
sin recordar aún que llevan en la sangre la canción de los montes, el susurro del musgo, el fuego bajo la piel.

Uno por cada amanecer del año.

Sus almas hablarán lenguas que aún duermen en lo profundo de la tierra,
y sus pasos resonarán en los huesos del mundo.

Buscarán sin saber,
dudarán, caerán,
pero todo elegido recordará al final.

El día que se encuentren —sin buscarse—
el cielo se abrirá como un libro,
y mi nombre será dicho en voz alta otra vez.

Ese será el principio, la cura a la herida, el renacer del mundo."

Cerré los ojos y apoyé la frente sobre mis brazos. Todo lo que pensaba que eran casualidades, o parte de mi desgaste mental por estar sola, estaba escrito ahí. Lo habían descrito siglos atrás. O años. No lo sabía. El libro no tenía fecha, ni autor.

Sentía vértigo. Como si algo inmenso estuviera detrás de una puerta que había comenzado a abrir.

¿Y si siempre fui esto? ¿Y si no soy simplemente una chica más que sobrevivió?

¿Y si la soledad no era un castigo, sino una preparación?

¿Y si la tierra me está hablando de verdad?

Miré al Sr. Michu, dormido en su rincón favorito. Acaricié su lomo, buscando algo que me ancle. No quiero perderme en lo desconocido, pero tampoco puedo negar lo que siento.

Seguí leyendo hasta que los ojos me ardieron.

"No temas si otros no comprenden. Cada elegido encuentra su verdad de un modo distinto. Pero todos comparten la raíz. Cuando cada uno recuerde, cuando los 365 reconecten con su origen, la tierra también podrá sanar."

¿Sanar?

Dejé el libro a un lado y me levanté, caminé hacia la ventana. Afuera, la lluvia suave seguía cayendo de forma suave, como si acompañara mi lectura, como si lo supiera.

Respiré hondo. No tenía todas las respuestas. Pero al menos ya sabía que no estaba inventando todo esto.

No estoy sola, hay alguien más allá afuera, en el mundo.

Y eso me da esperanzas.

𖡼.𖤣𖥧𖡼.𖤣𖥧

Un cuarto distinto, en algún rincón remoto del mundo. Las paredes son de piedra, con grietas por donde se cuelan hilos de aire. Una lámpara colgante parpadea, lanzando sombras irregulares sobre el suelo. En una mesa de madera vieja, una vela encendida tiembla suavemente.

Las manos que pasan las páginas del libro no son las de Elizabeth. Son más grandes, de dedos largos. Pertenecen a un chico de unos veinte años, de cabello oscuro revuelto y ojos castaños atentos, llenos de preguntas que aún no tienen respuesta.

Está solo. También lee.

Su expresión se mueve entre el desconcierto y una especie de reconocimiento silencioso. Como si algo dentro de él supiera que esas palabras siempre estuvieron esperándolo. Susurra frases en voz baja, en un idioma que aprendió de su abuela, la mujer que lo había criado en soledad, él vivía por ella.

Sobre la mesa de madera descansa una flor.

Una idéntica a la de Elizabeth: pétalos cerrados en espiral, como si guardaran un secreto. La flor reposa en un pequeño cuenco con tierra húmeda, la había guardado con delicadeza.

El mismo símbolo —un círculo con una flor en el centro— aparece grabado en el colgante que lleva al cuello, ligeramente cubierto por su suéter. Un regalo que no recordaba haber entendido hasta ahora.

Él no sabe de ella.
Y ella no sabe de él.

Pero el mismo libro les habla.
La misma tierra los llama.

Y quizá, aunque no lo sepan todavía, sus caminos ya comenzaron a entrelazarse.



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En el texto hay: romance fantasia magia

Editado: 23.07.2025

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