Inefable: el renacer

¹⁰/ La carta bajo el limonero

–La carta bajo el limonero–

Dagan
Un día después.

Anoche no había dormido bien, me quedé hasta tarde haciendo crecer plantas en el invernadero, algunas habían crecido tanto que empezaban a rozar el techo, era fascinante. Pero habían varias cosas atormentando mi mente, impidiéndome disfrutar por completo de mis descubrimientos.

La primera es que me quedé sin papel, he estado anotando cada descubrimiento, dibujando cada planta desconocida y cada flor, tanto así que mi cuaderno se acabó, y no tengo ninguno vacío en casa.

La segunda es que ayer se cumplió un año desde que mi abuelita falleció, era la persona más importante en mí vida, ella me crió y me ayudó a ser la persona que soy hoy en día, le debo todo a ella. Perderla fue de las cosas más dolorosas que he experimentado, incluso más dificil que esta soledad o que aquella vez que me quebré el brazo a los ocho años. Nada se compara al vacío de extrañarla.

En tercer lugar, mi mente no deja de pensar en las cartas enviadas, no sé si le llegaron a alguien o no, o en caso de haberle llegado, tampoco sé si el o ella tienen intenciones de responder a mis cartas, o si siquiera saben hacerlo. No tengo forma de saberlo.

Las cartas desaparecen de forma casi mágica ante mis ojos, es como si literalmente se la tragara la tierra. He escrito algunos días consecutivos, excepto ayer, únicamente con la esperanza de que alguien reciba mis palabras, de contar un poco de mis descubrimientos, de conectar con alguien.

Porque me siento muy solo y perdido.

Ojalá existiera un manual que te explique cómo seguir cuando el mundo se te ha venido abajo y tu corazón está tan roto que intentas arreglar todos los demás aspectos de tu vida. Pero mi vida ahora también está de cabeza.

Hoy me levanté tarde, y recorrí el jardín como si fuese una maravilla. Rozaba con mis manos callosas las hojas húmedas y los brotes nuevos que crecían donde antes solo había tierra seca. A veces todo parece tan irreal, y es como si estuviera siempre esperando despertarme en un momento y que todo haya sido un sueño, una pesadilla, y estar regando las plantas con mi abuela mientras ella me cuenta alguna anécdota o algún dato curioso, o me salta con alguna de esas frases locas que solía decir.

Pero eso no pasa, no me despierto, esto es real y me asusta.

Me agaché frente al viejo limonero, mi abuela solía usar sus limones para hacer té, ahora tiene tantos limones que las ramas no dan a basto y hay unos cuantos caídos en el piso. Cuando iba a levantar los limones que se echaron a perder fue que lo vi.

Un trozo de papel doblado. ¿Acaso podría ser... una respuesta?

Mi corazón saltó en mi pecho, tan fuertemente que por un segundo me quedé quieto, me acerqué lentamente hasta que el papel rozó mis dedos. Y allí comprobé que no soñaba. Alguien realmente me había respondido.

¡Que emoción!

Las esquinas estaban manchadas de tierra y el trazo parecía rápido y un tanto desprolijo, mi emoción era tanta que casi no cabía en mi cuerpo. Empecé a leer.

“Hola, Dagan, soy Elizabeth...”

Me llevé una mano a la boca para contener un pequeño grito, no estaba preparado, realmente alguien me había respondido, realmente no estaba solo. Había escrito tantas veces sin esperar nada, que la idea de una respuesta parecía un imposible, parecía optimismo.
Pero aquí estaba, era real, una persona real en algun lado, que ahora sabe de mi y yo de ella.

Volví a leer todo, cada palabra.

Ella me había leído, me había escuchado, le importaron mis palabras y me tuvo en cuenta. Ella, al igual que yo, intenta entender esta nueva realidad en la que nos encontramos. No estoy solo en esto.

— Gracias — susurré, como si el viento fuera a hacerle llegar mis palabras.

Me dejé caer en el pasto, recostando mi espalda contra el tronco del limonero. Quería escribirle, un mensaje muy largo ahora que sabía que realmente había alguien del otro lado, hasta que recordé que me quedé sin papel.

—Mierda, mierda, mierda— No pude evitar maldecir, cubrí mi boca luego de hacerlo, mi abuela odiaba que dijera malas palabras, no quiero aprovecharme y usarlas ahora que ella no está, no quiero defraudarla.

Me puse de pie y corrí a casa a buscar, tenía que encontrar algo donde escribir, lo que fuera. Revisé la casa de punta a punta, cada cajón, armario y caja. Nada, solo pedazos de revistas viejas y arrugadas.

Subí corriendo al cuarto de huespedes, solía ser el cuarto de mi padre cuando era niño, luego se convirtió en el cuarto de visitas, pero como jamás teníamos visitas en casa, con el tiempo se convirtió en una especie de depósito de cosas que ya no usábamos.

Allí, entre retazos de tela, ropa vieja, callas llenas de todo tipo de cosas viejas que pertenecían a mi abuela, encontré un cuaderno escolar, no se si era mío o de mi padre, lo abrí y vi un dibujo de una flor sonriente, solté una risa, era mío, sin dudas.
Me fijé en el año que decía arriba a la derecha, 2011, tenía seis años. Miro la segunda página, en donde con letra grande y desprolija decía “CUADERNO DE EXPLORADOR DE DAGAN” recuerdo que solía anotar ahí mis partes favoritas de cuando viajaba con mis padres, ese fue el último año en el que estuvieron conmigo.

Un sabor amargo se instauró en mi boca, sin revisar el cuaderno fui hasta las últimas hojas del mismo, habían algunas vacías, así que arranqué una sin pensarlo demasiado. Me senté en el mismo banco de madera en el cual mi abuela tejía por las tardes, y me puse a escribir una respuesta.

“Elizabeth:

Leí tu carta. ¡No sabes lo feliz que me hizo saber que mis cartas te llegaron!
Pensé que nadie me iba a responder nunca. Es extraño como unas palabras pueden iluminar un día gris. Gracias por escribirme, de verdad.



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En el texto hay: romance fantasia magia

Editado: 23.07.2025

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