Elizabeth
Me desperté sobresaltada al oír ruido en la cocina, por un momento entre sueños creí que todo había sido un mal sueño y que el ruido era mi mamá haciendo el desayuno. Pero... eso no es posible. ¿Quién mierda está en mi casa en medio de un puto fin del mundo?
Agarro un pedazo de rama como arma, y camino dezcalza hacia la cocina, hay un hombre de espaldas revisando mi refrigerador, me acerco con cautela un poco más, levantando el palo lista para defender mis cosas.
— No te atrevas a golpearme, Liz.
Esa voz...
—¿T-thomas? — La pregunta brota de mis labios temblorosa, descincertada.
— Necesito que tomes tus cosas y vengas conmigo —dice apresuradamente, sin siquiera voltear a verme, camina a su antiguo cuarto, iba a encontrar todo intacto, pues creyendo que él había muerto no me animé a mover nada. Pero... después de tanto tiempo, él está aquí, no murió.
—Thomas.. —repetí, mi voz cargada de incredulidad.
Él frena sus movimientos y voltea hacia mi. — Hola, Liz.
¿”Hola”? Aparece después de meses y la unica mierda que dice al verme es “hola”.
—Necesito que tomes tus cosas y engas conmigo —lo oigo repetir.
Frunzo el ceño, toda la confusión de mi rostro cambia a molestia. — No iré a ningún lado. Es increíble, desapareces, dejándome sola cuando más te necesitaba, y ahora regresas como si nada cuando todo se ha ido a la mierda, sin siquiera disculparte o saludarme como es debido —Las palabras salen cargado de un resentimiento acumulado.
—No hay tiempo para eso ahora, Liz, es mucho más complejo de lo que crees —dice él, mientras pone algo de ropa en su mochila y de la comida enlatada que yo tenía en mi alasena.
—Vete a la mierda, Thomas, regresa por donde has venido, porque yo me quedo aquí, esta es mi casa.
—Elizabeth... de verdad, necesito que vengas, esto no es un puto juego.
—¿Un puto juego? ¿Crees que eso creo? No soy una niña, Thomas, explícate su quieres que me mueva de aquí, de lo contrario, regresa al culo del que saliste, pedazo de mierda.
Lo veo suspirar y agarrarse sus sienes.
—No puedo explicarlo ahora, he arriesgado demasiado para venir aquí por ti, como para desperdiciarlo.
—Pues no me importa, no te quiero en mi casa, quiero que te vayas.
—¿No te alegra saber que estoy vivo? —Sus ojos se fijan en los míos por primera vez en toda la conversasión.
—Me habría alegrado si tan siquiera me hubieras saludado, o disculpado por abandonarme estando vivo, si hubieras muerto al menos tenías un justificante.
Él me mira con el rostro cargado de culpa. —Elizabeth, esto es mucho más importante de lo que crees, te explicaré todo, lo juro, pero necesito que tomes tus cosas y vengas conmigo, unos tipos muy malos vendrán aquí en algún momento, quieren herirte.
Lo mire, dudando de sus palabras, sabía que no mentía, porque él siempre fruncía el ceño al mentir, y ahora no lo hacía. La seriedad en su expresión me hizo bajar el palo que tenía aún en alto.
—¿Quienes? —pregunté en voz baja.
—No puedo decirlo ahora, solo... necesito que confíes en mi, por favor —su voz sonaba tan distinta a como la recordaba, sonaba apresurada y cansada.
Sus ojos se veían mucho más apagados, era como si no tuviera fuerzas suficientes para sostener la mentira o el secreto que guardaba.
Lo mire tensando la mandíbula, un mal hábito que tenía desde hace muchos años.
Quería golpearlo, decirle que se fuera a la mierda otra vez, que agarrara su mochila y desapareciera de mi vista. Pero por algún motivo no podía hacerlo, esa niña que aún vivía en mi interior y que se sentía tan sola, estaba tan dolida y emocionada en partes iguales por su aparicion.
—Me abandonaste —repetí, en voz baja, vulnerable, odiaba ser tan sensible, pero jamás pude evitarlo, y mucho menos con Thomas, él siempre estuvo todo lo que papá no. Me importa demaciado como para odiarlo.
Thomas bajó la mirada al oirme, pero no dijo nada.
La cocina se quedó en un incómodo silencio, solo se escuchaba el viento afuera.
—No entiendo nada, Thomas —dije después de unos minutos en silencio— No entiendo por qué aparecés justo ahora. No entiendo por qué debería seguirte, ni siquiera sé en quién te has convertido.
—No hace falta que lo entiendas ahora —murmuró él— Solo necesito que confíes en mí... por esta única vez. No te pido que me perdones, solo que vengas.
Lo odiaba. Odiaba que aún pudiera hacerme dudar. Odiaba que su voz tuviera todavía ese tono suave que me hacía querer seguirlo aunque todo en mí gritara lo contrario, era el mismo tono que ponía cuando me refugiaba en su cuarto después de tener pesadillas cuando era niña, y él juraba que todo estaría bien porque él estaba conmigo.
Me crucé de brazos.
—Voy a necesitar más que promesas vagas para seguirte.
Él me miró. Por primera vez, parecía derrotado. Se pasó una mano por el rostro, se veía mucho mayor.
—Está bien —dijo en voz baja— Te daré respuestas. Pasaremos aquí la noche, y mañana saldremos y te contaré todo en el camino, ¿sí? Pero esta noche necesito dormir. Asentí sin decir nada.
Thomas dejó su mochila apoyada contra la pared. Le puso tranca a la puerta y también a las ventanas. Yo no me moví, no confiaba en él, no después de tanto tiempo, casi se sentía como un extraño.
Esa noche dormí con un ojo abierto y el palo bajo la almohada. Porque aunque el mundo se había ido a la mierda... al parecer los fantasmas del pasado todavía tenían la llave para entrar a alborotar mi hogar.
Me acosté en el cuarto de mamá, y él durmió en el que solía ser suyo, del otro lado del pasillo. Podía oirlo revisar una vez más todas las posibles entradas a la casa, y también oí cuando se acostó, su viejo colchón que rechinaba sonó bajo su peso.
No hubo un “buenas noches” por parte de ninguno, de todas maneras, si él lo hubiera dicho lo hubiera mandado a la mierda.