Elizabeth
Empacar tu lugar seguro en una mochila es mucho más dificil de lo que pensé. Me quedé parada en medio de la habitación, observando todas las cosas que había estado considerando imprescindibles durante años. ¿Cómo se suponía que deje muchas de mis cosas atrás?
Las fotos familiares pegadas con cinta a la pared despintada, las cajas de zapatos pintadas por mí que contenían todos las cartas que alguna vez me dieron personas que ahora ya no están. La estantería con los libros que he leído miles de veces y los que nunca terminé. Todas las cosas que formaron parte de mí y que ahora debo dejar atrás.
El fin del mundo había llegado hace meses, y yo me refugié en mi lugar seguro, en lo único que me daba algo de normalidad y seguridad: mis recuerdos. Mi casa era como un cementerio de recuerdos, aquí he guardado todo lo que me permita ayudar a no olvidar lo que fué. Pero ya no puedo quedarme, debo dejarlo atrás, porque no va a regresar.
Metí en la mochila el libro que encontré en la biblioteca de aquella casa, ese libro que hablaba de los elegidos. Aunque aún no entendía mucho, una parte de mi sabía que era importante tenerlo conmigo. También puse un oso de peluche que había encontrado en el barrio, no era mío, pero me había aferrado a él, como si cuidando de él cuidase todas esas infancias que se perdieron.
Michu, por supuesto, iba conmigo, lo puse en el transportador de mascotas que tenía guardado en el garaje. No existía posibilidad de dejarlo atrás.
Tomé un par de mudas de ropa que alguna vez fueron de mamá, sus favoritas. Ya no conservaban su aroma, pero al tenerlas cerca mi cabeza recordaba cada vez que ella las usaba. Tomé algo de mi ropa, solo la ropa cómoda, y lo necesario para seguir sintiendo que era yo a pesar de todo.
Cuando salí del cuarto, Thomas ya me esperaba con su mochila al hombro. No me dijo nada, solo me miraba atento, como si esperara que me arrepintiera de ir con él a último momento. Me limité a asentir, sin emitir palabra. Esta casa representaba la vida que conocía, pero él también lo hacía, por más conflicto que eso me generara.
Los primeros veinte minutos de camino fueron silenciosos, incómodos. El sol se colaba entre las copas de los árboles, y el viento arrastraba las hojas secas como si fuese otoño, pero no estaba segura de en qué estacion estábamos, después de que empezara todo, el clima variaba constantemente, en realidad, creo que empezó a cambiar antes de que empezara, pero nadie le dio mucha importancia, creyendo que era debido únicamente al calentamiento global. Ahora pienso que tal vez era la Tierra dándonos una advertencia, una que no escuchamos.
Evitamos las calles. Thomas conocía un camino que rodeaba la ciudad por la zona más descampada, un tramo que nadie solía usar. Ahora, estaba casi convertido en bosque.
Lo oigo carraspear.
—¿Pudiste dormir algo? —Preguntó él, se que era un intento torpe de romper el silencio.
—Más o menos. —respondí, sin mirarlo.
Seguimos caminando, el sr. Michu ronroneaba en el transportador de mascotas.
—¿Sigue durmiendo contigo? —pregunta él mirando al gato.
—A veces.
—Ah... —Thomas entendió la sequedad de mis palabras como la indirecta que era: cierra la boca. Dejó de insistir y solo caminamos en silencio, hasta que quedamos completamente rodeados de bosque. A lo lejos empezó a oírse ruido de agua, como un murmullo calmo que se fue haciendo más intenso a medida que nos acercábamos.
El arroyo era estrecho pero de agua clara. Nos sentamos en la orilla, sin hablar, yo me descalcé y dejé que el agua mojara mis pies, se sentía como una caricia. Me quedé mirando distraídamente el agua mientras él veía el cielo, pensativo.
—¿Sabes por qué papá nunca estaba en casa cuando éramos niños? —pregunta de la nada.
—Porque nos abandonó —respondí simplemente, sin mirarlo.
—Bueno, en parte... pero descubrí donde estaba realmente.
Lo miro curiosa, aunque intente que no se note tanto en mi rostro, esa confesión me tomó por sorpresa. —¿Dónde?
—En un laboratorio.
—¿Qué decis?
—De verdad, papá era un científico, bueno, es uno, y trabaja en un laboratorio bastante secreto, aislado de las ciudades. Él nunca dijo nada, ni siquiera a mamá. O capaz sí, y ella también lo ocultó, no estoy seguro.
Sentí que el aire se volvía denso a mi alrededor.
Al notar mi silencio, él sigue hablando.
—Estudiaban y creaban cosas antinaturales, cosas que no deberían existir. Ellos sabían que se aproximaba algo, algo grande, pero no hicieron nada para evitarlo, solo se aseguraron de resguardarse lo suficiente como para sobrevivir, dejaron morir a todos, Liz.
—¿Cómo te enteraste de todo eso?
—Porque vinieron por mí, un día estaba caminando de vuelta a casa y me interceptaron, dijeron algo de necesitar a los familiares directos del equipo de investigación y me llevaron, no me dieron tiempo de despedirme de ti ni de tomar mis cosas, nada. No tuve elección.
Apreté los dientes, quería creerle, en serio que sí, pero todo lo que decía sonaba como una completa locura.
—¿Y por qué estás acá ahora? ¿cómo sabes que alguien quiere herirme? ¿por qué quieren herirme?
—Lo sé porque estuve con ellos, y los oía hablar. Cuando se dieron cuenta de que casi toda la población había muerto, empezaron a intentar encontrar sobrevivientes, solo había 365. Capturaron a uno para saber por qué no había muerto, y encontraron ciertas cosas peculiares, en primer lugar, llevaba en su mochila un libro que al abrirlo se veía en blanco, pero él juraba que habían cosas escritas, y también notaron que tenían unas habilidades... extrañas, no humanamente comunes.
Fruncí el ceño.
—¿Qué tipo de habilidades? —Solo quería corroborar mi idea.
—Cosas como… controlar el crecimiento de una planta con solo tocarla, conexiones con los elementos. Nadie supo exactamente cómo explicarlo, pero creía que estaba relacionado con todo lo que ocurrió.