Era un día común en la escuela, y Leah intentaba que su jornada pasara rápidamente, como siempre. Su cabello estaba recogido en una coleta baja, su uniforme de la escuela estaba impecable, y llevaba las mismas zapatillas de siempre, que no estaban de moda, pero al menos eran cómodas. Sabía que los demás no la miraban mucho, pero tampoco quería llamar la atención. Lo único que deseaba era que el timbre sonara para que pudiera volver a casa.
Pero como siempre, el pasillo estaba lleno de murmullos y risas. Los chicos y chicas más populares caminaban por allí, charlando y burlándose de todo lo que podían. Y, como de costumbre, Leah era el blanco.
Emma, la chica que siempre lideraba el grupo, la vio al fondo del pasillo y sonrió, reconociendo que Leah era una víctima fácil. Le hizo un gesto a los demás, que rápidamente comenzaron a acercarse. Leah intentó caminar más rápido, pero antes de que pudiera escapar, una de las chicas la alcanzó y le bloqueó el paso.
-¿Adónde vas tan rápido, Leah? -preguntó Ariana, una de las chicas populares, con una sonrisa falsa-. No te creas que puedes irte tan fácil.
Leah trató de sonreír, pero no estaba segura de qué decir. -Solo voy a clase, Ariana.
-¿A clase? ¿De verdad? -preguntó Ariana, levantando una ceja, mientras su tono se volvía más sarcástico-. Porque, si no me equivoco, tienes una prisa extraña, ¿no? Es casi como si quisieras huir de algo.
Leah bajó la mirada, evitando el contacto visual. Sabía lo que venía. Era solo una excusa más para hacerla sentirse incómoda.
En ese momento, Emma y el resto del grupo llegaron, rodeando a Leah. Emma la miró de arriba a abajo, como si estuviera inspeccionando una prenda de ropa en venta.
-¿Sabes qué es lo más gracioso de ti, Leah? -dijo Emma en tono burlón-. Recibes y aceptas cada uno de los insultos, porque sabes que son ciertos.
Ella no dijo nada. Lo que fuera que dijera, no iba a cambiar nada. Se quedaba en silencio, como siempre lo hacía, esperando que la dejaran en paz.
-Mira qué bien te has vestido hoy. -Ariana hizo una mueca y señaló la camisa de Leah-. ¿De verdad crees que eso es lo que las chicas guapas usan?
Las chicas del grupo se rieron, y Leah intentó no mostrar lo avergonzada que estaba. Sus manos comenzaron a temblar, y se pasó una mano por el cabello nerviosamente.
-¡Oh, mira! ¡Tienes una mancha en la camisa! -dijo Mark, uno de los chicos, señalando un pequeño punto en el pecho de Leah que probablemente era de comida. Era algo tan trivial, pero la forma en que lo decía parecía como si Leah hubiera cometido un error terrible.
-¿Te diste cuenta? -preguntó Emma, mirando el punto con atención-. Ya ni siquiera sabes cómo vestirte sin arruinarlo todo.
-¿Y eso qué significa? -preguntó Leah sin pensar, buscando una forma de defenderse.
-Significa que eres un desastre. -Ariana rió mientras se cruzaba de brazos-. Cada vez que te vemos, te ves peor. ¿No te has dado cuenta de que nadie te presta atención? Es como si no existieras.
El grupo comenzó a murmurar entre ellos, y Leah sintió la presión aumentar. No sabía cómo salir de allí sin hacer las cosas peores, pero ya era demasiado tarde. Emma dio un paso adelante.
-Vamos a hacer algo divertido, ¿te parece? -dijo Emma con una sonrisa burlona-. ¿Por qué no dejamos que todos en el pasillo vean lo "genial" que eres? ¡Qué mejor forma de hacerte visible!
Leah trató de apartarse, pero Emma la tomó del brazo y la empujó ligeramente hacia el centro del pasillo. El grupo comenzó a rodearla, y todos los estudiantes que pasaban por el lugar comenzaron a mirar. Los murmullos aumentaron, y Leah se sintió aún más pequeña.
-Haz algo gracioso, Leah. -Ariana se burló-. ¡Muéstrales tu gran personalidad! ¿No sabes hacer reír a la gente?
Leah no sabía qué hacer. Solo estaba allí, en el centro del pasillo, mirando a los chicos y chicas que la rodeaban, esperando a que el momento pasara. Nadie la ayudaría, y no tenía forma de escapar. Emma la empujó hacia el borde del pasillo, donde un par de chicos más observaban, listos para ver qué sucedía.
-Vamos, Leah, ¡haz algo para divertirnos! -exigió Emma, ya cansada de esperar.
Leah respiró hondo y, con voz temblorosa, dijo: -No quiero hacer nada.
Mark dio un paso al frente y con una sonrisa cruel, hizo un comentario bajo para que solo Leah pudiera oírlo: -Probablemente ni siquiera sabes cómo divertirte. Es curioso ¿sabes? Porque he oído que a tu madre se le da muy bien entretener a la gente.
La humillación era tan fuerte que Leah apenas podía respirar. Ella solo quería que todo terminara, que el día acabara, que el timbre sonara y pudiera irse a casa, donde al menos nadie se reiría de ella.
Pero cuando Emma se acercó, todo lo que Leah pudo hacer fue cerrar los ojos, deseando desaparecer.
-Eres una broma, Leah -dijo Emma mientras se reía-. No sé por qué te molestas en siquiera intentar ser algo más.
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La última clase del día era historia. El profesor hablaba mientras los estudiantes escribían en silencio. Leah estaba sentada en su lugar de siempre, al fondo, anotando lo que podía.
A mitad de clase, Emma susurraba algo con mala cara. Tenía el libro de su novio Dean en las manos. Lo había abierto sin querer y dentro encontró una pequeña nota escrita con tinta azul.
La sacó y la leyó. Su expresión cambió al instante.
-¿Qué es esto? -dijo en voz alta, sin importar que el profesor estuviera hablando.
Todos se giraron. El profesor se detuvo, pero no dijo nada. Solo la miró.
Emma no esperó. Se levantó, agitando la nota entre los dedos. El papel era pequeño, con una letra algo desordenada.
"Pienso en ti más de lo que debería. No puedo evitarlo. -L"
-¿Quién escribió esto? -gritó-. ¿¡Quién fue la idiota que le dejó esto a mi novio!?
El salón quedó en silencio. Nadie hablaba. Dean, que estaba sentado unas filas más adelante, se puso algo nervioso, pero trató de disimular. Su mirada se cruzó rápido con la de Lara, una de las amigas de Emma. Fue un segundo, pero suficiente.