Inerme

5

El sol de la tarde se reflejaba débilmente en las ventanas sucias del edificio de mantenimiento. Nadie solía pasar por ahí, y eso lo hacía perfecto. Riven llegó primero, como había dicho. Estaba apoyado contra la barandilla, con las manos en los bolsillos y la misma expresión despreocupada de siempre.

No parecía nervioso, ni siquiera curioso. Sólo aburrido.

Leah apareció minutos después, con paso lento y una expresión cerrada. Llevaba gafas oscuras, aunque el cielo estaba nublado. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Riven la miró de reojo y luego volvió la vista al frente.

—Pensé que te ibas a echar para atrás —dijo él sin mirarla.

—Lo mismo digo —respondió Leah, quitándose las gafas y metiéndolas en el bolsillo de su chaqueta.

Riven dejó escapar una pequeña risa nasal, sin humor.

—Bueno. Aquí estamos.

Silencio.

Leah se acercó un poco, pero mantuvo una distancia prudente. Se cruzó de brazos. No se sentía cómoda, pero ya no tenía alternativa.

—¿Qué necesitas exactamente? —preguntó él, con tono plano.

—Quiero que me ayudes. Que me protejas. Que estés ahí cuando ellos intenten hacer algo otra vez. Y si puedes... también me gustaría que hicieras que se arrepientan —dijo Leah, con la voz más firme de lo que esperaba.

Riven se giró hacia ella. Tenía una pequeña herida en la ceja, seguramente de otra pelea reciente. Le brillaban los brackets cuando medio sonreía.

—¿Todo eso por cuánto?

—¿Cuánto quieres?

—Depende —se encogió de hombros—. ¿Vas a necesitarme un día o toda la maldita temporada?

—Todo el tiempo que haga falta —dijo ella, seria.

—Entonces no será barato, linda.

Leah bajó la mirada por un segundo, luego volvió a clavarla en él.

—Puedo pagarte. No será un problema.

—Perfecto. Entonces tú no me haces preguntas, yo no me meto en tus cosas, y tú no esperas que sea tu amigo. Sólo es un trato. ¿Está claro?

—Está claro —respondió sin dudar.

Riven asintió una vez, breve.

—Y no me busques en la escuela, ¿sí? Mis amigos no necesitan saber esto.

—No tengo ningún interés en ellos —respondió Leah. Luego, bajó la mirada—. Ni en nadie.

Él no respondió. Durante unos segundos, el único sonido fue el viento golpeando la estructura metálica del edificio. Luego, Riven se separó de la baranda.

—Bien. El lunes estaré rondando tu escuela a la salida. No me hagas perder el tiempo.

—No lo haré.

Riven ya se iba cuando se detuvo.

—¿Cómo dijiste que te llamabas?

Leah lo miró, sorprendida por la pregunta.

—Leah.

—Bien, Leah. Hasta entonces.

Se fue sin esperar una respuesta.

Leah se quedó ahí unos minutos más, mirando el horizonte sucio de la ciudad, preguntándose si aquello era un paso hacia la salvación o hacia algo aún peor.

✮✮✮

El miércoles había empezado como los demás: con Leah entrando a la escuela con la cabeza gacha y los brazos cruzados contra el estómago. Su uniforme estaba en orden, sus moretones bien cubiertos por maquillaje caro y su expresión tan neutral como podía lograrla. Pero por dentro, el peso del video la obligaba a caminar más lento, más insegura.

Emma y los suyos ya no necesitaban hacer comentarios en voz alta. Ahora se acercaban en los pasillos con gestos o miradas que eran órdenes silenciosas. En una clase, le pidieron los deberes. En otra, le tiraron una botella vacía al regazo para que la fuera a tirar. A la hora del almuerzo, la hicieron ceder su comida sin decir ni una palabra.

Leah no se defendía. Miraba al frente y obedecía.

La amenaza del video lo cubría todo.

Cuando sonó la última campana, no fue directamente a casa. Su idea era rodear el edificio, evitar a cualquiera del grupo y salir por una puerta secundaria, la que daba al lateral del gimnasio. Lo había hecho otras veces.

Pero al girar por ese pasillo, dos figuras bloquearon la salida.

Josh y Caleb.

Ambos llevaban mochilas colgadas en un solo hombro. Sonreían. Leah se detuvo al instante.

—Oye, —dijo Josh, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Adónde con tanta prisa?

Ella no respondió. Dio un paso atrás, pero al mismo tiempo Caleb se movió hacia la puerta y la cerró con un golpecito sordo.

—Emma quiere hablar contigo —añadió él, más bajo.

—Ya hablé con ella —murmuró Leah—. No tengo nada más que decirle.

Josh sacó el teléfono del bolsillo.

—Yo creo que sí —mostró la pantalla. Era una imagen congelada del video. Leah no alcanzó a verla con claridad, pero reconoció el marco blanco del borde de la azotea—. ¿Te acuerdas?

Leah tragó saliva. Dio otro paso atrás.

—¿Qué quieren?

—Que muestres un poco de lealtad —respondió Caleb—. Como prueba. Nada complicado.

Ambos avanzaron hacia ella. Leah buscó una salida, pero no había otra puerta en ese pasillo. Solo una fila de ventanas cerradas con barrotes verticales.

Josh levantó la mano y le tocó el hombro, suave.

—Tranquila. No es como si te fuéramos a hacer daño.

—No me toques —susurró Leah, apartando el brazo.

—¿Ah, no? —preguntó Caleb—. ¿Y qué vas a hacer?

Josh se rió.

Leah retrocedió contra la pared. Caleb se puso frente a ella. No sonreía ya. Su expresión era más seca, menos relajada. Leah trató de empujarlo, pero él sujetó su muñeca.

—No empieces —dijo él—. Solo tienes que hacer lo que te digamos.

—Suéltame.

Josh dio un paso más, al otro lado.

—Vamos, Leah —usó su nombre por primera vez—. No tiene que ser complicado.

La escena se congeló de golpe cuando Caleb recibió un puñetazo directo en el lateral de la cara. Su cabeza giró por el impacto, y soltó a Leah.

—¿Qué mierda? —gritó Josh.

Antes de que pudiera terminar la frase, Riven lo agarró de la camisa y lo estrelló contra la pared. El sonido fue seco, y Josh gimió, doblado.

—¿Se les ocurre que esto es gracioso? —preguntó Riven, con voz baja, sin levantarla.




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