Inerme

6

Era de noche, y la casa estaba silenciosa, la luz suave del salón iluminaba las paredes. Leah caminó hasta la cocina, abriendo los armarios uno a uno con una sensación de impotencia que ya se había vuelto rutina. Miró los estantes vacíos, el refrigerador sin más que una botella de agua. Nada. No quedaba nada para comer.

Resopló, cerrando de golpe una de las puertas del armario. Se sentó en una silla de la mesa de la cocina, mirando al vacío. Pensó en lo que había pasado en la escuela ese día, cómo se había tenido que agachar mientras le arrojaban cosas, cómo sus compañeros se reían mientras uno de ellos tomaba fotos. Pensó en el video, ese que la acosaba desde cada rincón, esa constante amenaza que la hacía temer que cualquiera pudiera ver lo que había pasado. La presión era insoportable, pero no podía decirle nada a su madre. ¿Para qué? Sabía perfectamente cómo reaccionaría.

Se levantó y caminó hacia el salón. Allí, Marilyn, su madre, seguía sentada frente al espejo, retocándose una y otra vez el maquillaje, ignorando a su hija como siempre. Era como si el mundo estuviera fuera de foco para ella.

Leah miró a su madre por unos segundos, intentando que su mente dejara de darle vueltas al mismo tema. Finalmente, abrió la boca para romper el silencio

—No hiciste la compra otra vez, ¿verdad?

Marilyn, sin girarse, tocó su mejilla con el polvo compacto, luego se corrigió el rubor en los pómulos.

—No es necesario que me recuerdes eso, querida. No tengo tiempo para hacer todo a la vez. Además, ¿qué tanto necesitas? ¿Tienes hambre? Come algo de lo que haya en la alacena, hay sopa instantánea.

Leah sintió una punzada de frustración, pero se limitó a suspirar.
—No hay comida en la casa, mamá. No sé cómo se supone que sobreviva así.

Sin mirarla, se levantó y caminó hasta el salón, donde se detuvo frente al espejo de nuevo.

—¿No sabes cómo sobrevivir? Yo he estado trabajando todo el día, con gente importante, tratando de que no nos falte nada. No sé qué esperas de mí. No soy tu sirvienta.

Leah la observó con una mezcla de incredulidad y resignación.
—No te estoy pidiendo que seas mi sirvienta, solo que te preocupes por algo más que por ti misma. Por una vez.

Marilyn levantó las cejas y se volvió hacia Leah, finalmente dejándose ver, aunque sin realmente prestarle atención.
—¿De qué hablas ahora? Tienes lo que necesitas. Una cama, ropa decente, y un teléfono para chatear con tus amigas. ¿Qué más necesitas, realmente?

Leah se quedó en silencio. Su madre nunca entendía lo que le pasaba. No podía ver más allá de su propio reflejo, de sus citas con hombres adinerados, de sus fiestas y reuniones. No podía ver que su hija no tenía amigos, que la escuela era un lugar donde solo la humillaban, que nadie le preocupaba, que sus días se reducían a existir sin más.

—No sé, mamá. Tal vez un poco de comida sería un buen comienzo.

Volvió a poner su atención en su reflejo.
—Quejándote otra vez. Te diría que vayas a hacer algo tú misma, pero sé que te encantan las quejas más que la acción. En fin, ya me cansé de escuchar lo mismo.

Leah apretó los dientes, sabiendo que no llegaría a ningún lado con su madre. Se quedó allí, observando cómo salía con la misma indiferencia que siempre. Una vez más, se quedó sola.

Mientras caminaba hacia su habitación, las palabras de su madre retumbaban en su cabeza. La verdad es que Marilyn solo se preocupaba por lo que podía conseguir de los demás. Sabía cómo manipular la situación para que todo girara a su favor, pero no veía a su hija, no la escuchaba. Solo le importaba cómo la veían los demás, cómo la percibían los ricos y poderosos, y cómo eso la ayudaba a sobrevivir.

Leah se sentó en su cama, mirando sus manos, como si pudieran darle alguna respuesta. Pensó en Riven, y aunque no lo conocía bien, algo en él le parecía diferente a los demás. Tal vez porque no parecía interesado en su imagen, ni en aparentar que tenía todo bajo control. Con él, al menos, no había esa constante presión de ser algo que no era.

✮✮✮

Leah caminaba con las manos en los bolsillos de su abrigo. El aire nocturno raspaba su piel, pero no le molestaba tanto como el vacío en su estómago. En su bolsillo, sentía el borde de la tarjeta de crédito que le había quitado a su madre cuando ella estaba distraída, retocándose el maquillaje frente al espejo del salón.

No era la primera vez que Leah hacía algo así. Su madre vivía demasiado ocupada intentando seducir y engañar a empresarios para notar cuándo le desaparecían algunas cosas. Pero esta vez no era por capricho. No había nada para cenar en casa. Ni pan, ni arroz, ni siquiera una bolsa de galletas viejas. Solo la carcasa brillante de una nevera vacía.

Caminó sin rumbo un rato hasta que, por mera casualidad, notó una figura familiar a través de la ventana empañada de un pequeño restaurante. El cartel de neón medio fundido decía: "Los Sabores de Casa". Un nombre pretencioso para un sitio tan estrecho y poco cuidado. Las paredes eran de un amarillo sucio, con algunas manchas oscuras en las esquinas. Había apenas cinco mesas, todas con manteles de plástico que mostraban publicidad de gaseosas. Un ventilador en el techo zumbaba como si estuviera a punto de soltarse.

La mayoría de los clientes eran hombres mayores en overoles de trabajo, un par de mujeres con niños inquietos y un par de estudiantes comiendo en silencio. No era el tipo de lugar donde alguien como Leah se sentía cómoda. Pero no fue el lugar lo que la hizo dudar. Fue él.

Riven estaba en la esquina, con una bandeja de sopa caliente y arroz, junto a una botella de agua. Tenía la cabeza agachada, la chaqueta colgada del respaldo de la silla, y el cabello oscuro desordenado cayéndole sobre la frente. Estaba completamente concentrado en su comida, como si eso fuera lo único que importara en ese momento.

Leah dio un paso hacia adelante, luego otro... pero se detuvo junto a la puerta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.