Inevitable

Capítulo 2

También llovía la tarde del entierro de Kol. Todos se cubrían en silencio mientras el sacerdote decía lo suyo, exaltando las virtudes de su hermano y repitiendo, quizá por recomendación del General Saltzman, que era un héroe y que así se le debía de recordar. 

Habían tardado un poco más de lo previsto en llegar a Mystic Falls, parecía como si hubiera llovido en todo el país, los caminos estaban fatales. Durante todo el trayecto apenas había intercambiado unas palabras con su cuñada Caroline. Ella no había dicho mucho, más bien la había escuchado llorar disimuladamente, cubriéndose el rostro para que no la viera.

Cuando llegaron a la mansión Mikaelson de Mystic Falls, Rebekah ya estaba ahí. Tal como se lo ordenó al mayordomo Henry, este ya había dispuesto la mayoría de lo que había que hacer para el velorio y entierro. Contaron con la ayuda de Isobel, también de las hermanas Katherine y Elena. Kath fue con Rebekah desde New Orleans y eso en parte alivió a Klaus, ya se le había hecho desagradable la idea de dejar a Rebekah sola, al menos durante el camino tuvo quien la consuele. En el pueblo estaban ya todos avisados de lo sucedido, así que apenas hubo tiempo de descanso, todos empezaron a llegar a la hora. El velorio había empezado.

No sabía que cara poner y eso lo molestaba un poco. No era la primera vez que estaba en un velorio, había ido a muchos desde muy pequeño y jamás le había incomodado. Incluso era de los que se ponía a hacer chistes de velorio. Quizá nunca simpatizó mucho con la gente. Cuando se enteraba que alguien querido de algún conocido u amigo falleció sentía una momentánea tristeza. Imaginaba lo difícil de la situación de perder a alguien que amaba, lo engorroso que era seguir con los trámites, organizar el velorio y luego el entierro. 

Si, todo aquello debía de ser muy difícil, pero verdaderamente no le importó. Nunca logró ponerse triste en los velorios, ni siquiera viendo a los amigos sufrir. "Siempre he sido un insensible cuando se trata de la muerte", se dijo. Mamá y papá murieron juntos hace varios años en un accidente en el camino a Georgia, él estaba en Europa estudiando por aquellos días. Cuando regresó ellos ya estaban enterrados, no pasó por esa difícil etapa.

Y ahora estaba ahí, velando el cuerpo de su hermano pequeño. Sentía en carne propia el dolor de perder a alguien que amaba y pasar por todas las etapas de despedirse de este. Era la primera vez que vivía algo así y no sabía que hacer. Trataba de ser neutral cuando le estrechaban la mano y le daban el pésame o escuchaba que la gente le decía lo mucho que lo lamentaba, que Kol siempre fue un buen chico. 

Todos ahí en Mystic Falls lo conocieron desde muy pequeño, siempre fue un muchacho popular, y al menos unas dos veces al año los Mikaelson volvían por unos días a su pueblo. La guerra había interrumpido esas visitas, pero la gente los seguía apreciando. Tampoco supo qué cara poner cuando Kaherine, Elena e Isobel lo abrazaron a forma de consuelo y le dijeron que podía contar con ellas. No la había pasado nada bien.

Pero quien sin dudas la pasó peor fue Caroline, la viuda que nadie conocía. Para todos en el pueblo la prometida era Elena, era a ella a quien consolaban. Era un poco extraño, Elena recibía las condolencias y algo confundida, y quizá hasta nerviosa, decía muy educadamente que ella no era la viuda, sino la rubia triste al lado del ataúd. Se alegraba que Elena no se hubiera hecho muchos problemas con ese tema de tener a la viuda de quien fue su prometido al frente. En cambio su familia...

Aunque estaba bastante ocupado con toda esa situación notó la forma fiera y llena de rabia en que Isobel y Katherine miraron a Caroline. Susurraron algo entre ellas al conocerla, apenas si le dieron el pésame y se la pasaron murmurando todo el velorio. La gente ávida de chismes iba inmediatamente a ellas para saber por qué había una desconocida en un lugar que le correspondía a Elena por derecho. Nadie conocía a Caroline, todos la miraban raro, todos la apartaban. Todos menos los dos Mikaelson a cargo de todo. Su hermana la abrazó fuerte, ambas apenas se conocían pero se derrumbaron llorando por el difunto. 

Fue Rebekah quien insistió en que descanse y le dio algo de comer que le reponga, la que también le prestó un vestido negro para que use. A él ni se le ocurrió pensar en eso, ni le preguntó a Caroline si estaba lista o si tenía qué usar, pero Rebekah ya lo había preparado todo. Era un vestido totalmente negro, no muy ceñido ya que estaba embarazada, de cuello alto, muy elegante. Se veía hermosa. Triste y hermosa, la visión Caroline le provocaba muchas cosas. No podía apartar de sus pensamientos que era hermosa, pero también le daba una profunda pena verla sufrir, le daba lastima aunque sabía que estaba mal sentir lástima por ella. Ojalá él pudiera hacer algo para calmar su dolor, pero ese dolor era el mismo que lo torturaba a él.

Por eso al verla sola durante el velorio decidió acompañarla. Ella lo miró sorprendida un instante y agradeció en voz baja. Le dio su lugar, dijo que era la viuda de su hermano y madre de su sobrino, que ella era Caroline Mikaelson, parte de su familia y que él se encargaría de cuidarla. Caroline parecía todo el tiempo al borde de las lágrimas, él de a ratos sentía deseos de acariciar su suave rostro y decirle que se calmara, que ya no tenía nada que temer. Durante el entierro también estuvo a su lado. Cuando el cortejo fúnebre salió él iba al medio, Caroline y Rebekah lo habían tomado ambas del brazo y caminaban junto a él, se sostenían en él.

Toda la mañana había amenazado con llover. Se escuchaban los truenos a lo lejos chocando contra la roca de las montañas, soplaba el viento. Esa mañana llegaron también los hombres del regimiento de Kol, hasta una banda. Tocaron la marcha mientras avanzaban al cementerio, se izaron banderas. Ahí iba el Teniente Coronel Kol Mikaelson, dentro de un ataúd, rodeado de banderas. Todo un héroe. Vaya mierda. Durante la misa en el cementerio Rebekah y Caroline también estuvieron a su lado. Rebekah lloraba disimuladamente, se secaba las lágrimas con el pañuelo y él apretaba su mano para darle valor. Caroline estaba escuchando las palabras del sacerdote con la cabeza gacha, apretando sus manos. Las manos le temblaban. 




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