Inevitable

Capítulo 8

—¿Y bien? —preguntó ella. Caroline y Klaus estaban sentados uno al lado del otro en la mesa principal esperando el desayuno. 

Habían pasado unos días desde aquello y ninguno de los dos pudo olvidarlo. Klaus parecía sentirse algo avergonzado por su comportamiento al día siguiente, evitaba quedarse a solas con ella y mirarla a los ojos. Caroline entendió que para él debía de ser vergonzoso haber llorado. Solo que ella no lo sentía de esa manera, sino al contrario. Se sentía muy enternecida y triste de solo recordarlo. Nunca imaginó que lo vería llorar, sabía que lo de Kol le dolía mucho, se notaba en sus ojos, pero era la primera vez que veía llorar a un hombre. Cierto que había bebido un poco, pero eso no era lo importante. Sino que se apoyó en ella, que la abrazó, que se desahogó a su lado. Aún le estremecía recordar ese momento.

—Primero las damas —dijo él con una sonrisa encantadora. 

Luego de la incomodidad inicial aquello se fue disipando. Eran como cómplices, compartían un secreto. Y ella le dijo que no había nada de qué avergonzarse, así que desde entonces Klaus parecía más tranquilo. Ya ni siquiera quería pensar en la razón por la que pelearon aquel día, eso de escribir a su familia fue una imprudencia pero luego de pensarlo bien estuvo convencida que no había nada de qué preocuparse. No los iba a encontrar. La carta no llegaría a destino pues nunca encontraría a los Forbes de Washington. Ya no había Forbes en Washington.

—¡Es totalmente injusto! —estalló con mucha vehemencia—. Edmundo era solo un joven, por Dios. Tenía todo lo que un hombre puede querer, no eran grandezas pero lo hacían feliz, el futuro parecía brillante y de pronto eso...

—Lo sé, lo entiendo. Casi entré en histeria la primera vez que lo leí.

—¡Fue horrible! —Caroline se tomaba muy en serio los libros, y más ese. No superaba lo que le hicieron a Edmundo Dantés, futuro conde de Montecristo—. Qué injusto. Esa gente... ¡Oh, Klaus! ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que en verdad existe gente así. Envidiosa, sucia, baja. Que no le importa tu sufrimiento con tal de obtener lo que quiere, que no le interesa pasar sobre ti. En todas partes del mundo hay gente así, eso es lo que me enferma.

—Tienes toda la razón, Caroline. Están ahí siempre, sonriendo, rondando, esperando el momento oportuno para arruinarte. Son como ratas.

—Peores que las ratas —aseguró ella. Klaus asintió, la conversación se estaba tornando un poco tétrica hasta que ella sonriente cambió el tema.

—¿Y qué hay de ti? ¿Cómo vas hasta ahora? —Klaus suspiró, ella lo miró atenta, después de todo iba a opinar sobre su libro favorito. Le pareció notar que sonreía, luego lo vio negar con la cabeza y contener la risa.

—Compadezco a la inocente Elizabeth. Esa familia que tiene es simplemente insoportable. No sé qué haría si perteneciera a ella. —Caroline soltó una risa, era exactamente lo que ella pensaba—. No he tenido mucho tiempo de leer, lo siento.

—No, no importa, tienes todo el tiempo del mundo. Pero dime, ¿ya apareció el señor Darcy?

—¿Ese cretino déspota? Comparto la opinión de Elizabeth, no me explico como el buen señor Bingley puede ser amigo de esa clase de persona.

—Klaus, ¿te has puesto a pensar por qué el libro se llama "Orgullo y Prejuicio"? —Quería decírselo, pero eso sería contarle demasiado. Además tampoco se veía diciéndole que el señor Darcy fue su primer amor de la literatura.

—Espero averiguarlo pronto.

—Entonces el libro te está gustando.

—Bueno...—A ella se le escapó una risa. Lograr que un hombre admitiera que le gustaba un libro de romance ya era bastante difícil—. Apenas estoy empezando, no te puedo dar una opinión decente.

—Si claro, Klaus. Voy a creerte —bromeó. Se miraron y ambos terminaron riendo. 

Una parte de Caroline se sentía culpable. Dentro de poco se cumplía un mes de la muerte de Kol y ella estaba ahí riendo como si nada. Aunque Kol hubiera querido que fuera feliz, sentía que ponerse en ese plan era una falta de respeto. Por eso mismo decidió callar. Respiró hondo, no más bromas esa mañana. Para su suerte, en ese momento el mayordomo Henry abrió la puerta dejando pasar al personal de cocina que llevaba el desayuno.

—Buen día, señora Mikaelson, señor —saludó muy amable—. Espero disfruten su desayuno. Sé que es muy temprano para hablar de temas importantes, pero es mi deber informar que ha llegado correspondencia urgente del señor Lucien desde New Orleans.

—Gracias, Henry. La leeré apenas termine.

—¿Quién es Lucien? Digo, si puede saberse.

—Es nuestro administrador en las propiedades de New Orleans, su familia sirve a la mía desde hace mucho. Pero más que eso es un gran amigo. Le avisamos lo de Kol, pero no ha podido venir hasta ahora porque muchos temas lo retienen. Además le he pedido que se quede, necesito que él esté allá para apoyarnos.

—Entiendo, es tu mano derecha.

—Así es. —Aunque por la expresión pareciera que hasta ese Lucien le hiciera falta. Seguro que si, Klaus estaba completamente solo en esa mansión. 

Caroline se había dado cuenta que desde el día del entierro no había salido de la mansión, apenas a los jardines y nada más. Se había pasado aquellos días encerrado, las pocas visitas de cortesía que habían recibido no significaban nada. No había ni un solo amigo en Mystic Falls que le brinde su apoyo, ni una conversación entre hombres de esas que siempre son necesarias. 




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