Inevitable

Capítulo 43

Caroline cerró el libro y suspiró intentando asimilar todo. Madame Bovary se había suicidado. Fue testigo de sus ambiciones, de que a pesar de tener a su lado un hombre que la amaba y le daba todo cuanto podía, ella siempre quería más. No un amor natural como cualquier persona tiene con su marido, ella quería un amor de novela, quería un cuento de hadas. Y tanto buscó llenarse de esas sensaciones que no pensó nunca en el dinero, en las deudas, en todo la red de mentiras que estaba tejiendo. Hasta que las mentiras la ahogaron, hasta que ya no tuvo alternativa de acabar con todo. Dejó el libro a un lado y empezó a dar vueltas de un lado a otro en la habitación mientras su hijo dormía. Eso había sido perturbador...

¡Pero cómo amaba ese libro! Ya casi terminado, pero le había dado tantas emociones que se sentía satisfecha a pesar del sufrimiento. En fin, ¿pero qué es un libro sin un poco de dolor y sufrimiento? Como la vida misma. Ella incluso pensaba que tenía una historia de novela, que quizá si algún día contaba su vida alguien terminaría escribiendo sobre Caroline Mikaelson y su historia. Que en algún lugar del mundo habría una dama joven, quizá de unos quince años, leyendo de como se armó de valor para irse de la casa donde vivió siempre con miedo, y se sentiría admirada por su coraje. 

Quizá esa misma dama suspiraría por el valiente y apuesto teniente Kol Mikaelson, luego también lloraría mucho su muerte. Pero después sonreiría al ver aparecer en el libro al hermano Klaus Mikaelson, y quizá también suspiraría por él. Quizá esa dama también se sienta confundida pensando en Kol, pero creyendo que Klaus era muy apuesto. Puede que hasta sienta la confusión de ella, ¿aferrarse a un recuerdo? ¿Amar otra vez? Sufriría con ella, sentiría con ella, vibraría de emoción en cada párrafo.

Bueno, bueno, se estaba proyectando demasiado. Puede que eso jamás pase, no se veía contando su historia a ningún desconocido, pero había sido una bonita alucinación. Quizá así empezaban los libros reales, contando la historia de un amigo de un amigo, mezclado con vivencias propias, de historias contadas en fiestas, en algún té de la tarde, en una taberna. ¿Y si ella escribía su historia? Oh no, eso tampoco sería posible. Así fuera capaz de escribirla, moría de vergüenza con pensar que alguien sabría toda su vida. Su historia de novela. La de una dama que se enamoró de un oficial apuesto que la liberó del peligro, de esa dama amando otra vez. Suspiró, sonaba bonito y hasta poético, pero era real. Muy real.

Habían pasado ya varios meses desde que se fue de Mystic Falls. Meses agitados, instalándose en su nuevo hogar, cuidando y viendo crecer a su hijo. Por Dios, es que era tan hermoso, no se cansaba de verlo. Su pequeño Kol, tan parecido a su padre, tan bello y maravilloso. Acarició sus mejillas mientras el bebé dormía, hacía media hora que cerró los ojos y quizá en una hora estaría de vuelta a la acción. Ella había aprovechado una siesta del pequeño durante la mañana para recuperar horas de sueño, ya faltaba poco para la cena y seguro que el bebé estaría pronto despierto.

Sería una cena especial, Matt estaría de visita. El joven tenía un trabajo estable como asistente en uno de los negocios de Klaus, aparte daba clases de piano particulares y tocaba en fiestas importantes de la ciudad, donde era muy requerido. No estaba haciendo una fortuna, pero sí le iba bastante bien. Tanto que pasó dos semanas en New York pues lo requirieron para eventos allá. Rebekah estaba entusiasmada, si le iba bien quizá hasta podría dar conciertos y todo, quien sabe una gira por el país, quizá hasta Europa. Así que Caroline también andaba emocionada por ver a esa estrella en ascenso, estaba segura que Matt tendría mucho éxito.

Su hijo estaba profundamente dormido, Caroline lo arropó y salió de la habitación. Justo afuera de la habitación estaba Margaret, una empleada que contrataron para que les ayude a vigilar a Kol. Le hizo una seña y esta entró a la habitación, vigilaría el bebé hasta que despierte. Al salir al pasillo vio a Henry, la verdad siempre era bueno verlo. Lo conocía desde Mystic Falls, el fiel mayordomo que siempre estaba ahí para apoyarlos, guiarlos, para ser siempre tan discreto y servicial. 

Caroline quiso saber si estaban todos en casa, así que el hombre dio un breve informe. Rebekah aún no regresaba de coordinar asuntos del nuevo hospital, Elijah anunció que llegaría poco antes de la cena, y Klaus estaba en el despacho. Agradeció e intentó disimular su emoción. Klaus solo, tendrían un momento para aprovechar antes que llegasen todos.

No creía que tuvieran tiempo para hacerlo, o puede que sí. La verdad era que nunca lo habían hecho rápido y en algún rincón oscuro, siempre era con calma y en una cama, disfrutando de esa tranquilidad. Él decía que no quería incomodarla. Que era la mujer que amaba e iba a respetarla. A ella le gustaba eso, tampoco se creía capaz de hacerlo en cualquier lugar.

Kol siempre fue delicado con ella, Klaus también lo estaba siendo. Hasta el momento no podía creer que habían llegado a eso, que ella dio ese paso a pesar de los miedos. Aunque admitía que era algo completamente natural, ambos eran adultos responsables y sabían lo que querían. Si se amaban, se besaban, se acariciaban, e incluso antes de dar a luz ambos lo desearon, ¿acaso se pudo evitar que sucediera? Para nada, era el paso que tuvieron que dar.

¿Si tuvo miedo? Por supuesto. Kol fue el primero, el paciente. Cuando se casó con él ni siquiera tuvieron noche de bodas, ella se la pasó llorando porque al fin era libre y porque él estaba a su lado. Las siguientes noches fueron solo de caricias, de exploración. Por alguna razón Caroline sentía miedo, hasta repulsión, de lo que podía pasar. Porque cada vez que Kol hacía alguna caricia íntima ella recordaba a Tristán y lo apartaba sin querer, lo empujaba y luego lo abrazada pidiendo perdón. 




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