Inevitable

Capítulo 53

Desde las sombras, Lucien observaba. Las hermanas De Martell fueron a esa fiesta de inauguración del barco en la que solo primera clase estaría presente, estaban acompañadas de la pareja de hombres, y también de la niñera que cuidaba al bebé. Al pequeño Kol lo llevaban en un cochecito, y varias damas de sociedad se detenían a decirle a Caroline lo hermoso que era. 

Lucien sonrió por eso, si Caroline iba con el bebé era porque no tenía intención de quedarse, solo estaría en la cena y luego iba a retirarse. Había escuchado también que ella decía que no estaba de humor para fiestas, en realidad para Caroline todo era triste, para Aurora todo era hermoso y el inicio de una nueva vida.

Y eso era lo que más satisfacción le daba. La ilusión que iba desvanecerse, la sonrisa que se transformaría en llanto, las risas que serían lamentos. Esa joven que estaba tan llena de vida y de esperanza de ser feliz estaría pronto en sus manos. Él sería el encargado de quitarle todo ese brillo, se lo iba a llevar y atesoraría hasta su final la imagen de los ojos llorosos de Aurora, de cómo poco a poco se quedaban sin vida. Su negocio era la muerte, pero él se alimentaba de la vida de otros. Se alimentaba de ilusiones, esperanzas, sueños. Todo se lo llevaba y lo coleccionaba. Las vidas que truncó eran suyas.

Tal como era de esperarse, Caroline terminó de cenar y se retiró con el bebé y la niñera. Bien, todo sería más fácil a partir de ese momento. Esa era la noche, no podía retrasarlo. Al día siguiente llegarían al puerto de New York y luego se iban en dirección a Brasil. El viaje sería bastante largo y no pararía en otro puerto, él no tenía la intención de vivir escondiéndose. Mataría a Aurora esa noche y bajaría en New York para seguir con su vida. 

No sabía en cuanto tiempo los Mikaelson se enterarían de su hazaña, tampoco le importaba mucho. El que ha sabido vivir debe saber morir, y él sabía que ese era su fin, pero no le atemorizaba. El que a hierro mata, a hierro muere, dicen. Sea pues.

La fiesta se puso algo entretenida, Aurora no se separaba de esos dos. Pero Lucien sabía que pronto lo harían, después de todo ambos eran pareja y querrían aunque sea unos minutos a solas. Por poco que sea, él lo iba a aprovechar. Tenía toda la paciencia del mundo, no se hacía problemas. Después de una hora de espera, llegó la oportunidad. 

Aurora, Aiden y Josh salieron hacia cubierta para tomar un poco de aire fresco. Ahí conversaban, reían, celebraban el inicio de una nueva oportunidad. Ella dijo que se sentía un poco cansada y que regresaría pronto a su habitación, ellos se quedaron a su lado un momento, pero luego se excusaron. Querían ir también a su habitación, obviamente para tener intimidad.

—¿Te acompañamos? —preguntó Josh.

—Oh no, descuida. Quiero quedarme un momento más acá. Es una bonita noche. Nos vemos mañana en el desayuno.

—Bien, descansa —le dijo Aiden—. Que tengas buenas noches.

—Buenas noches chicos, nos vemos.

"Perfecto", se dijo Lucien con una sonrisa. Todo estaba saliendo a la perfección y tal como predijo que sucedería. Aurora estaba sola y desprotegida. La mayoría del personal estaba en el salón de la fiesta, y tampoco es que hubiera mucho pues más de la mitad de los pasajeros esperados subirían en New York. Caminó sigiloso a ella, llegó muy cerca, tanto que podía sentir su aroma. Aurora sintió la presencia de alguien y se giró rápido. Apenas lo vio soltó un grito de sorpresa.

—¡Por Dios! ¿Usted aquí, Lucien?— Estaba sorprendida, ya podía ver algo de susto en su mirada—. ¿Dónde ha estado todo este rato?

—Todo el tiempo aquí, Aurora. Mirándola a escondidas, contemplando su belleza —ella apartó la mirada incómoda, era bastante obvio que no le gustaba su presencia ahí—. Sabía que se iba a molestar si aparecía de frente.

—¿Por qué ha venido? ¿Klaus lo envió a vigilarnos a escondidas? ¿Es eso?

—No Aurora, vine por ti —intentó acariciar su rostro, pero ella retrocedió—. Vine porque necesitaba verte por última vez.

—Señor Castle, usted y yo no somos nada. Déjeme sola, no quiero verlo. Esto no es propio.

—¿Acaso no quiere escuchar lo que siento por usted?

—No —dijo muy segura—. No me interesa nada de usted, y esto es una locura. Déjeme decirle que si vino por mí está perdiendo su tiempo.

—Oh no Aurora, no he perdido mi tiempo para nada.— Rápido y con fuerza la cogió de un brazo y la llevó a un lado oculto entre las sombras, ella intentó soltarse pero no lo permitió.

—¡Déjeme! Voy a llamar a los guardias y....—No la dejó hablar, a la fuerza y sin respetar nada la besó. Sus besos no le importaban para nada, solo quería probarla, saber el sabor de su última víctima. 

Ella no cedía, forcejeaba e intentaba empujarlo. Llevó despacio una mano a su cuello, y lo que en un inicio parecía una tierna caricia, poco a poco fue tomando fuerza hasta que empezó a ahorcarla. Se separó de ella y vio cómo se desesperaba, cómo intentaba tomar aire. Lucien sonreía mientras la veía sentirse cada vez más débil, cómo iba perdiendo la vida poco a poco. La soltó y llevó una mano a su boca, quería evitar que grite. Ella apenas intentaba respirar por la nariz, pero estaba ya bastante débil.

—Aurora, cariño —dijo con voz dulce—. ¿En serio crees que me importaste siquiera un momento como mujer? ¿Sabes lo que siento por ti? ¿Lo único que me provocas? Ganas de matarte, y para eso es que he venido —pudo notar el terror en sus ojos, ese miedo que se hizo más grande cuando la navaja apareció. La paseó despacio por su mejilla, bajó lento por su cuello y se quedó cerca de la yugular—. Sería tan fácil, ¿sabes? Solo un tajo y adiós Aurora De Martell, ¿o era Rosza? Bah, no importa. Los muertos no tienen nombre.— La dama temblaba de miedo, sus lágrimas empezaron a bajar lento y las sintió mojando su mano. Cuánta belleza en un solo gesto. Acercó una vez más su rostro al de ella y lamió sus lágrimas—. Deliciosas, ¿sabes por qué? Son de terror, de miedo. Así me gusta, zorra. Esto no va a terminar tan pronto ni tan fácil. He planeado al menos dos horas de tortura antes de matarte, y estoy bastante excitado de solo imaginarlo —soltó una risa, ella quería gritar y moverse, pero tenía aún la navaja en el cuello—. Después de lo que voy a hacerte vas a desear haber ido corriendo a los brazos de tu hermano.




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