Inevitable

Capítulo 55

Siempre creyó que podía huir de su pasado. Simplemente dejarlo ahí, no pensar en él, escapar de Tristán. Pero estuvo equivocada, el pasado no se iba, siempre iba a ser parte de ella. Cuando se casó con Kol, él le dijo que todo iba a estar bien, que nada iba a pasarle porque él la iba a proteger siempre. Y le creyó, porque a su lado todo era mejor, porque lo amaba y sabía que él jamás permitiría que Tristán le haga daño otra vez. 

Luego, cuando su amado se fue y llegó Klaus a su vida, una vez más se sintió protegida y creyó que podía seguir adelante y ser feliz. Estaba segura que cualquiera de los dos daría la vida para que ella no tuviera que volver a ver a Tristán. Que huirían con ella, que acabarían con sus problemas. Ese fue su error, ser cobarde, dejar que otros se ocupen de sus problemas.

Tristán seguía ahí, seguía amándola de esa forma tan enfermiza, seguía detrás de ella dispuesto a lo que sea por conseguir que vuelva a su lado. El pasado no se fue a ningún lado, siempre estuvo ahí esperándola en las sombras, listo para devorarla y ahogarla. De nada valía huir, no servía esconderse detrás de alguien y pretender que la proteja. Ella tenía que hacerle frente, tenía que acabar con su más grande temor.

Caroline se secaba las lágrimas de rato en rato mientras avanzaba en coche por Washington, estaba yendo para la casa de campo de los De Martell. Sabía, o pensaba, que él estaría ahí. ¿Qué iba a pasar? No tenía idea, pero sabía lo que a Tristán le gustaba. Que ruegue perdón, que se arrodille, que pida por Rebekah. Una vez que logre la liberen, tendría que cumplir con lo que sea que prometa, si no lo hacía igual él iba a forzarla. Esperaba que para ese entonces Klaus y los demás ya estén en Washington para ayudarla. 

Pero tenía claro que no podría evitarlo ni detenerlo. Él la iba a violar como siempre quiso, lo haría hasta cansarse, no le iban a importar sus lágrimas ni sus ruegos. Solo se entregó a dos hombres, y a los dos los amó con todo el corazón. Hacerlo con Tristán sería repugnante y estaba segura que nunca se iba a recuperar de eso.

"Aún así lo harás, tienes que salvar a Rebekah, tienes que acabar con esto", se dijo mientras intentaba contener sus lágrimas otra vez. No tenía alternativa, ella tenía que detener a Tristán, distraerlo el tiempo suficiente para poder acabar con él. ¿Cómo? No sabía. Era la única forma, solo ella podía hacerlo. Aurora estaba herida en New York, el maniático de Lucien intentó matarla, no podía meter a su hermana en eso. Ya ella sufrió bastante soportándolo el tiempo que estuvo ausente, no iba a pedirle más.

Conforme el coche avanzaba los campos aparecían al fin frente a sus ojos. Estaba nerviosa y sentía hasta escalofríos. Tembló cuando a lo lejos vio la mansión dónde creció, esa hermosa casa en el campo. El lugar de sus pesadillas, donde vivió las peores experiencias de su vida. Recordaba perfectamente la primera vez que pasó, ella era una niña aún y quería a su hermano, él siempre era bueno y cariñoso. Hasta que un día le beso en la boca y ella no entendía, nadie la besó ahí jamás. 

La besaba siempre ahí, hasta creyó que era normal. Luego comenzó a tocarla, eso no le gustaba, era raro, era feo. Mientras más crecía a él más le gustaba tocarla. Ella y Aurora se escondían a veces debajo de la cama, en los roperos, en el sótano. Con miedo, temblando, tomadas de la mano. Y cuando las encontraba no podían hacer nada, solo dejarlo hacer. Ese maldito lugar de sus horrores donde ella vivía con miedo de cada día, esperando que él se fuera, rezando para que no las toque otra vez, esperando que alguien se diera cuenta y las ayude. 

Lo peor era que quizá si se deban cuenta, quizá los sirvientes lo sabían, quizá hasta mamá lo supo. Pero nunca nadie las ayudó, dejaron a dos niñas indefensas en las manos del monstruo. Por eso Caroline lo tenía claro. Nadie podría ayudarla, solo ella acabaría con eso.

Ya estaba cerca, y ella apartó la mirada de la casa para dirigirla a los campos. Allá, en dónde alguna vez un regimiento puso su campamento. De ahí vino Kol, su amor. Fue bello, si, fue más que eso en realidad. Lo amó como a nadie, y lo seguiría amando en la eternidad. Kol le dio un bello hijo, y pensar en eso le partía el corazón. ¿Qué iba a ser de su pobre bebé? ¿Sobreviviría para volver a verlo? ¿Sería huérfano acaso? Al menos estaba segura que Klaus iba a quererlo y amarlo como suyo propio. 

"Oh Klaus....", se dijo con un nudo en la garganta. Quizá cuando él llegue desesperado a salvarla ya sería demasiado tarde. Quizá esa vez en el muelle fue la última vez que se vieron. Pobre de él que la amaba tanto, no quería dejarlo solo, no quería que sufra. "Pero ya está hecho", se dijo mientras el coche se detenía. No había forma de retroceder.

—Está bien aquí —le dijo al cochero—, yo iré caminando, tome su pago.— El hombre extendió la mano y recibió las monedas prometidas. Ella ni equipaje tenía, apenas un abrigo.

—¿Segura, señora? ¿No quiere que la acompañe?

—Estaré bien —aseguró, cuando por dentro pensaba todo lo contrario. Él hombre solo asintió, apeó el caballo y marcó el rumbo de regreso a la ciudad.

Estaba sola. El camino a la casa estaba marcado con arbustos y flores descuidados. Mamá murió poco después de que ella huyera con Kol, de eso se enteró por el periódico. De ella no supo más, solo pensaba que le hubiera gustado mucho despedirse, aunque sea visitar su tumba. Quizá cuando todo eso acabe, si es que sobrevivía, podría ir a dejarle unas flores. 




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