NARRA CLARISSA
Él suspira, como si esperara mi negativa. Su mirada dominante cae sobre mí. Mis piernas tiemblan. No es de miedo, pero sí de miedo. ¿entienden?
—Considera que el auto es parte de tu contrato. —Su tono es irrefutable.
Sé que no hay forma de rechazarlo. Así que no tengo de otra.
Acepto el auto. No tengo opción. Aunque por dentro sigo sintiendo que es demasiado, que recibir algo de tanto valor me ata aún más al peso de las expectativas del señor Rockefeller.
—Gracias… —murmuro, manteniendo mi tono firme.
Ingresamos de nuevo al instituto. Él inclina ligeramente la cabeza, como si evaluara cada palabra que digo.
—No tienes que agradecer. Lo necesitas.
Aprieto los labios.
—Me sigue pareciendo excesivo.
—Clarissa, aquí no puedes dudar de cada cosa que recibes. Aprende a aceptar lo que te pertenece.
Su voz tiene esa autoridad incuestionable. Esa que se siente más que de lo que se escucha.
—¿Y si no me acostumbro?
Sonríe. Apenas una curva sutil en los labios, un gesto tan breve que podría no haber existido. Por alguna razón no me agrada el tono de su voz pronunciando la siguiente frase…
—Lo harás.
Nos quedamos en silencio unos segundos antes de que me haga un gesto para seguirlo. Caminamos por los pasillos, pasando por corredores amplios, perfectamente iluminados, cada rincón del instituto destilando la exclusividad de quienes estudian aquí.
Al llegar a la sala de profesores, se detiene en la entrada.
—Aquí es donde empieza realmente tu trabajo. —Su mirada se mantiene firme en la mía—. Te presento, y luego te dejo.
No sé si sus palabras buscan darme seguridad o advertirme de que, después de esto, estaré sola.
Empuja la puerta con calma y todas las miradas se vuelven hacia nosotros.
El ambiente se siente diferente de inmediato. No hostil, pero sí contenido. Rockefeller da un paso adelante, con su presencia imponente dominando la sala.
—Profesores, les presento a Clarissa Lázaro. Será la nueva docente de matemáticas y física teórica. Espero que la reciban como corresponde.
Me observa un segundo antes de darme la oportunidad de hablar. ¡oh! Lo olvidaba, es el socio mayoritario. Tataranieto del fundador.
Respiro hondo.
—Es un placer conocerlos. Espero que podamos trabajar juntos de manera eficiente.
Algunos intercambian miradas antes de responder.
—Bienvenida, Clarissa. —Un hombre de cabello entrecano se acerca primero, estrechando mi mano—. Soy Richard Kensington, profesor de literatura.
—Leonora Sánchez, historia y filosofía.
—Edward Monaghan, ciencias políticas.
—Isabel Gálvez, música y artes.
—Samuel Roberts, química.
—Alicia Mendes, biología.
—Francis O’Connell, derecho.
—Dylan Foster, economía.
Las presentaciones se suceden con fluidez, cada uno con un gesto de bienvenida, algunos con sonrisas más cálidas que otros. Él observa la escena, como si evaluara cada reacción. Finalmente, se vuelve hacia mí.
—Haz lo que sabes hacer. No me decepciones.
Su tono no es una amenaza, pero tampoco una simple despedida. Antes de que pueda responder, se marcha con la misma autoridad con la que llegó. El aire en la sala se distiende apenas.
“no debí aceptar, esto es demasiado.”
—Parece que tienes padrino. —comenta Dylan con una sonrisa.
—No es mi padrino. —Respondo con calma.
—Bueno, ha hablado de ti más de lo que habla de cualquiera. —dice Edward.
Antes de que pueda responder, la puerta vuelve a abrirse. Una mujer de cabello negro azabache y expresión afilada entra con pasos calculados.
—Así que tú eres la famosa protegida.
La forma en que lo dice no es bienvenida, no es amabilidad.
—No sé qué fama tengo. —Le respondo con serenidad.
—Vamos, Clarissa. Todos sabemos cómo se consiguen ciertos puestos aquí. —Sonríe, pero su mirada destila veneno—. Y tú no tienes edad ni experiencia suficiente para estar en esta sala.
El ambiente se tensa de inmediato. Los demás profesores intercambian miradas, algunos incómodos, otros esperando mi respuesta.
—Se llama mérito. —Mi voz sigue tranquila, pero afilada—. Tal vez no me conoce lo suficiente para entenderlo.
No me he esforzado toda mi vida para que me tachen.
—Oh, claro. El mérito. —Su sonrisa se ensancha—. Dudo que eso sea lo que te llevó aquí. Y no creo que la esposa del señor Rockefeller opine lo mismo.
Mis músculos se tensan, pero mi expresión sigue impecable.
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Editado: 03.06.2025