NARRA HENRY
Salgo del instituto con el rugido del motor de mi Lamborghini rojo cortando el aire. No tengo paciencia. No tengo humor. Las palabras sobre la protegida de mi padre resuenan en mi cabeza, cada rumor, cada insinuación, cada mirada curiosa de los estudiantes que ya han empezado a hablar de ella.
Clarissa Lázaro. Primero, se atreve a sancionarme como si tuviera algún tipo de poder sobre mí. Segundo, mi padre la defiende.
Acelero. Como si eso me fuera a calmar.
La mansión Rockefeller se alza imponente cuando llego. El portón se abre con su usual lentitud, como si el mundo entero tuviera que inclinarse antes de permitirme entrar. Al bajar del auto, camino con pasos firmes hacia el despacho de mi padre. La puerta está entreabierta.
Él está ahí, como siempre, sentado con la misma presencia indomable que ha definido su existencia. Sin mirarme, toma un sorbo de su whisky.
—Te veo tenso.
Su voz es tranquila, calculada. No me molesto en fingir calma.
—¿Qué demonios pasa con la nueva profesora?
Mi padre levanta la mirada apenas, la expresión serena, como si mi tono no significara nada para él.
—¿Clarissa?
—Sí, Clarissa —escupo el nombre con irritación—. ¿Por qué todo el mundo dice que es tu protegida? ¡y tu amante!
Su mirada no cambia.
—Es mi protegida, no mi amante.
—¡no mientas! ¡no sería la primera vez!
—Henry, cálmate. Solo es mi protegida.
Remacho los dientes, recuerdos llegan a mi mente y mi odio aumenta. Esta vez, no lo permitiré.
Mis dedos se tensan sobre el respaldo de una silla. Esta vez voy a defender a mi madre, no permitiré que mi padre acabe con esta familia.
—¿Qué significa que sea tu protegida?
Él posa el vaso sobre la mesa con una calma exasperante.
—Significa que aposté por ella hace años, le di oportunidades que nadie más le daría.
—¿Y qué más? —insisto, la irritación creciendo.
Me observa con detenimiento.
—Nada más.
No le creo.
—No me digas que no hay nada más. Todos hablan de esto.
Se recuesta en su silla, sin molestarse en alzar la voz.
—¿Importa lo que digan?
Aprieto la mandíbula.
—¿Tienes algo con ella?
Él sonríe apenas.
—No.
No me convence.
—¿Cómo puedo estar seguro?
Suelta una leve risa, baja y segura.
—Porque si lo tuviera, no tendrías cómo evitarlo.
Mi cuerpo se tensa. Es un recordatorio de su dominio. De su poder. Odio ese poder. Abro la boca para responder, pero en ese momento, la puerta se abre. Mi madre.
—¡Henry! —Su voz es suave, preocupada, llena de esa dulzura que siempre ha usado para excusar mis errores—. ¿Qué ocurre?
Mi rabia se congela de inmediato. No puedo hablar de Clarissa frente a ella. No quiero lastimarla. Ya tiene suficiente con los rumores que vuelan como las llamas ardientes. Mi padre se vuelve hacia mi madre con una expresión medida.
—Nada grave. Solo una conversación.
Ella frunce el ceño, pero me dirige su mirada protectora.
—¿No te ha hecho nada, cariño?
Respiro hondo.
—No, mamá.
Pero entonces, la conversación gira.
—Me dijeron que la nueva profesora te levantó un reporte.
Me quedo en silencio. Mi padre toma la palabra antes que yo.
—Sí. Y con justa razón.
Mi madre lo mira con desaprobación inmediata.
—Es exagerado. Henry no es un mal chico.
Mi padre suelta el aire con paciencia contenida.
—Es rebelde.
—Es un joven.
La discusión de siempre. Ella siempre me excusa. Él siempre me reprende. Y yo… solo los observo con hastío. Cruzo los brazos. Acostumbrado a que esto ocurra todo el tiempo.
—Voy a solucionar lo de la profesora —. Mi madre a tomado la decisión —. Es una falta de respeto que no permitiré.
Mi padre me observa con absoluta seguridad.
—No tienes nada que solucionar.
Mi madre toca mi brazo con suavidad.
—Henry, no te metas en problemas. Si lo pides hare que la echen.
Miro a mi padre con desafío.
—Inténtalo, veremos cómo te va —. Habla amenazante hacia mi madre.
Observo en silencio cómo la discusión entre mis padres sube de tono con cada palabra que intercambian.
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Editado: 20.06.2025