Inexorable

CAPITULO 8

NARRA CLARISSA

El taxi me deja frente a mi casa. Entro y encuentro a mi madre de pie en la sala con los brazos cruzados. Su cara me dice que no dejo el tema.

—Mamá, papá y yo devolvimos el auto. No quiero discutir contigo.

—Clarissa, si ese hombre no te considera su amante. No existe ninguna otra razón para que te haya dado todo lo que tienes. Tu padre lo sabe, los hombres no son buenos.

Aprieto los puños.

—Lo conseguí por méritos.

—¿Méritos? —Se burla—. ¿Desde cuándo los Rockefeller se interesan en los pobres con méritos? ¿o te refieres a los méritos en su cama?

—¿Por qué me odias tanto?

—No te odio. Simplemente nunca he confiado en ti.

Me quedo en silencio. Duele más de lo que quiero admitir.

—¡Siempre has creído que me vendí para obtener lo que tengo! —. Jadeo.

—¡Porque así funciona el mundo!

—¡Pues yo no funciono así!

Estoy harta. Cansada. Mi madre nunca ha creído en mí. Y ya no sé cuánto más podré soportarlo.

—¡Yo no te eduque para que seas una amante! ¡no tienes vergüenza!

—¿con que palabras te digo que no soy su amante?

—Puedes mentirle a tu padre que es un viejo senil que cree que su hija es lo mejor del mundo, no ve la realidad.

—Mi papá no es senil. ¿Por qué tanto odio?

—Solo un idiota como él estaría orgulloso que otro le diera estudios a su hija, y nunca pudiste confórmate con lo que te toco, con esta familia. Siempre quisiste más.

—Querer ser mejor, no es un pecado.

—¡lo es cuando te metes a la cama de un hombre casado! ¡cuando usas tu cuerpo!

—¿de dónde sacas esas ideas? Mamá, le dije a papá que no pelearía contigo. No voy a pelear más, si crees que soy su amante, es tu problema, tengo mi conciencia tranquila, y que en todo lo que he hecho hasta ahora, te he honrado a ti y a mi papá.

Mi madre me observa con los labios apretados, los ojos llenos de ese juicio que conozco demasiado bien.

—No quiero amantes en mi casa.

Sus palabras son un golpe más fuerte que la bofetada que ya me ha dado. Siento la sangre hervir en mis venas.

—No soy su amante. Mamá, si el problema es el auto, ya lo devolví, le he dicho a mi padre que no soy una amante, ¿Por qué no confías en la educación que me dieron? ¿Qué quieres? ¿Qué hago? ¿dejo el empleo? ¿Cómo pagaremos las deudas? ¡como compraremos las medicinas para mi hermano!

Ella suelta una risa fría.

—¿Y cómo quieres que te crea? ¿Cómo esperas que piense otra cosa cuando todo lo que tienes vino de él? Y no quiero ese asqueroso dinero sucio, prefiero morirme del hambre.

—Lo conseguí con esfuerzo.

—¡Esfuerzo! —exclama con ironía, cruzando los brazos—. ¿Cómo puedes ser tan ingenua?

La rabia se mezcla con el dolor.

—¡Siempre has pensado lo peor de mí!

—¡Porque nada en la vida es gratis, Clarissa!

La frustración se desborda. Mis ojos arden, pero me niego a llorar frente a ella.

—¡Nunca has confiado en mí! Ni cuando saqué la beca, ni cuando logré entrar a la universidad, ni cuando me gradué, ni cuando conseguí este trabajo. ¡Nunca!

Mi madre mantiene su postura firme, sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento.

—Porque no confío en lo que no entiendo.

Las lágrimas finalmente escapan, calientes, humillantes.

—¿y yo tengo la culpa? ¿Qué harás al respecto?

La respuesta llega sin titubeos.

—Te vas de esta casa.

El mundo se detiene para mí.

—¿Qué…?

—Haz tus maletas. No quiero verte aquí. ¡no quiero prostitutas en mi casa!

—Soy tu hija. Mamá, no puedes tirarme a la calle. No tengo a donde ir.

—No me importa. ¡dejaste de serlo cuando te vendiste! ¡cuando te convertiste en la amante de ese hombre.

Camino hacia mi habitación y empiezo a llenar mi maleta con lo poco que me pertenece. Ropa, libros, documentos. Cada movimiento es mecánico. El dolor es un monstruo que se ha instalado en mi pecho, devorándome desde dentro.

Minutos después, salgo de la casa con la maleta arrastrando el poco peso de mi existencia. Mi madre se mantiene en la puerta, mirándome con esa expresión impasible. Sin despedidas. Sin arrepentimientos.

Las sombras se alargan en cada esquina. Siento miradas sobre mí. No necesito girar para saber que no estoy sola. Mis manos tiemblan alrededor del asa de la maleta.

¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué no puedo verlo? ¿en qué me estoy equivocando? Hago todo al pie de la letra, no tengo ambición más allá de la aceptable. No miro con otros ojos al señor Rockefeller. Nunca he interactuado con él, más de lo necesario.




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