Inexorable

CAPITULO 10

NARRA CLARISSA

El apartamento sigue en silencio, pero no es un silencio vacío. Es uno que se llena con la presencia de Rockefeller a pocos pasos de mí, con el peso de una conversación que ha removido demasiado.

Me paso una mano por el rostro, intentando borrar los rastros de lágrimas que aún persisten.

—No sé por qué te conté todo esto.

Él me observa sin prisas.

—Porque necesitabas hacerlo. Y me gusta que ahora me tutes.

Mi pecho se aprieta. No sé qué me irrita más, el hecho de que tiene razón o el hecho de que su voz suena demasiado segura cuando habla sobre mí.

Me apoyo contra el respaldo del sofá, sintiendo el agotamiento arrastrarme.

—No deberías estar aquí.

Él sonríe apenas, la curva de sus labios apenas perceptible.

—¿Y por qué no?

No tengo una respuesta sólida. Solo sé que su presencia hace que el aire se sienta más pesado. Más intenso. Más peligroso.

—No quiero depender de ti.

Su expresión no cambia.

—No lo haces.

Sus palabras se clavan en mí de una manera extraña, inesperada. No es una oferta de protección. Es una afirmación de independencia.

Me recuesto en el sofá, cerrando los ojos. El peso de la conversación, de la realidad, de la cercanía entre nosotros, es demasiado.

—Clarissa.

Abro los ojos. Sus ojos están fijos en los míos, la intensidad en ellos casi palpable.

—No tienes que probarle nada a nadie.

Trago saliva. No sé por qué esas palabras me golpean tan fuerte. No sé por qué, en este momento, su presencia se siente como lo único sólido en un mundo que se desmorona.

El tiempo entre nosotros ha creado algo que no puede explicarse en palabras. Algo que no queremos admitir. Y justo eso es lo que me aterra, porque probablemente estoy confundiendo las cosas.

Así que hago lo único que hará que deje de pensar estupideces. Cambio de tema.

—Fui impulsiva al levantar ese reporte.

Su expresión no cambia.

—Fuiste valiente.

Me giro hacia él, sorprendida por la seguridad en su voz.

—¿No me juzgas por haberlo hecho? Se trata de tu hijo… debí ser condescendiente.

—Clarissa —su tono es tranquilo, pero imponente—, nadie tiene el valor de reportar a mi hijo.

Mi pecho se aprieta.

—¿Por qué?

Él suelta el aire con lentitud, inclinándose ligeramente hacia adelante.

—Porque mi esposa haría todo lo posible para destruir a quien se atreviera.

Un escalofrío recorre mi piel. ¡mamá dragona! ¿Cómo pude olvidarlo?

—¿Eso significa que vendrá por mí?

Él me observa un segundo antes de responder.

—No lo permitiré.

El aire se congela. Mi corazón late más rápido, no por miedo, sino por la forma en la que lo dice. Seguro. Irrefutable. Sin dudas.

—No puedes evitarlo —murmuro—. No puedes controlar cómo reaccionará.

Él sonríe apenas.

—Sí puedo.

Trago saliva.

—¿Cómo?

Su mirada se fija en la mía con una intensidad peligrosa.

—Porque eres mi protegida.

Las palabras cuelgan en el aire, pesadas, definitivas.

—Y mientras yo viva, nadie te tocará.

El peso de su afirmación me golpea de una manera que no esperaba. Las sombras del pasado, el miedo, la inseguridad, todo parece disiparse por un instante. Pero algo en su presencia sigue siendo demasiado intensa. Demasiado cercana. Demasiado difícil de ignorar.

Se reclina en su asiento, sus dedos deslizándose por el borde del vaso que aún sostiene.

—Mi esposa no es una mujer que deja pasar las cosas.

—Lo imagino.

Él suelta una breve risa seca.

—No. No lo imaginas.

Me quedo en silencio. Lo observo, esperando. Hasta que finalmente, continúa.

—Nuestra relación nunca ha sido estable. Se casó conmigo porque era lo que debía hacer. Yo la elegí por razones que, en su momento, parecían sensatas. Pero…

Su voz se apaga por un instante, como si buscara las palabras correctas.

—Siempre ha querido controlar todo. Incluyendo a nuestro hijo.

Me remuevo en mi lugar.

—Henry… es el resultado de una crianza sin reglas.

Sus palabras son crudas, pero reales.

—Ella siempre lo ha defendido, siempre ha excusado cada uno de sus errores.

Trago saliva.




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