NARRA CLARISSA
El aula se congela. Murmuros. Miradas. El caos se despliega en segundos. Respiro hondo. Henry claramente lo dijo con toda la intención… ¿ocupar la cama de su padre? Remacho los dientes.
—Bueno —mi voz es baja, calculada, sarcástica—, si ese fuera el caso, significa que también podría castigarte.
Henry entrecierra los ojos, como si midiera mi reacción. Los demás contienen el aliento.
—¿Castigarme?
Cruzo los brazos.
—Claro. Si es que prefieres llamarme madrastra.
El aula estalla en comentarios y risas nerviosas. Henry frunce el ceño. Se reclina en su asiento, evaluándome.
—No tiene idea de lo que acaba de hacer.
Lo miro con calma.
—No me preocupa.
La clase continúa, pero la tensión sigue flotando en el aire. La ignoro y doy las fórmulas matemáticas como lo tenía planeado. Y cuando termina, sin ninguna otra novedad, espero que todos se marchen del salón.
Salgo del salón, pero de inmediato siento unos pasos siguiéndome, como un mal que me asecha. El estacionamiento no parece un lugar seguro.
Henry avanza con pasos decididos, y sin previo aviso, se para frente a mí, cortando mi camino.
—¿Qué demonios fue eso?
Levanto la barbilla, sin retroceder.
—Fue una respuesta inteligente. —Él se ríe sin humor.
—Fue un suicidio.
Mi cuerpo se mantiene firme. ¿Por qué se tiene que ensañar conmigo?
—No me intimidas.
Se acerca un paso más, su altura imponiéndose sobre mí.
—Pues deberías. —Le sostengo la mirada desafiándolo. —Eres patética —escupe con desprecio—. Actúas como si tu dignidad valiera algo en este lugar.
El aire se congela. Mi mandíbula se tensa, la ira latiendo en mis venas. Pero se me olvida amarrarme la lengua.
—Y tú eres un niño mimado que cree que el mundo gira a su alrededor.
—Soy un Rockefeller. El mundo sí gira a mi alrededor.
—No me importa tu apellido. No me intimidas.
—Tal vez deberías.
—Tal vez deberías aprender que no todos van a inclinarse ante ti.
Él entrecierra los ojos, el desafío en su expresión volviéndose más peligroso.
—No necesito que se inclinen. Solo que sepan cuál es su lugar.
Las palabras se clavan en mí como cuchillas. La rabia estalla sin permiso.
—¿Y cuál se supone que es mi lugar? ¿Debajo de tu maldita bota?
—Exactamente.
Mis puños se aprietan. Mi cuerpo arde de ira.
—No sabes nada sobre lo que significa ganarse un lugar con esfuerzo.
Él resopla con indiferencia.
—Y tú no sabes lo que es nacer en el único lugar que importa.
Las palabras se disparan entre nosotros como balas, cada frase más cruel que la anterior, cada insulto empujándonos a odiarnos más.
—No tienes idea de lo que hiciste al meterte con mi familia.
—No tienes idea de lo que hiciste al meterte conmigo —. Lo reto.
Nos miramos, los dos envueltos en un fuego que no se apagará pronto.
—¡idiota! —. Gruño antes de dar la media vuelta y dejarlo parado a medio estacionamiento.
La rabia sigue latiendo en mi pecho mientras salgo del estacionamiento del instituto. Mis manos se aferran al volante con fuerza.
Ese imbécil. Ese maldito Rockefeller con su sonrisa de superioridad, con su mirada llena de desprecio, con su incapacidad de aceptar que alguien más pueda desafiarlo. Aprieto la mandíbula, acelerando.
Un Lamborghini rojo aparece en mi retrovisor. Demasiado cerca. Demasiado rápido.
¿ahora que pretende? ¿matarme?
El auto se mueve de un lado a otro, como si estuviera probando cuán lejos estoy dispuesta a llevar esta lucha. No bajo la velocidad. No retrocedo.
¿quieres ver de quien salen más correas? ¡vamos a ver quién tiene más huevos aquí!
En cuestión de segundos, todo se convierte en un peligroso juego de autos chocones en plena carretera. Henry acelera, acercándose a mi lado, su mirada desafiante atrapándome en el reflejo del cristal.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —. Grito a punto de estrellarme con otro auto.
Él sonríe.
—Solo probando tu capacidad de reacción, profesora. Midamos el valor de ese cerebro.
El enojo me nubla la vista. ¡ahora sí! ¡ahora sí! Vas a ver niñito mimado.
Me muevo hacia la derecha, evitando que me cierre el paso. Responde moviéndose también, intentando sacarme del carril. El tráfico a nuestro alrededor se convierte en un caos.
Claxon.
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Editado: 20.06.2025