El sol apenas comenzaba a asomarse por encima de las copas de los árboles, iluminando el suelo del bosque con puntos dorados de luz. El ambiente era tranquilo, pero una extraña energía resonaba en el aire, como si el lugar estuviera al borde de algo trascendental. En el centro de un claro, una pequeña figura se sentaba en el suelo, con las piernas cruzadas y los dedos jugando distraídamente con la hierba. Su cabello negro, con un degradado rojizo, brillaba bajo la luz del amanecer, dando la impresión de un fuego vivo. Sus ojos, curiosos pero llenos de un conocimiento inusual, exploraban el mundo a su alrededor como si fuera la primera vez que lo veía.
Desde el borde del bosque, Richard Ford observaba en silencio. Su apariencia era despreocupada, con un traje simple pero elegante, el cabello peinado hacia atrás con un toque de rebeldía. Sin embargo, sus ojos azules mostraban una sabiduría y cautela que contradecían su comportamiento relajado. Estaba allí porque sintió algo: una energía única, poderosa y peligrosa que no podía ignorar.
Finalmente, se acercó, sus pasos resonando levemente en el suelo. Se detuvo a unos metros de la niña, inclinando ligeramente la cabeza mientras la observaba.
—Bueno, esto es... inusual —dijo Richard, con un tono amistoso pero cauteloso—. ¿Qué hace una niña tan pequeña en un lugar como este? ¿Y con una firma de energía que podría poner nervioso incluso a un ángel como yo?
La pequeña, que se hacía llamar Calipso, lo miró con curiosidad, ladeando la cabeza como si lo estuviera examinando. Era la primera vez que veía a un ser como él.
—Simplemente desperté en este lugar... —respondió, su voz inocente resonando en el claro.
Richard la observó con más atención, su ceja arqueándose ligeramente mientras procesaba sus palabras. Había algo desconcertante en la niña; su voz contrastaba con la sensación de poder latente que irradiaba. No era común, ni siquiera con su amplia experiencia.
—¿Simplemente despertaste aquí, eh? Bueno, eso suena convenientemente misterioso —dijo, agachándose para ponerse a su nivel. Su tono se suavizó, aunque aún mantenía un matiz de precaución—. ¿Tienes un nombre, pequeña? ¿Algo que recuerdes antes de... despertar?
Sus ojos azules brillaron brevemente con un color dorado, un indicio de que estaba usando su percepción angelical para intentar entender qué era realmente. Sin embargo, incluso con todo su poder, no podía descifrar completamente a la niña que tenía frente a él. Eso lo intrigaba y lo inquietaba a partes iguales.
Extendió una mano hacia ella, no como una amenaza, sino como una invitación.
—Soy Richard, por cierto. ¿Te parece si intentamos descubrir juntos qué estás haciendo aquí?
—Yo soy Calipso —dijo la niña, tomando su mano con una pequeña sonrisa—. ¿Recuerdos? Creo que no... más bien conocimientos básicos.
Richard notó la calidez y confianza con la que Calipso tomó su mano. Su sonrisa parecía inocente, pero había algo profundo y antiguo en su mirada que le interesaba.
Richard observó a Calipso, su rostro iluminado por la luz dorada del amanecer.
—Calipso, ¿eh? Un nombre bastante fuerte para alguien tan... diminuta —dijo, levantándola suavemente del suelo—. ¿Conocimientos básicos, dices? Interesante. ¿Qué clase de conocimientos tiene una niña que, al parecer, acaba de nacer?
Retrocedió un par de pasos para darle espacio, cruzándose de brazos mientras la estudiaba. Había algo en su presencia que hacía que el aire se sintiera más denso, aunque no necesariamente oscuro.
—Dime, Calipso, ¿qué es lo que sientes? No solo aquí... —se señaló la cabeza con un gesto teatral—. Sino aquí. —Colocó una mano sobre su propio pecho—. ¿Te sientes sola, perdida... o simplemente curiosa?
A pesar de su tono ligero, sus preguntas tenían un propósito claro: entender qué era exactamente esta niña y qué peligro (o milagro) podría representar.
Calipso lo miró con seriedad, sus ojos reflejando una curiosidad genuina.
—¿Lo que sienta es lo que me hace buena o mala persona? —preguntó, observando cómo Richard llevaba su mano hacia su pecho. No parecía tener miedo de estar sola en el bosque, y tampoco había echado en falta la compañía de alguien más.
Richard dejó escapar una breve risa, un sonido ligero y casi musical, mientras sacudía la cabeza. La forma en que Calipso abordaba la pregunta era confusa y, al mismo tiempo, encantadora.
—Oh, pequeña, el bien y el mal son cosas tan... relativas. Dependen de quién haga la pregunta y de quién dé la respuesta —dijo, arrodillándose de nuevo para mirarla directamente a los ojos—. Pero no, lo que sientas no te hace ni buena ni mala. Lo que hagas con esos sentimientos es lo que importa.
Se inclinó un poco más cerca, como si compartiera un secreto.
—Déjame decirte algo: no importa si eres un ángel, un demonio o algo completamente nuevo. Todos empezamos con un simple impulso: curiosidad. Y parece que tú tienes mucha, ¿no es así?
Se puso de pie otra vez, señalando el bosque que los rodeaba.
—Ahora dime, Calipso, si no tienes miedo ni estás perdida, ¿qué harías con este amplio mundo que acabas de conocer? ¿Qué es lo que realmente deseas?
Había un brillo en sus ojos mientras esperaba su respuesta, como si ya supiera que la niña frente a él tenía un destino mucho más grande de lo que cualquiera podría imaginar.
Calipso dio un paso atrás, como si la pregunta la hubiera dejado desorientada.
—No lo sé... —confesó, su voz temblando ligeramente. No conocía el mundo a su alrededor, ni a nadie, salvo a Richard que la había encontrado.
Richard notó el paso atrás de Calipso, ese pequeño gesto que, aunque sutil, le habló más que cualquier palabra. Su expresión cambió, suavizándose, y un destello de comprensión cruzó por sus ojos.
—"No lo sé" es una respuesta válida, ¿sabes? Nadie tiene todas las respuestas, y mucho menos al principio —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella, buscando recuperar su confianza—. Verás, el mundo allá afuera puede ser... confuso, incluso para tipos como yo que llevamos siglos dando vueltas por aquí. Pero también es fascinante.