—Nora esconde un secreto, y Tobías jamás apareció, esa familia es rara, mejor no acercarse —insinuó una pueblerina mientras lavaba la ropa.
—Estás en lo cierto, esa mujer anda en algo, su rostro no es el mismo. Y con respecto al Tobías, dicen que se suicidó, que lo mataron o que se separó de Nora —comenzaron a charlar las mujeres.
—¿Sabéis algo de su bebé? Pasaron doce años y jamás vi a esa cría, ¿qué habrá pasado?
—No sé, pero Nora no es digna de vivir en el pueblo. Será mejor que se vaya. —Tomó aire—, sabré la verdad ahora mismo.
Entre todas dejaron sus labores y fueron a la casa de Nora, decididas a platicar.
Pero sin bondad alguna.
—¡Nora Henderson! Sal y ven a hablar ¡cobarde! —Esperaron media hora allí paradas, hasta que Nora se asomó por la puerta.
—¡¿Qué desean?! ¡largo de mi propiedad, arpías! —las abucheó a todas, gritando como loca frente a todo el mundo.
—Sobras aquí, nos atormentas y repugnas, así que habla de una vez o calla para siempre maldita bruja —insinuó una de las increpadoras.
—No diré nada, ¡harta estoy de ser quien paga los trapos! Renuncio a esta costumbre que tienen de querer saber las vidas de los demás ¡me cansé! —De un portazo dejó a las mujeres hablando solas, luego de llevarse un par de cachetadas y patadas.
Mientras tanto, en un lugar lejano al Reino del Norte, las cosas para Edith y la criaturita que recién conocía marchaban de maravilla.
Bosque de Pocatrol — primavera de 1608.
—T…te llamaré —pensó—, Erriel —dijo, adoptando a su nuevo mejor amigo.
Se comunicaban con la mirada, y esto cambiaba el sentido de su amistad, no eran necesarias las palabras, se entendían a la perfección.
Edith, que luego de pasar aquella nube tan oscura de soledad, encontró a alguien dentro del caos.
Gracias a esto, la pelirroja y el zorro podían compartir su comida, su espacio, su cobijo y sus afectos.
El tiempo transcurría como si nada, Edith y Erriel no se separaban desde que se encontraron. La niña, por otra parte, asumió que tener a alguien más en su vida sería una gran responsabilidad.
Deberían compartir todo.
Era consciente de la situación por la que estaba viviendo, pero no era imposible.
Erriel siguió a su lado durante muchísimo tiempo, tiempo que dio paso a aventuras inolvidables que los marcaron de por vida.
El árbol ya comenzaba a ser pequeño, no tenían mucho que hacer ahí. Asimismo, la comida ya no abundaba y otros animales se pusieron agresivos.
Si acababan con todo, podrían provocar una fisura en el equilibrio natural.
—Vam...vamos amigo mío, ya es hora de que encontremos un nuevo techo —alentó a su amigo mientras se agachaba para, como era de costumbre, subir al animal a sus brazos.
Cuando hacía esto, sentía el dolor causado por las garras de Erriel, que la desgarraban.
Caminaron durante horas, días y hasta semanas. Y cuando se hicieron con el lugar ideal, la joven no pudo evitar sonreír.
«Es perfecto».
El sitio estaba rodeado de arbustos, que brindarían bayas.
El aroma a flores y frutos embriagaba a los recién llegados. Había un río que bajaba de la montaña, y algún que otro animal diferente a los de antes.
—Observa, Erriel, esto es hermoso. —Señaló el lugar—. Hemos encontr...trado nuestro hogar —concluyó, intentado desapegarse de la tartamudez.
Debían instalarse o buscar un árbol para subirse.
La niña recolectó varias ramas y hojas con las que haría una cama. Estaban exhaustos, y cuando por fin tenían su base, se recostaron.
Edith se durmió al instante, no pasaron cinco minutos que ya estaba bostezando. En cambio, el zorrito se quedó merodeando la zona para protegerla.
Pasadas las horas, la falta de comida empezó a afectar a la chica que, de tanto rugir aquel estómago, despertó.
—Será mejor que busque algo de comer —se dijo, justo antes de que una brisa la abrazara.
En la noche, el clima templado del día no era el mismo: hacía frío y unas simples hojas no resguardarían a Edith y Erriel.
Tenía frío. Sentía como sus dedos se congelaban, inmovilizando su mano. Estaba inmóvil, como si hubiese sido momificada.
Recostándose a su lado, Erriel brindaba un poco de calor con su pelaje, pero era inútil, no bastaba con eso.
Y el tiempo pasó, hasta que amaneció.
De a poco, Edith abrió los ojos; en poco tiempo logró ponerse de pie. La cobriza, al ver al zorro, se dispuso a saludarlo.
—Las noches aquí son muy difíciles, Erriel —se quejó—, discúlpame, bue...nos días. —replicó. Llevó su nariz al hocico del animal, y con cariño frotó una con la otra.
Decidieron buscar un poco de ayuda. Deambularon durante mucho tiempo. Eran nómadas, se quedaban un tiempo en un sitio y seguían viajando.
Editado: 20.07.2022