Ya estando en el campo de batalla, Edith y Milosh comenzaban su entrenamiento como había sido acordado. Los duques observaban desde lejos, atentos al desempeño de la recién llegada.
Tomaban nota mental de todas sus acciones, y si alguna les parecía poco digna de una guerrera, terminaría cocinando y limpiando los pasillos del ducado.
Al corroborar que ningún campesino caminara cerca de los campos, se sacó el sombrerillo y dejó que su pelo descansara. La cobriza melena empezó a brillar con el sol, y la niña se sentía a gusto.
Edith lanzó una flecha al aro y le acertó. Luego empezó a correr con velocidad, demostrando su buen estado atlético.
Milosh observaba con curiosidad, y no pudo evitar sumarse al entrenamiento.
La pelirroja estaba distante y aturdida, pues Erriel no estaba allí por su culpa.
Milosh era un niño inocente, sin un ápice de maldad. Y, al parecer, le había agradado Edith.
Echaba a reír con cada cosa que decía la niña, pero en cambio, ella no sentía lo mismo.
Seguía teniendo presente el desprecio recibido por otros habitantes de Arnau, y había aprendido a recelar de las personas.
No debía romper la promesa que había hecho con Adeus; eso significaría la muerte, y Edith no quería morir, por lo tanto, se quedaría y mostraría su valía como guerrera… o eso pensaba.
—¿Lo estoy haciendo adecuadamente? —preguntó el duque.
—No, aun no bien —contestó molesta.
Más allá de su terquedad, Edith largó una sonrisita. Ese niño parecía más gentil de lo que aparentaba.
Milosh podía ser un buen aliado, pero en esos momentos Edith no podía pensar en otra cosa más que en su amigo… usar a su favor aquella inocencia podría favorecerla, o darle un empujón para poder escapar de Arnau.
—Milosh, Duque Milosh. —Se dirigió con una sonrisa falsa.
—Dime, Edith —contestó el niño mientras admiraba el filo de las espadas.
—¿Me harías favor? Necesito ayuda.
El niño se preocupó en cuestión de segundos, pues lograba ver en la cara de Edith a una jovencita muy triste.
—¿Qué necesitas? Haré lo posible.
—Mi amigo, Erriel… se ha perdido. Con frío, hambre y solo, no creo que pueda resistir —le explicó—. Pero señores no desean que me vaya.
Milosh dejó las espadas y reflexionó; tal vez aquella extraña lo estaba engañando, tal vez no… pero se iba a arriesgar, pues si era verdad, sentiría la culpa más grande al enterarse de que el amigo había muerto.
—Adelante, ve, puede que tu amigo te necesite.
—¿En serio? —No todos los que tenían poder eran malos, ese privilegiado era bondadoso—, gracias —se despidió la chica.
—Abrígate, puede que el frío detrás de estas cuatro paredes sea menos que afuera, tal vez enfermes —dijo Milosh, para correr hacia una bodega y sacar una manta, dándosela a ella.
—Volver pronto.
Se colocó el gorrito antes de salir. Le daba comezón.
Y así fue como Edith logró escapar de las manos de Adeus. Pero la jovencita no se percató de algo: en los feudos había seguridad… mucha seguridad.
—Alto ahí joven, tienes permanentemente prohibido salir de este lugar o serás castigada… diciéndolo de manera bárbara, te cortaré la cabeza. —Una voz familiar se oyó detrás de Edith.
Era la Duquesa.
—Quiero salir de aquí, te lo ruego. Mi amigo solo, necesito buscarlo —rogó otra vez, en un intento de que la mujer se compadeciera, sin tener resultado alguno.
Rosalba trató de entenderla. Su manera de hablar era poco civilizada, y eso afectaba la comunicación.
—No seas ingenua jovencita, estás hablando con alguien de la alta sociedad, conozco demasiado bien a los falsos y bandidos, y eres una, rompiste una promesa.
Edith sentía impotencia.
Desconocía cuanto tiempo estaría sin verlo, pero no descansaría hasta que se reunieran. Por lo tanto, rogarle seria la opción más fiable para intentar buscar a Erriel.
—Rosalba, por favor ayúdame a encontrar a amigo —exclamó Edith casi al borde del llanto—, único que pido.
La señora miro a la niña. Esta estaba devastada, pero su orgullo era más grande que todo, y con un tono de desagrado, pero con una buena intención, Rosalba dijo lo siguiente.
—En cuanto a tu amigo, enviaré una tropa de soldados para encontrarlo. Nadie sale de aquí sin mi permiso… guardias, llevadla al calabozo inmediatamente.
—Muchas gracias.
Las cosas estaban cambiando, cada problema parecía descontrolarse para la joven, que dormía en las mazmorras, donde la soledad y la suciedad abundaban.
Entretanto, cierta fuerza sobrenatural formada por el destino, el cambio y el tiempo viajaba al pasado: un año después de que Nora tuviera a Edith. Exactamente en el otoño del 1601.
Editado: 20.07.2022