Edith quedó boquiabierta, su mente no era capaz de procesar lo que había escuchado. El corazón se le detuvo por un momento.
Comenzó a cuestionarse demasiadas cosas como para poder contestar. Su boca temblequeaba al igual que sus piernas y brazos, y de sus ojos caían lágrimas.
—No puedes ser padre, no vive aquí.
—Provengo del Reino del Norte —contestó intentándose acercar—, he viajado desde allí porque sentía que este sitio me llamaba. Te busqué por semanas. —Terminó la oración para abrazarse y calmar un poco el frío.
—No puedes venir, así como si nada, y decir que eres mi padre —exclamó aun reacia—, ¿cómo puedo confiar en que no es farsa? —Y cuando dijo esto, tomó el arco que colgaba de su cuerpo para apuntar una flecha al desconocido.
Tobías se asustó, pero a la vez estaba contento. Había aprendido bien todo lo que le inculcó hacía años.
Estaba mugroso y sin una pizca de gracia, era un infeliz. Sus haraposos cabellos daban indicios de que no se mantenía limpio, y su ropa repleta de barro y olor a cerveza.
Edith no tuvo piedad, estaba a punto de soltar la flecha, pero algo la interrumpió. La voz de Aria cortó por completo el momento, se veía muy seria.
—Edith, ni se te ocurra disparar esa flecha, niña. —Se escuchó—, ese hombre no pertenece a la caballería de Octabious, es un granjero.
—Aria, ¿escuchaste? Dice ser mi padre, y no permitiré me engañe —murmuró con lágrimas a flor de piel.
La chica bajó su arco y se acercó hasta la mujer. Esta la recibió con un abrazo.
—Hombre, si debes decir algo hazlo rápido… venid, que este no es un buen sitio para platicar.
Tobías se tomó su tiempo. Miraba con melancolía a su pequeña, pero esta no se percataba.
Edith tenía la mirada gacha y estaba incomoda… se sentía frágil nuevamente, como si un espíritu del pasado regresara a provocar estragos.
—Bueno, iré al grano —dijo—, hace cinco años te ocultamos en el bosque para que no se hicieran contigo… buscan matar a las personas como tú, hija mía.
—Jamás podrán asesinarme —susurró—, no si mi amigo está conmigo.
—Tu madre jamás se preocupó. Esa mujer le dio prioridad a su pellejo antes que al de su familia, nunca se fijó en si tenías alimento o un lugar cómodo en el que descansar.
Edith no recordaba casi nada de su infancia.
Tenía momentos que podían visualizarse en su mente… la canasta de comida y una borrosa figura femenina alejándose.
El rostro de su supuesta madre no le era cercano, nada de ella podía ser recordado con claridad.
Lo mismo pasaba con su padre. Aunque rebuscara en sus pensamientos, aparecían pequeñas manchas en las que un hombre jugaba con ella por los prados.
Recordar era difícil. Su mente solo funcionaba para la supervivencia, y era raro viajar al pasado para encontrar pensamientos.
Erriel era el protagonista de sus recuerdos, él siempre estaba allí.
—En cambio, yo hice lo posible para que tuvieras todo —exclamó entre sollozos.
Aria pudo notar la tensión que había. El silencio se apoderaba del sitio y hacía que la niña se incomodara… no quería perturbar más las cosas así que se dispuso a cortar con aquel rollo.
—Edith, será mejor que tu padre y yo hablemos, ¿sí? Hace décadas que no le veo y tenemos muchas cuentas que resolver —dijo dulce, pero algo rígida, como si le estuviera ordenando.
Edith asintió y se fue a recostar.
Estando por fin solos, ponerse al día era la mejor de las ideas.
Aria se puso de pie y comenzó a caminar de lado a lado, con una expresión seria y un movimiento lento pero firme, la mujer parecía estar replanteándose muchas cosas.
No veía a Tobías hace muchos años. Eran conocidos de la infancia, sus familias tenían vínculos y compartían vidas a diario… los Salavert y los Restelir eran aliados, así que ellos dos también.
—Como decirlo, hombre… tantos años han pasado, que un sinfín de recuerdos me llegan a la cabeza —comentó a la vez que se sentaba.
—Lo mismo digo, Aria —enunció, mirándola a los ojos.
La pelinegra lo observó con una sonrisa melancólica, no la hacía para nada feliz verlo así.
—Ahora bien, Tobías, ¿qué haces por estos lares? Si no mal recuerdo, vivíais en el Reino del Norte.
—Necesitaba salir de ese lugar —comentó mientras se frotaba las manos—, la vida no es fácil cuando uno tiene tanto que dar y poco para recibir. Nora me ha manipulado durante años para que hiciera lo que ella quisiera —concretó.
—Y el alcohol te trajo hasta aquí. Ya veo —indujo esta.
La pelinegra se paró y dirigió a preparar una infusión.
Tobías se llevó un sorbo a la boca, reacio, pero con el tiempo se iba suavizando. Fue un segundo y un tercer sorbo hasta que no quedaba nada… y sin darse cuenta, habían hablado durante horas.
Editado: 20.07.2022