Infierno Escarlata

Capítulo 7

Entraron a la morada y vieron al sujeto acercarse. Bastante sonriente, invitó a los jóvenes a pasar para ver, a las lejanías, un travieso zorro correteando por doquier.

—¡Erriel! —gritó Edith, corriendo a abrazarlo.

—Ha sido difícil sanarlo, pero todo hubo salido de maravilla. —Se dirigió Conrad hacia el duque, que muy despistado ojeaba el salón para ver algo… o a alguien.

El pelinegro esbozó una sonrisa falsa, no escuchaba lo que el sujeto le decía. ¿Por qué jamás había visto a aquel jovencito en su ducado? Era alguien misterioso, y quería saber su nombre.

—Y, dime… ¿Tú solo lo sanaste? —Tomó un rumbo distinto, y en su mente festejó: era excelente para robar información.

—Oh, por supuesto que no, jovenzuelo —acotó el doctor—. Aspen me ayudó, es buenísimo con las manos, elabora ungüentos eficazmente.

Aspen. El joven era apuesto, por igual sus ojos color gris, y a Milosh le parecían hermosos.

El duque cuchicheó un poco más entre las repisas, viendo al ayudante trabajar los cuencos repletos de hierbas.

Disimuló un poco su actitud, estaba siendo un poco evidente, y el castaño se había dado cuenta… pasados los minutos, Milosh caminó hasta él y dijo:

—¿Es difícil elaborar ungüentos?

No contestó al principio, pero luego se atrevió.

—No cuando tienes a un buen maestro. —Señaló a Conrad—. Se requiere mucha concentración, las dosis son exactas. Cualquier error, y esta mezcla de ortiga puede darte urticaria —respondió seco—. Aunque parece ser que ya la tienes. —Señaló a los mofletes del duque.

Milosh tragó saliva, se sintió avergonzado.

Dejó a un lado su charla y volvió con Edith, tocándose los pómulos que tan ruborizados estaban.

Edith miró al duque con confusión. ¿Desde cuándo se ponía tan nervioso al conocer a alguien? Eso sí que era raro, pero no quiso indagar mucho más. Era tiempo de entrenar y quería ver a Erriel en acción luego de tantos días… estaba entusiasmada.

Con un abrazo, la pelirroja se despidió de Conrad para, posteriormente, saludar desde lejos a su ayudante. Él miraba bastante serio pero curioso, como si intentara decir algo. Y Milosh se percató.

—¡Aspen! ¿Deseas entrenar? Milosh, yo, tú.

El chico arqueó una ceja. Miró a su mayor, y este asintió sin decir nada; eran jóvenes, y por más responsabilidades que tuvieran, merecían divertirse de vez en cuando.

Por lo tanto, Aspen se abrigó, tomó su bolsito de cuero y lo cargó con pertenencias, para abandonar la morada minutos después. Edith y Milosh salieron hiperactivos, pero él aún no se familiarizaba.

Trotaron hasta llegar al campo de entrenamiento. Tomaron arcos, lanzas y espadas, se turnarían para probarlas.

Esa vez Edith no se quitaría el sombrerillo, no quería delatarse.

—¿Quién empezará prueba de valentía? —dijo Edith.

—¡Yo! —exclamó el duque, poniéndose de pie rápidamente.

Milosh agarró uno de los arcos, caminó hacia el punto de tiro y cerró los ojos. Estaba concentrándose. Tomó la flecha, la llevó hasta la cuerda y la colocó, listo para disparar.

Manteniendo la respiración, redujo su movimiento para no fallar el tiro… pero lo hizo. La saeta fue a parar a uno de los murallones, quebrándose a la mitad. Muy rara vez fallaba un disparo, ¿qué le estaba ocurriendo?

—Otro intento —dijo Edith.

Nervioso, tomó otra flecha. Miró de reojo al aprendiz, que muy serio observaba. Estiró la cuerda y lanzó, volviendo a fallar.

—¡Por favor! —bufó el duque.

—Otro intento —insistió la pelirroja.

—Claro…

Sonrió con confianza esta vez. Entrecerró sus ojos, apuntó hasta el saco de heno y… ¡Aleluya! Le había dado al blanco:

—Dicen que los terceros intentos siempre triunfan —enunció alardeante—. Vamos, Edith, es tu turno.

La pelirroja se paró sagaz, iba a disparar como nunca antes. Tomó el arma y la cargó, apuntando hacia el balón de heno más lejano. Contó hasta tres, respiró profundo y disparó, incrustando la flecha victoriosa.

Giró la cabeza hacia los mancebos, el castaño estaba sorprendido. Se puso de pie y comenzó a aplaudir.

—¡Ese tiro fue sublime! —anunció el aprendiz.

Milosh lo miró fijamente, un poco molesto.

—Pasemos a lanzas, Duque.

Edith iba primero esta vez. Agarró con confianza el arma de madera… puso un pie por delante y giró un poco su torso, lista, y lanzó el objeto hacia las lejanías, terminando en otro blanco.

Retrocedió varios metros hasta una mesa donde había más lanzas. Tomó una de hierro. Era pesada al principio, pero se acostumbraba. Repitió la pose y el tiro, pero esta cayó mucho antes que la anterior.

—¡Shht!

—Descuida, Edith, este tiro lo gano yo. —Le guiñó el ojo. Milosh corrió hasta las lanzas y tomó la primera.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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