Infierno Escarlata

Capítulo 8

Tiempo… palabra temida y venerada a la vez. Pasaba como una estrella fugaz. Las personas envejecieron, los niños ya no fueron niños y el ciclo de la vida siguió su rumbo.

Pasaron tres años. Años donde Deimos cambió drásticamente.

Finales de octubre — otoño de 1615.

La gente era más callada, no demostraba tantos sentimientos. Los callejones estaban vacíos, la muchedumbre caminaba con la cabeza gacha, algo en sus corazones se había extraviado: tal vez la esperanza.

Y entre todas esas personas, dos muchachitos, que ya no era tan jóvenes, habían decidido salir a pasear en caballo. Las correntadas de nieve cesaron, por lo que el ambiente se prestaba para cabalgar.

Edith y Milosh abandonaron la seguridad del ducado. Sus corceles blancos como la nieve trotaban despacio… no tenían prisa alguna.

—¡El día está hermoso! —exclamó Edith, entusiasmada—, y más cuando puedo soltarme el cabello fuera de las salvaguardas.

Su manera de hablar ya era igual a la de las demás personas. Lo controlaba en su totalidad, al igual que la escritura y lectura.

—Sin dudas —contestó el duque justo antes de ser embestido.

Milosh cayó al suelo. Su tobillo se torció y se oyó el tronar de sus huesos. El duque esbozó un grito de agonía, se había dado duro contra el suelo.

—¡Duque! —gritó la pelirroja, viéndolo llorar en la nieve. Se bajó del caballo y corrió a ayudarlo, pero algo la observaba desde lejos.

Una bestia.

Los caballos comenzaron a relinchar, asustados por el ataque repentino. Edith tomó la mano de Milosh y lo intentó arrastrar, pero este pesaba:

—¡Resiste, Milosh! —decía la muchacha, desesperada por prevenir otro ataque.

—Edith… ¡Edith, ahí viene! —advirtió el pelinegro, llevándose un susto que lo dejó más pálido de lo que ya era.

Un puma. Corpulento, armado de colmillos y garras capaces de desgarrar la carne mientras su presa seguía viva.

El animal acechaba atrás de un árbol, ideando el momento perfecto para saltar encima. Y cuando estuvo casi listo, Edith apareció con un tronco entre manos.

—¡Aléjate, bestia! —Se armó de coraje, pero estaba muerta de miedo por dentro.

El animal emitió un bramido, viendo como la colorada arrastraba a su amigo con una mano mientras sostenía la espada con la otra.

—Los caballos —le dijo el muchacho, que miraba horrorizado—. ¡Los caballos, cálmalos o se irán!

Y fue cierto. Uno de ellos comenzó a saltar sobre sus patas traseras, exaltado, y salió corriendo para perderse entre la nieve. Edith estiró su mano y alcanzó la rienda, ya no podía sostener más cosas… y fue entonces cuando el felino atacó.

Sacó sus garras y se elevó cinco metros en el aire. Todo pasó demasiado rápido.

La nieve se tiñó de rojo.

Se oyó otro grito, más fuerte que el anterior. Edith miró hacia el duque, estaba empapado en sangre y sobre él yacía el puma, que había clavado sus garras en la muñeca y desgarrado su piel. Lento, se acercó hacia el rostro de Milosh, abrió la boca y…

Un tronco fue dirigido al cráneo del animal, con fuerza. Edith golpeó al animal como jamás lo hizo, sacando a la verdadera guerrera que tenía dentro.

Aturdido, el felino sacudió su cabeza, dándoles tiempo a los jóvenes a subirse al caballo.

Comenzaron a correr hacia Arnau, desesperados. El puma se reincorporó y corrió tras ellos. Aún corría la sangre.

—¡Apresúrate, está cerca! —gritaba Milosh, que estaba acostado boca arriba y mirando hacia atrás. La nieve saltaba y hacía que, de vez en cuando, el puma se perdiera ante la vista de este.

—¡No puedo apresurarlo más, el suelo es denso!

Y cuando dijo esto, saltó de las nieves el felino, incrustando sus zarpas en el muslo del caballo. Se prendió con fuerzas, pero Milosh comenzó a patearlo para que cediera.

Pasaron varios minutos hasta que se libraron del puma.

—Resiste, ¡estamos llegando a Arnau! —exclamó, y detrás de una curva de nieve se vieron las murallas.

La pelirroja sacó de su bolsa el sombrerillo. Se lo puso como pudo, escondiendo el pelo.

Era difícil ser libre con limitaciones como aquellas.

El trote del caballo advirtió a los guardias para que abrieran las puertas. Al ver la sangre, estos se apresuraron y dejaron entrar al caballo, que no se detuvo a dar respuestas; se dirigía al curandero.

—¡Conrad! ¡¿Conrad?! —Edith tocó la puerta. Minutos después, un torso semidesnudo se avecinó por la entrada e hizo que la muchacha se sonrojara.

Aspen.

—Edith, buenos días, ¿qué se te ofr… —No le dio tiempo a terminar de hablar.

—¿Conrad se encuentra? Necesito de vuestra ayuda, Milosh fue atacado por un puma.

Al oír esto, el aprendiz, que ya era más experto, rápidamente ayudó a bajar al duque del caballo, no sin antes vestirse. Estaba empapado en sangre, se podía notar el dolor en sus ojos.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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