Deimos se preparaba para un acontecimiento especial. La Gran Ceremonia Real.
El revuelo y las noticias se expandían, la voz se corrió. Ese año Octabious no estaría.
Los pueblerinos comenzaron a organizar sus prendas. Iban y venían por las calles con vestidos, pelucas y tacones. Era gracioso ver a las damas tropezar con los adoquines por culpa de su torpeza.
El otoño arribaba Deimos, anunciando la transición y el pasar de página. Para muchos era una época deprimente, para otros la llegada de nuevas oportunidades.
Los jóvenes eran los más entusiasmados. Se reunían de a montones, conversaban y reían, hablando de lo cuán grandiosa sería aquella fiesta. Todos, menos una. Edith Salavert Henderson.
—Y, dime, Milosh… ¿qué se siente ir a una fiesta? —preguntó la chica, curioseando.
—No sé, Edith —contestó desilusionado—, me he acostumbrado tanto a las fiestas que ya perdí el sentimiento. Comienza por la emoción, seguida del aburrimiento y terminando con dolor. —Hizo hincapié en la última palabra—, mucho dolor de pies.
Edith nunca estaría dispuesta a pasar una noche en su habitación, como leyendo libros o pensando en el futuro mientras no hacía nada, teniendo un evento al que ir como ese.
Era una chica de acción.
Quería salir, explorar nuevas cosas. Pero se le olvidaba un pequeño detalle. Sí, su pelo:
—Deseo ir a esa fiesta.
—¿¡Estás loca!? Sería como ir al matadero… es el hogar de Octabious, Edith, no es una buena idea.
Pero el empeño que esta tenía era gigante.
—Si todos van, ¿por qué yo no podría ir? Todos los jóvenes de nuestra edad habrán de asistir —bufó, rascándose el cabello—. Hasta aquí llegó esto, nunca más me privaré de hacer nada.
—¡Edith, espera! —gritó Milosh, viendo como la muchacha se iba—. ¿Cómo harás para huir, sabiendo que mis padres no lo permitirían ni en sueños? Es difícil, e insisto en que no es buena idea.
Edith se dio la vuelta, un poco cansada. La adolescencia le había otorgado un rasgo de personalidad peligroso: la rebeldía.
—Tú no has vivido escondido año tras año, has podido disfrutar de estas maravillas… ¡Una fiesta! Jamás podré vivir algo así en mi vida, no a menos que deje al destino de lado por un momento. —Le guiñó el ojo—. Acompáñame.
Lo tomó del brazo y corrió quien sabe hacia dónde. Milosh seguía dolido por Aspen, pero no podía hacer nada más que encerrarse en su burbuja… estaba solo, pero tenía que seguir adelante.
Pasaron los minutos hasta que llegaron a lo de Aria. La mujer vio como estos dos entraron corriendo, sin decir nada, y se encerraron en su cuarto.
—No vayas, Erriel —comentó la moza, con una sonrisa—, deja que… conversen tranquilos. —Le acarició el lomo, y el zorrito siguió durmiendo.
—Hace tiempo encontré esto en el baúl antiguo de Aria —dijo—, mira, ¿lo crees decente?
Tela por allí, retazo por allá. Aquel vestido se alzaba y giraba al vaivén del viento.
Era la cosa más hermosa que había visto. De seda color rosa pastel, ornamentado con perlas blancas en la zona del cuello y muñecas. El volante estaba hecho de delicados pliegues dorados.
Milosh quedó boquiabierto.
—E…es
—Perfecto —completó la oración.
A medida que Edith dejaba ver su entusiasmo, el duque se contagiaba. Por primera vez en el día sonrió, y la idea de asistir a la ceremonia se repetía en su mente. Al fin y al cabo, él también era joven, y necesitaba diversión.
—¿Cómo te cubrirás el cabello? —preguntó el duque. Edith no había pensado en eso, tenía razón.
Se quedó unos minutos sentada en la cama, pensativa, hasta que reaccionó. ¡Era cierto! ¿Cómo no lo había pensado antes?
—Mira hacia afuera. —Le señaló la ventana.
El pelinegro se paró, curioso, y dio unos pasos hacia la cristalera. Al lado de la fuente principal, un montón de mujeres conversaban mientras peinaban sus cabellos y los recogían. Era tradición que las plazas se llenaran por la mañana, la comunidad aprovechaba para alardear su vestimenta.
Y entre aquellas faldas inmensas y robustos corsés, destacaba una cosa.
Las pelucas.
Milosh giró la cabeza, sorprendido, viendo a Edith que arremangaba sus puñales para estar más cómoda.
—No es buena idea —volvió a decir—, ¡no es buena idea! —gritó, al ver que Edith salía de la habitación para hurtar una.
La muchacha corrió hacia donde Erriel estaba y lo tomó en brazos. Frotando su nariz para saludarlo, esta salió de la casa, confiada en que iba a robar la peluca más bonita de la ceremonia.
Se acercó con disimulo, adoptando una postura erguida y recta. Imitaba a las mujeres de Arnau, que escondían la barriga, sacaban el pecho y llevaban su trasero hacia atrás. Parecía una gallina.
Milosh veía desde el ventanal, y no pudo evitar esbozar una carcajada. ¿Tan esmerada estaba en ir?
Editado: 20.07.2022