Infierno Escarlata

Capítulo 10

El tiempo pasó, las diez horas se hicieron hasta que por fin estaban allí: el majestuoso Reino del Norte.

—Hemos llegado. —Se escuchó la voz del conductor—, puede bajar, mi Duque.

—Vamos —dijo Milosh.

Caminaron rumbo al castillo. La noche hacía que el reino luciera pacífico, el único sonido era el de la música y las pisadas que se dirigían a la Gran Ceremonia Real.

Los caminos estaban cubiertos de velas, banderines coloridos y macetas con rosas. Todo aquel que viera el lugar podía sentirse en un sueño; y los vestidos, maquillaje y luces acentuaban aún más la emoción.

Estando en la entrada, Edith buscó varios segundos para ver si entre la multitud lograba reconocer a Tobías… y al no encontrarlo, esbozó un suspiro.

Armada de valor, se adentró entre la gente para llegar al gran comedor, donde la música, el aroma de la comida y la risa de cientos de personas ambientaban el lugar.

Respiró profundo y se calmó. Sus piernas y brazos temblaban, era normal.

Se colocó la máscara que había encontrado en el carruaje y continuó. Iba a divertirse como nunca antes.

—No digas nada, Edith, tan solo camina —susurró Milosh.

—Tranquilo… me desenvolveré con normalidad —comentó.

Mientras caminaban, lograban oír una música alegre, que movía a todos los pueblerinos. Violas, laúdes y flautas, formaban una armonía melódica preciosa.

El suelo había sido tapizado con pasarelas de alfombras purpura. Del techo, colgaban candelabros de oro y cortinas de seda blanca, que se fusionaban con el de las columnas.

Macetones repletos de rosas rojas decoraban toda la ceremonia. Aquella flor, además de ser llamativa, era la favorita de la difunta reina.

—¡Ven, ¡diviértete un rato! —lo llamó, sonriente. Tomó la mano de Milosh y lo arrastró hacia un costado, y así comenzaron a bailar.

Edith no sabía bailar, por lo que él tuvo que ayudarla un poco. Era torpe, y eso le causaba gracia al duque. ¡Se estaban divirtiendo mucho! Y eso podía notarse en sus sonrisas, tan grandes como un arco.

—Edith, desconocía tu alma fiestera —contempló el pelinegro, aun atorándose de la risa—, ¡es genial!

La muchacha lo miró picara, se le había ocurrido una idea. Lo volvió a tomar del brazo y lo arrastró hasta unas mesas que estaban repletas de jarras, donde la cerveza abundaba.

—¡Toma, bebe un poco! —alzó la voz, al verse interrumpida por la música.

—No creo que sea buena… —Iba a negarse, pero Edith le zampó un trago y luego se llevó un poco a su boca.

¡Demonios! Que bebida tan fea. Pero no le hizo asco, y tomó un poco más.

Poco a poco el alcohol fue tomando fuerzas, tambaleando a la enfiestada manceba que iba de rincón en rincón para bailar. Milosh la miraba divertido, pero no iba a seguir tomando, debía haber alguien consciente en caso de problemas.

Bailaron un rato largo. Era una sensación hermosa, jamás había visitado un lugar así. Por primera vez en años se sentía libre, a gusto, y no necesitaba correr para sobrevivir.

—¿Cuántos candelabros ves? —Alzó la vista al techo y los contó con la mano—, yo veo cinco… ¿o seis?

Edith trataba de pensar, pero no podía, y por eso mismo volvió a reír. El alcohol podía ser engañoso… una jarra estaba bien y no sentía nada; a la tercera, ya empezó a marearse.

—Son diez, Edith —le dijo Milosh preocupado, frunciendo el ceño.

—¡Claro que son diez, Duque Milosh! Lo sabía desde el principio —rechistó, justo antes de tropezar con el pie de un muchacho—. Disculpa —Se arrepintió, retrocediendo unos pasos.

Para ese entonces, varias personas clavaron sus vistas en ella.

Edith siguió adentrándose entre la multitud. Su peluca picaba un poco, pero no era gran molestia. Lo que no sabía, era que un hombre vio, desde cerca, aquel condenado mechón que le arruinaría la noche.

De a poco, la peluca comenzó a soltarse, y fue el mismo hombre que terminó por arrancarla. ¡Zas! Sintió los agarres desprenderse, dejando al descubierto su cabello.

—¡Oye! —gritó Edith, pero nadie le hizo caso.

La muchacha se vio rodeada por un círculo de multitud que la presionaba con la vista: estaba en el centro.

Se le vino un destello a la mente. Recordó cuando Margery la descubrió por culpa de su torpeza… esa vez no fue diferente.

—¡Osada eres, pelirroja! Llegas a nuestro festejo para distorsionar el luto. ¿Qué hace un ser tan despreciable entre nosotros?

Viendo lo vulnerada que estaba y repleto de ganas por humillarla, el viejo la invitó a que comenzara a bailar:

—Es tu turno de dar por empezada la ceremonia, a ver qué tan mal se te da. ¿Algún valiente muchacho que se atreva a darle la mano a… la bruja? —se burló—, ¿nadie? Lo suponía.

La temperatura de Edith comenzaba a aumentar y sus mejillas parecían salidas del fuego, hasta que algo llamó la atención de todos en el lugar.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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