Infierno Escarlata

Capítulo 13

Austro se organizó para trabajar. Los campos debían ser arados, las semillas plantadas y las verduras cosechadas. La temporada de recolecta estaba terminando, pero las calles estaban casi vacías.

La escasez era notoria.

A la recién llegada le costaba trabajar bastante, recolectando únicamente media canasta de nabos y zanahorias. Su frente estaba sudorosa, su ropa embarrada y sus manos resecas.

Se quitó el sombrerillo y…

—¡Me harté! —gritó la moza, tirando la tierra que tenía en sus manos.

—Ay, niña, le dije al duque que servirías para poco aquí… pero bueno, dos sacos de oro siempre son bienvenidos —rechistó la anciana, que ya había llenado su tercera canasta—, mucho más ahora, que, con la subida de impuestos tendremos poco para comer.

—¿Cómo trabajáis tan rápido el campo? Es la cosa más aburrida que he hecho.

—¡Más respeto hacia la agricultura, impertinente! —Se acercó hasta la pelirroja y le quitó la canasta de las manos—. Este feudo ha mantenido a Deimos desde sus inicios, ¡siglos de aprendizaje y ciclos de cosecha! La gente está más que acostumbrada a hacerlo.

Edith miró a la señora, arrepentida, y siguió cosechando.

—Disculpa, no fue mi intención…

—Sé que no, sé que no —suspiró—, pero debes comprender que el trabajo de este feudo es importantísimo, ¿Cómo crees que en Arnau tienen remolachas y espárragos?

—No lo sé.

—¡Claro! Porque en Austro las producimos y comerciamos. Jamás podrían crecer en esas pésimas temperaturas, aquí, en cambio, poseemos privilegios.

La muchacha aprendía, más que interesada, y en pocas horas terminaron de recolectar la siembra. El campo quedó vacío, y debía ser nuevamente arado.

—Iré a ver a Erriel, quizá y necesita mi ayuda en algo —comentó Edith.

—No demores mucho, que debemos seguir trabajando.

Edith abandonó los campos de cultivo y se dirigió a la casa, entrando, no sin antes haberse aseado, para ver donde estaba su amigo. Tardó un poco en encontrarlo, pero cuando lo hizo, vio a un zorro con una rata entre dientes.

—¡Erriel! ¿De dónde hubiste sacado eso? —preguntó la horrorizada—, ¿están ingresando a la morada? Ay no, ay no… ¿qué haremos?

Y cuando miró hacia delante, vio pasar un roedor encima de la mesa de madera. ¡Puaj!

Edith se quedó callada, y caminó lenta hasta alcanzar la escoba de mimbre que había al lado de la entrada. Volvió hacia el sitio, la rata aún seguía ahí, mirándola fijamente.

Uno…

Dos…

Tres…

Escobazos fueron y volvieron, una y otra vez, pero la alimaña se escapaba. Edith no sabía qué hacer, estaba desesperada. ¿Y si por su culpa las ratas habían entrado?

—Todo por no haber recolectado esas zanahorias antes… ¡maldición! —bufó, y siguió a la rata hasta el segundo piso.

Corrió y corrió por las escaleras, golpeando el suelo y gritándole al animal:

—¡Ven aquí, alimaña! —gritó otra vez, pero no había caso.

Por eso mismo, decidió volver con Gadea para avisarle:

—¡Gadea, Gadea! —gritaba la muchacha, que parecía desquiciada—, ¡Se han metido a la cas…! —No pudo terminar, cuando vio algo que la sorprendió.

¿Alain?

—¿Edith? —dijo el rubio, casi sin creerlo—, no puede ser, ¿qué haces aquí?

—Yo —pensó en lo que diría—, trabajo para Gad… ¿eres el nieto de Gadea? —preguntó aún más incrédula.

No sabía cuánto tiempo aguantaría tener a la persona que había intentado besarla días atrás.

—Sí, pero, ¿acaso no veníais el Duque Milosh y tú de Arnau? —Seguía embobado.

La muchacha recordó a Katerina, y no pudo evitar suspirar.

—Problemas en el ducado —le informó—, la Condesa hubo arribado las tierras nevadas, y hui para no ser encontrada. Coincidencia ha sido que nos cruzáramos. —Esbozó una sonrisa falsa.

Alain la miró, un poco nervioso, y se sonrojó. Había sido casualidad del destino haberse cruzado una vez más, pero tenía la grata noticia de que la muchacha que tanto le gustaba vivía en su misma casa.

—¿Por cuánto tiempo más te hospedarás aquí? —Lanzó otra pregunta.

—Hasta que el duque me envíe una carta, notificando que el ducado se vuelva seguro.

El rubio pensó, ilusionado, en que tendrían tiempo para conocerse mejor.

—¡Bueno, bueno! Hay tierras que arar, jovenzuelos, ¡en marcha! —Los interrumpió Gadea, que había quedado opacada.

—¡Oh! Señora Gadea… hay problemas mayores en estos momentos —Edith se llevó las manos a la espalda—. Hay ratas dentro de la casa.

Los ojos de la vieja se abrieron como los de un búho, y sin decir nada, corrió a toda prisa rumbo a su casa. Abrió la puerta, detrás de ella iban los muchachos, y cuando vio el panorama, casi infartó.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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