Edith regresó a la casa dando furiosas zancadas. Erriel, detrás de ella, miraba a sus alrededores por si algún peligro acechaba. Nada a la vista.
De un portazo, la muchacha cerró la puerta y caminó hacia su habitación, evadiendo a Gadea y Alain, que cenaban silenciosamente en el primer piso. El muchacho quiso ir a hablar con ella, pero recordó lo mal que reaccionaba cuando quería estar sola.
Siguió comiendo.
Edith se lanzó a la cama y empezó a llorar, amargada por no poder hacer mucho, y ahí se desahogó.
—Amigo mío. —Acercó al zorro entre sus brazos—, ¿qué habré de hacer para salir de este embrollo? —sollozó, acurrucándose aún más a la criatura.
El zorrito la miraba con lamento, sus ojos se cristalizaron al verla así. Podía sentir el estado de ánimo de su compañera con solo observarla, y siempre se contagiaba de él:
—Es imposible, ¡es imposible! —chilló, mientras golpeaba la pared.
Abajo, en el salón principal, se oían los estrepitosos golpes que esta daba. La anciana enfureció.
—Entiendo perfectamente que esté enojada, ¡pero mis muebles no han de tener la culpa! —Se puso de pie—, iré a hablar con esa muchachita ahora mismo.
—¡Abuela, espera! —disintió Alain—. No vayas, déjala en paz… ha perdido mucho, al menos esta noche no necesita consuelo alguno.
Gadea miró a su nieto, notaba cierta sobreprotección hacia la pelirroja por su parte. Pero, sin decir nada, volvió a la mesa y continuó comiendo.
De vuelta en el segundo piso, un cúmulo de pensamientos empezaba a menguarse.
Golpe tras otro, Edith se desahogaba, intentando no morir de la angustia y la rabia. Su pecho palpitaba con fuerzas, se la veía frenética. Corrió hasta la cama y se envolvió en las sabanas para seguir gritando, pataleando y enfureciendo.
Tenía suerte de que el muchacho hubiera detenido a la señora, pues si no, algún choque entre las dos se hubiera originado.
—¡Los odio, los odio! —volvió a gritar.
Y así pasó por un buen rato, gastando fuerzas en berrinches y llantos, hasta que se cansó. Y cuando lo hizo, su mente fue iluminada… ¿ganaba algo llorando y frustrándose? ¿era bueno para su salud vivir amargada y furiosa?
Definitivamente no. Y jamás lograría nada si tan solo se sentaba a pensar y no actuar. Si quería resolver sus problemas y hallar la justicia, debería trabajar muy duro para lograrlo.
«Las cosas no llegan así sin más» reflexionó Edith, mientras se secaba las lágrimas. «Si deseo dejar de huir y ver mi mundo cayéndose a pedazos por culpa de ese rey, he de acabar con la raíz del problema» seguía pensando, y mientras más pensaba, más confianza recuperaba.
Fue entonces que pensó en lo que el duque le dijo años atrás.
«El destino es duro con nosotros, pero está bien, nos guía a un camino mejor.»
¡El destino! El destino le envió aquel momento de reflexión. Estaba pasando por momentos tensos, pero eso mismo la ayudarían a salir a flote.
De un salto y con energías renovadas, la muchacha se iría a dormir para que, al siguiente día, una nueva misión comenzara: hablar con Odhilia.
El tiempo pasó y la luna se escondió, dejándole al sol su puesto. Los primeros destellos del alba reflejaban en los tejados y ventanas de las casas, haciendo que los residentes despertaran.
Edith fue la primera.
Rápidamente bajó las escaleras, en compañía de Erriel, y empezaron a alistar todo. Ropa presentable, alimentos para el camino y alguna ofrenda para la excelentísima.
Por culpa de un acto de torpeza, la pelirroja tiró varias manzanas de la mesa, ocasionando ruido. Alain se despertó.
El rubio bajó las escaleras, semidesnudo, y asomó la cabeza para ver quién era. Ya habiendo encontrado al causante, largó un suspiro de alivio.
—Pensé que eran más ratas… —exclamó entre bostezos.
—Lo siento, tengo prisa y no vi por donde caminaba —contestó—, lo recojo cuando vuelva, Alain.
—¿Hacia dónde te diriges? —preguntó el curioso—, digo… si puedo saberlo. —Levantó los hombros, un poco apenado.
—He de dirigirme hacia el hogar de la Señora Feudal, Odhilia —afirmó—, requiero su ayuda y por eso hablaré con ella.
—¿La señora feudal? ¡estás loca! Esa mujer nos está hundiendo en la miseria… nunca mira por su pueblo, nos está explotando.
—No considero prestarte atención hasta no conocer a esa mujer en persona —dijo Edith, a punto de marcharse.
—¿Puedo acompañarte? Verás que he de tener razón —increpó el rubio, aún somnoliento.
—Definitivamente… —Lo pensó mejor—, no.
Alain frunció el ceño. No entendía la actitud tan distante de Edith, y por eso mismo insistió una vez más.
—No tendré segundas intenciones —rogó—, seré tu acompañante, y juro que nada más.
La pelirroja lo miró un poco indecisa. No sabía si confiar en él, en todas las ocasiones había terminado siendo más cariñoso de lo normal. Edith no quería relacionarse amorosamente con nadie, estaba muy ahogada en problemas como para hacerlo.
Editado: 20.07.2022