Era una realidad, Austro pasó de ser el lugar más rico al más pobre. Con la llegada del invierno, los cultivos se redujeron y el ganado enfermó. La hambruna era una realidad inminente.
Seguían muriendo. Arnau cayó, y el feudo también lo haría. No tenían nada que hacer, y la señora feudal lo sabía.
Desde que la mayor parte de Austro abandonó su hogar, Odhilia cayó en depresión.
Ya no se sentía alguien con poder, estaba muy afectada.
Hasta los más ricos cedieron a la pobreza.
Un día, las personas se reunieron para debatir, incluida Odhilia.
Vieron algo a las afueras de las salvaguardas. Era un saco repleto de semillas, zanahorias y calabazas. Nadie entendía el porqué.
—¿Quién puso esto aquí? —se cuestionó un hombre.
—¿Acaso me ves con cara de saberlo? —protestó su hermano mientras chismorreaba.
Odhilia gestionaba, almacenaba y hasta ayudaba a sembrar, dando el verdadero ejemplo de líder.
Más que nada, lo hacía para despejar su mente. Deudas, impuestos y demandas; un ciclo del que no podía escapar.
Y, para cuando el sol bajó, se despidió de sus siervos, exhausta.
Fue a la gran sala, cerró cortinas y ventanas, apagó las velas, y allí, en la oscuridad, suspiró.
Cerró los ojos buscando la paz entre sus tormentos, esos que en la noche no la dejaban descansar.
Ocultaba secretos con los que no lidiaba, secretos tan abruptos para la sociedad que, si se descubrían, podrían traerle consecuencias.
La noche cayó. Todo se sumió en silencio.
La luna iluminaba el rostro de Odhilia, que con el tiempo parecía marchitarse.
Encendió la gloria para entrar en calor.
Su cabeza parecía estallar, tanto que oía susurros de entre las paredes. Comenzaba a asustarse más.
Entre paranoias y demonios internos, se quedó dormida: aunque, por desgracia, su sueño no había sido el mejor de todos.
Al lucir el alba, aquella primera luz del día, todos salían a trabajar. Odhilia también.
Se estaba arrepintiendo de haber confiado en aquella muchacha.
¿Y si su plan fracasaba? ¿Y si la delataban? Había desobedecido la ley, y eso la carcomía.
Pero algo la trajo de vuelta al mundo.
Avanzó hasta llegar a la entrada principal del reino, donde el saco le había sido entregado.
Observó fuera de sus murallas, percatándose de algo.
—¡Ayuda, ayuda, por favor! —gritaban.
Preocupada, la mujer pensó en salir corriendo, pero era momento de afrontar esos miedos que la abrumaban. Fue así como salió del feudo, dando zancadas abruptas.
Llegó próxima al grito, este se oía detrás de una roca.
Se acercó y estiró su brazo, quería inspeccionarlo. Pero fue una trampa.
Un golpe fue a parar en la nuca de Odhilia, dejándola caer al césped.
¿Quién había causado dicho golpe?
Tres sujetos de oscuros yelmos. En su armadura portaban un logo perteneciente a Amún.
La cargaron en una carreta y se movieron, sin dejar rastro.
Uno manejaba la carreta mientras los otros amordazaban a la mujer para que no gritara.
El tiempo pasó y por fin la fémina reaccionó: no podía moverse ni hablar, estaba completamente atada.
Tenía tanto miedo que su respiración comenzaba a agitarse y sus ojos se acristalaban.
Estaba desorientada, quería llorar, escapar.
Tan solo lograba escuchar el galopar de un corcel y el choque de las ruedas. Cada cierto tiempo aquel vehículo se detenía, parecía ser que los secuestradores paraban a descansar o simplemente a divertirse un rato.
Odhilia estaba cubierta por una alfombra, no lograba ver hacia dónde iban… y fue cuando por fin, luego de tanto tiempo de espera y tensión, el caballo se detuvo. Oyó el susurrar de los individuos.
Intentaba liberarse, pero era imposible, estaba tan atada que su circulación se cortaba y dejaba marcas.
Sus muñecas estaban moradas, parecía una mujer maltratada durante años, pero con la diferencia de que no había pasado ni un día.
—Llevaremos a la traidora hacia la zona indicada… mi mujer habrá de estar orgull… —Se escuchó una voz juvenil que había sido interrumpida.
—Calla ya, muchacho. Tan solo seguimos sus órdenes para hacernos con el dinero. Sabes muy bien que una condesa no se casará con un mendigo. —Una segunda voz se hacía presente en el lugar.
Odhilia escuchó bien, había dicho que la condesa los esperaba. Y allí todo se conectó: las únicas tres mujeres poderosas de Deimos eran Odhilia, Rosalba y… Katerina.
Abrió sus ojos, se desesperó al escuchar el nombre, pero era demasiado tarde.
Editado: 20.07.2022