Mientras Alain corría hacia el bosque para noticiar todo, Katerina y sus lacayos regresaban a Austro para comenzar con la gran caza de brujas de la década.
No iban a tener piedad alguna. Todas las cacerías eran sangrientas, pero necesitaban ir a un punto más elevado… necesitaban erradicar todo rastro de demonios que hubiera en la región.
Deimos no iba a ser invadido si Katerina y Octabious estaban complotados y con la frente en alto.
Por eso mismo, la condesa lanzó la baza, y la voz se corrió. Al atardecer, cuando todos se fueron a dormir, los soldados tocaron las tierras malditas. Se podía sentir una vibra misteriosa, el ambiente estaba envuelto en el mutismo puro. Ni los perros ladraban.
El vestido negro de Katerina se camuflaba con la noche, y su psicosis la doblaba en oscuridad. Si había alguien en Deimos capaz de matar a todos, era la condesa.
—Empecemos nuestro recorrido —ordenó—, si hay brujas en Austro, arderán con la llama del fuego sacro.
Y eso hicieron. Puerta por puerta, se encargaron de interrogar a cada uno de los siervos, que se asustaban con la presencia de la mujer. Era como una pesadilla encarnada en cuerpo de dama:
—Observaremos de arriba a abajo estas casas —decía—, no me importa si las desordenamos. —Miró a sus sirvientes—. Estas situaciones lo ameritan.
En la primera casa no había nada, pero los dueños le dijeron que sus vecinos escondían secretos. Cuando iban a la choza de al lado, esas mismas personas le decían que sus otros vecinos se relacionaban con la brujería.
Una cadena de impostores y sospechosos empezó a menguarse, tan larga como la misma noche. Se separaban en grupos para buscar, agilizando el tramo.
El terror fue sembrándose en las tierras del sur. Muchos de los aldeanos, que ya habían visto al escuadrón pasear por las calles, se escondían con temor, pues no querían que los encontraran.
Sus vidas eran lo que menos importaba en aquellos momentos. ¿Alguien había preparado pócimas? Se quemaría vivo. ¿Alguien había desobedecido la palabra de Dios? Sería ejecutado.
¿Alguien había osado desafiar la ley del superior? Bueno… las palabras sobraban para detallar el destino que tendría.
Deimos era así. Una región que se pintaba como justa y protectora, pero que escondía grandísimos secretos y aberraciones inhumanas. Si alguien podía vivir en paz toda su vida, era un verdadero milagro.
Por fin, luego de una hora, encontraron a una niña pelirroja y rápidamente la secuestraron.
Y cayó la siguiente, luego dos más, y así sumaron veinte. No todas eran cobrizas, pero muchas de estas practicaban medicina ilegal, estaban solteras e iban en contra de la iglesia. Verdaderas sabiondas que, por hacer las cosas bien, terminaban muriendo.
—¡Pagarán por sus pecados, herejes! —gritaba la condesa. Las venas de su cuello parecían explotar al igual que las de sus manos—. Si hay algo repudiable en esta vida, son ustedes —les decía, mientras tomaba del cabello a la menor.
—¡Suéltela, es una niña! —imploró una señora, pero fue en vano.
Katerina restregó a la joven por el suelo y empezó a insultarla.
—¡Terminareis todas así, todas!
La pasarela de brujas iba creciendo a medida que el tiempo pasaba. Todas ellas con los ojos vendados y amarradas de una soga, que era tirada por un caballo negro.
Sus muñecas estaban rojas, muchas sangraban, ahogadas en llanto. Sabían lo que les tocaba luego de secuestrarlas, y por eso mismo deseaban morir pronto.
Para no sentir el dolor de la tortura.
—¡Id a esa taberna! —ordenó Katerina. Dos soldados corrieron y abrieron la puerta de una patada, entrando a la fuerza.
No tuvieron que decir nada, lo hicieron como si el sitio fuera suyo. En poco tiempo, hallaron una escalinata que bajaba hacia varios túneles, donde hallaron a alguien. Y en sus manos, un libro de paganismo y hierbas medicinales.
—¡Soltadme! —gritaba la joven.
—Cállate, arpía —dijo un caballero, tomándola del pelo y llevándola hasta la pasarela de injuriosas.
—Habrás de decirme tu nombre ahora mismo, pérfida infernal —le ordenó la condesa—, ¡Ahora mismo!
—K…Katerina —tartamudeó la muchacha. Su superior, a quien había idealizado y glorificado durante tantos años, iba a ejecutarla.
—¡Que mi nombre no salga de tu sucia boca! —Le aventó una cachetada—. Quiero tu nombre, en este instante.
—Ginebra de Sallow. —No pudo contener el llanto.
—¡Bueno! —abroncó la superiora—, como no habéis confesado nada en esta caminata, habremos de recurrir a la tortura.
Al escuchar la última palabra, las mujeres se estremecieron. Desataron a todas las femeninas y las obligaron a arrodillarse en el guijarro.
Una a una, fueron pasando por diferentes pruebas. Sádicas, verdaderas locuras que jamás habrían imaginado vivir.
—Dime tu nombre, pelirroja. —Se dirigió un guardia hacia la chiquilla.
Editado: 20.07.2022